miércoles, 11 de enero de 2017

Vanidades del Polvo, de Sebas Abdala

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Cada poema es único. En cada obra late, con mayor o menor grado, toda la poesía. Cada lector busca algo en el poema. Y no es insólito que lo encuentre. 
Ya lo lleva dentro.” 
Octavio Paz 

Y volviendo a citar a un grande, el cantaor Pepe Morillo, yo no soy poeta. Pero ateniéndome a lo que dice más arriba el mexicano, no me hace falta para encontrar (y no poder evitar que se desborde) la fuerza que proyecta esta obra. Y ahora, con el doble de píxeles, pues recientemente ha sido convertida al formato digital, para regocijo de todos los interesados y del propio autor, quien con este movimiento nos acerca un poco más a su campo gravitacional.

Sebastián Abdala, compañero de fatigas de esta casa, nos recuerda lo duro, lo jodido que es a veces el simple hecho de respirar. Por momentos lo hace como mero espectador; un noctámbulo que, incluso de día, vagabundea por las calles, solo o junto a su perro, pero testigo de un mundo oscuro y frío. En otros, él mismo es el blanco de ese mundo que le juzga y le obliga a juzgarse, a describirse a sí mismo, desnudo e indefenso, frágil. Sobre todo es un desgarrado ejercicio de introspección en el que ondea el aliento de la muerte. La exploración de su propio infierno en el que las flechas envenenadas silban en sus oídos y se yerguen, como estandartes de guerra, desde los cuerpos a los que ya han alcanzado.

A pesar de lo oscuro, ese viaje al interior es cálido, a veces entrañable. En ocasiones, no sólo por algunas expresiones y palabras, se puede entrever un atisbo de melancolía porteña que inunda todo de algún licor bebido en la sombra. Porque conoce el cuerpo y el dolor, extrae con palabras la belleza de esa horrenda pasarela de lo cotidiano. Nos hace ver lo hermoso en lo real, en ese plano de existencia verdadero que nos golpea con todo lo malo y con toda la fuerza de que dispone.

Puede que yo no sea poeta. Pero al leer este poemario (y el resto de su obra) algo se mueve y gime en mi pecho. Así que, si ha conseguido atravesar las costillas de un profano como yo, algo debe estar haciendo bien.

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Texto de A. Moreno
Imagen extraída de Luhu Editorial

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