Un buen día
llega alguien, a) tu prima, b) un colega, c) tu pareja, y te plantea el
siguiente plan: vente a mi casa, que te voy a poner una peli de cacahuetes. Tú
puedes soltar el chascarrillo básico, en plan: ¿ya no te gustan las palomitas?
A lo que te responden: ¡No es eso! ¡Es que está hecha con cacahuetes!
Ante eso
puedes hacer dos cosas. Te lo tomas a broma y vas igualmente porque a) es de
la familia, b) es tu colega y habrá cerveza, c) quieres quedar bien y además
sus padres no están en casa. Pero también puede pasar que seas una de esas
personas curiosas que indagan en lo raro y lo diferente. Por suerte somos
muchos así y la disfrutamos sin más excusas.
Se cumplen
diez años del estreno de Gritos en el pasillo. Sí, esa peli en la que
todos los personajes son frutos secos. Y los seres racionales a los que en un
mundo paralelo se nos hacen llamar humanos, son cacahuetes en la cabeza de
nuestro invitado.
Al otro
lado de nuestras pantallas tenemos a Juanjo Ramírez Mascaró,
responsable de ésta y otras muchas cosas que espero que nos cuente.
La i
Crítica – ¿Qué recuerdos te trae ahora,
en este momento de tu vida aquel primer largo?
Juanjo
Ramírez Mascaró – Con Gritos los
recuerdos son siempre agridulces. Le tengo un cariño inmenso a la película, y
al mismo tiempo, le tengo una manía tremenda. Recuerdo aquella época como una
de las mejores de mi vida y, al mismo tiempo, como una de las peores. Teníamos
la suerte de estar haciendo exactamente lo que queríamos y, al mismo tiempo,
estábamos pagando un alto precio por ello: Nuestras vidas permanecieron
estancadas durante los cuatro años que tardamos en sacar el proyecto adelante,
mientras a nuestro alrededor la gente avanzaba, evolucionaba, se definía,
conseguía trabajos estables, sueldos fijos…
LiC – Supongo que conoceríais el doble filo de la propuesta.
¿Qué os impulsó a llevarla a cabo?
J.R.M. – Mi socio Alby Ojeda y yo queríamos rodar una
película en nuestra propia tierra, la isla de Fuerteventura. Ahora está de moda
irse a rodar allí. Lo han hecho Ridley Scott y Robert Zemekis, lo
ha hecho Doctor Who, lo va a hacer Disney con sus nuevas sagas de
Star Wars… Hace diez años, en cambio, si decías en la isla que querías
hacer una peli, te miraban con cara rara. Por eso, de entre todos los proyectos
que teníamos entre manos, elegimos uno que, en el peor de los casos, se pudiese
rodar con sólo dos personas en el set (cosa que, de hecho, ocurrió durante el
70% del rodaje).
LiC – ¿Qué cara puso el kiosquero cuando le comprasteis todos
esos cacahuetes?
J.R.M. – No lo sé. La mayor parte de nuestros cacahuetes los “tuneó”
nuestro compañero Modesto Berbel, que en aquel entonces vivía en
Almería. Modesto compraba los cacahuetes allí, los pintaba basándose en bocetos
que yo le enviaba vía mail y nos los hacía llegar por correo ordinario. Así
pues, no sé qué cara pondría el pobre kioskero, pero sí puedo presumir de algo
maravilloso: Los extras de mis pelis fueron reclutados en la misma provincia
donde Sergio Leone reclutaba a los suyos.
LiC – Después del videoclip para Bambikina ¿Volverás a
trabajar con frutos secos, o prefieres que acompañen las copas?
J.R.M. – Lo cierto es que a lo largo de estos últimos años me
venía de cuando en cuando una pregunta: “¿Si volviese a rodar con cacahuetes
en la actualidad, con más experiencia, con lo muchísimo que han evolucionado
las tecnologías necesarias para ello… la haría mejor?” Pues bien: Cuando hace
unos meses Bambikina me encargó dirigir ese videoclip para su canción Escorpiones
de Tequila comprobé que las circunstancias actuales nos facilitan muchas
cosas, pero traen consigo problemas nuevos con los que no tuvimos que lidiar la
primera vez. La respuesta corta sería NO. Espero no tener que volver a rodar
con cacahuetes en mi puta vida. Sí he de decir que en esta nueva incursión
disfruté tanto como la primera vez (e incluso más) con el proceso de
fabricación del universo en miniatura. Aunque los cacahuetes ya no los quiero
ni con las copas, no descarto volver a plantear otro proyecto de marionetas en
un futuro. Es una espinita que sigo teniendo clavada. Esas texturas, esa
sencillez, esa magia de los universos en miniatura…
LiC – Las voces (geniales) terminan de completar la atmósfera
con su gran personalidad. ¿Cómo fue el casting?
J.R.M. – A algunos dobladores los tuve en mente desde antes de
escribir el guión. Tal fue el caso de Patricia Riquelme (el personaje de
Marita está muy inspirado en ella), o el de Jaime Vaca (que pone voz a cuatro
cacahuetes en la peli), o el César del Álamo (cuando escribí el
personaje de la abuela tenía claro que iba a ser suyo), o el de mi tío Gaspar
Ramírez (que falleció hace unos meses, pero cada vez que escucho su doblaje
del director del “maní-comio” siento que una parte de él siempre seguirá aquí
con nosotros). El resto de los dobladores fueron hallazgos a posteriori. Entre
ellos, Gonzalo Navas, que interpreta al dibujante protagonista. Cuando
conocí a Gonzalo y le vi interpretar, supe que tenía que ser él.
LiC – Esto no es una pregunta pero tenía que decirlo: hubo
algún momento en el que, para mí, fue más efectiva que muchas pelis de terror
actuales.
J.R.M. – Jajajajaja. Muchas gracias. Era lo que más nos seducía:
que, además de las risas, la peli tuviese algún que otro momento de auténtico
mal rollo. Recuerdo que insistí mucho en eso cuando diseñamos el sonido
(magnífico trabajo de Víctor Puertas y Juan Luis Cordero) y la
música (magnífico trabajo de Andrés de la Torre y Javier López Vila).
También lo potenciamos con la realización, el montaje (en HD Studio Online),
la fotografía tenebrista de Alby Ojeda… Pero creo que el sonido, por
definición, ataca más a lo irracional, a la víscera. Cada vez que alguien me
dice que ha pasado un poco de miedo viendo unos cacahuetes pintarrajeados en un
decorado de cartón piedra, me siento orgulloso de mi ambiciosa locura y, sobre
todo, de mi equipo de técnicos y artistas.
LiC – ¿Tienes alguna peli fetiche de este género?
J.R.M. – ¡Muchas! Pero como no puedo mencionarlas todas, me
limitaré a nombrar Quién puede matar a un niño del gran Chicho (Ibáñez
Serrador) y, por otra parte, algunas incursiones en el género perpetradas
por Joe Dante. Creo que me ha marcado mucho ese malabarismo de tonos que
tan bien maneja Dante en pelis como Gremlins, Piraña, No
Matarás al Vecino… Me encanta que una narración pueda ser capaz de
arrancarte una carcajada y, al minuto siguiente, provocarte un sobresalto, o un
escalofrío.
LiC – ¿Cómo se camina sin caerse sobre la línea que separa el
humor del terror?
J.R.M. – Creo que gran parte de la respuesta a esa pregunta ya
la he esbozado en la contestación anterior. Creo que se trata de un
funambulismo delicado, pero me pone a cien intentarlo, buscar esa piedra
filosofal. La mayor parte de las cosas que escribo por iniciativa propia
intentan mezclar esas dos emociones: Humor y terror. Ambas provienen de
pulsiones muy extremas y creo que, por ello mismo, esos dos extremos muchas
veces se tocan y pueden convivir en una misma situación. Quizá por eso existen
conceptos como el de la “risa histérica”. En este sentido, además de lo ya
mencionado acerca de Joe Dante, me parece tremendamente interesante ese
tono grotesco, delicioso de algunas películas koreanas. Historias que
consiguen ser comedias y tragedias al mismo tiempo sin que ninguno de esos dos
aspectos deje de funcionar. Algo que en nuestro propio país trabaja con muy
buena mano Álex de la Iglesia, por poner un ejemplo.
LiC – ¿Cuánto tiene esta sociedad de “caducada”?
J.R.M. – Mucho. Pero creo que me gusta así. Al menos a ratos.
Hay algo poético en eso de que el mundo se vaya al carajo por culpa de lo locos
que estamos. Es triste y doloroso ver cómo destrozamos ese castillo de cristal
que llamamos civilización, pero también apetece sentarse a comer palomitas y
observar cómo se desmorona todo a nuestro alrededor.
LiC – No te voy a pedir uno real, por ahora, pero ¿a qué
personaje de ficción quisieras garrapiñar?
J.R.M. – A Mafalda. Estoy harto de que todo el mundo
utilice ese personaje para diseñar memes de Facebook tan naif, tan “positivos”,
tan “buenrolleros”… Mafalda, hija de puta, te voy a freír el cerebro para que
nadie pueda volver a poner esas basuras apócrifas en tu boca.
LiC – Dejemos los productos perecederos por un momento. ¿Qué
pasa ahora por tu almendra? ¿Algún largometraje? ¿Qué ocurrió/ocurrirá con Reptiles
del espacio exterior?
J.R.M. – Jajajajajaja. Ojalá alguien tuviese dinero y agallas
suficientes para producir Reptiles del Espacio Exterior. A veces he
estado tentado de traducirlo al inglés y buscar la manera de moverlo por
productoras yankies… o de plantearlo como proyecto de animación. Actualmente me
gano la vida escribiendo para televisión, colaboro con otros guionistas y
directores en la escritura de varios largometrajes, cruzo los dedos deseando
suerte a algunos productores que están moviendo algunos otros de mis guiones de
largometraje... Y en entre todo ese caos, también busco ratos libres para
co-escribir una zarzuela con un músico de altísima talla (no sé si puedo desvelar
más) y para volver a escribir otro libro.
LiC – Has publicado novelas, guionizado televisión, cine…
Aunque al final todo se resume en escribir, ¿en qué medio te mueves con más
comodidad?
J.R.M. – En mi caso la comodidad (o falta de ella) no depende
tanto del formato, sino de cada proyecto concreto y de las circunstancias que
lo rodean. Dicho eso, confieso que normalmente me siento más realizado o “más
yo” cuando escribo novela o relato corto. También, en ocasiones, cuando escribo
largometrajes que nacen de mí. Con los encargos o colaboraciones es distinto.
LiC – ¿Se siente cierta crisis de identidad al escuchar tus
guiones en voces de otros?
J.R.M. – Cuando uno escribe guión debe asumir desde el principio
que no será el único autor del discurso. De hecho, considero de vital
importancia que los actores hagan suyos los diálogos y, sobre todo, que el
director haga suya la historia. Si para ello hay que cambiar tu texto, pues
bienvenido sea. Lo importante, en mi opinión, es que esos cambios se realicen
con criterio y con conocimiento de lo que se quiere contar. Para ello, lo ideal
es que el guionista pueda estar presente durante los procesos de rodaje y
montaje, o que tanto los actores como el director tengan unas nociones mínimas
de narrativa (del mismo modo en que un guionista debería tener unas nociones
mínimas de interpretación, realización, producción… para saber escribir
facilitando la labor de los demás departamentos).
LiC – ¿Cuáles son tus herramientas de difusión? ¿Qué
cambiarías de las redes sociales? ¿Quién está detrás de los tests de Facebook?
J.R.M. – Debo ser la persona más torpe a la hora de difundir y
promocionar sus propias cosas. Lo que me gusta de las redes sociales es que en
ellas puedo escribir sin filtros, sin censuras. Las utilizo como válvula de
escape, para decir lo que me apetece, y en el momento en que me apetece, cosa
que quizá me aleje de algunas personas, pero que, de alguna manera, acerca mi
vida (personal y profesional) a otras personas maravillosas, que me aceptan tal
y como soy y bla, bla, bla. Creo que no cambiaría nada de las redes sociales,
porque me fascina esa manera que tienen de ir mutando ellas solas según se va
desenvolviendo nuestro siglo, como si fuesen un organismo vivo, o una mente
colectiva.
LiC – Venga, derrúmbate, ¿qué personaje de Juego de tronos
eres?
J.R.M. – Si mezclásemos en un mismo personaje el orgullo
quijotesco de Daenerys, la afición al vino de Tyrion y la obsoleta torpeza político-social
de Ned Stark, saldría un personaje muy parecido a mí.
LiC – Si te invadiese la pereza y tuvieras el poder de
subyugar mentes ¿a qué director obligarías a adaptar tus novelas?
J.R.M. – Obligaría a Mel Gibson a dirigir La Emperatriz de
los Insectos, obligaría a David Cronenberg a dirigir La Mierda… y
en el caso de Los Vientos que te Nombran, al ser más “pa tós los
públicos”, buscaría a un director más amable pero con un puntito oscuro. Quizá Jean
Pierre Jeunet, o (pedir es gratis) Guillermo del Toro. No obstante,
ya existe una versión de guión para Los Vientos que te Nombran, escrita
por César del Álamo, con intención de dirigirla él. Pero hace falta una
buena cantidad de pasta para llevarla a buen término (no tanta como para Reptiles
del Espacio Exterior, pero bastante pasta).
LiC – ¿Consumes Jet1 u
otra sustancia que ralentice el tiempo y te permita estar en tantos fregaos?
J.R.M. – Consumo mucho té, bastante cerveza y algo de yerba
mate. Me gustaría probar los hongos alucinógenos algún día, pero de momento
todas mis drogas son legales. ¡Ni siquiera sé lo que es el Jet! Como
“escritor maldito” soy bastante patético.
LiC – Dale un consejo a esos cacahuetes frente al documento
de Word en blanco o que van a hacer un boquete en el cuaderno de tanto pensar
con el boli.
J.R.M. – La primera frase de mi novela Los Vientos que te
Nombran es: “La primera frase de una novela es la más difícil de escribir.”
Y creo que algo de eso hay. Ese temor reverencial ante el hecho de que esa
primera frase o esos primeros párrafos que son “tu carta de presentación”. ¿Y
si los escribes mal? ¿Y si no hacen honor a lo que tienes dentro de tu cabeza?
Porque, claro… dentro de nuestras cabezas todo está indefinido, todo es pura
potencia y, como tal, potencialmente perfecto. Nos da miedo elegir una de las
mil maneras de CONCRETAR todo eso y acabar decantándonos por la errónea. Así
pues, respondería que hay mil maneras correctas de empezar una historia.
Contaré aquí una anécdota real muy, muy fresca en el tiempo: Llevo bastantes
meses queriendo empezar a escribir uno de esos libros que tengo en la cabeza,
la idea insiste día tras día, aporreando mi cráneo para salir… pero no
encuentro el tiempo ni la tranquilidad mental necesarios. Pues bien: Hoy, entre
una vorágine de trabajo y la siguiente, he creado el documento de esa novela,
he escrito el título… y he garrapateado los primeros tres o cuatro párrafos. No
me convencen, sé que mañana los reescribiré de pies a cabeza, pero también sé
que mañana me enfrentaré a ese monstruo con más confianza, porque ya tendré
algo concreto sobre lo que trabajar. Contra el folio en blanco recomiendo,
sobre todo, esa clase de arrebatos irreflexivos. El perfeccionismo debe llegar
después, como ese tipo que visita la escena del crimen a posteriori, para
colocar los muebles en su sitio.
LiC – Si pasas por Sevilla ¿podrías traernos un poco de queso
majorero?
J.R.M. – Jajajajaja. Poca gente lo sabe, pero aunque mi familia
es de Granada y me crié en Fuerteventura, yo nací en Sevilla. En pleno barrio
de Triana, de hecho. A pesar de ello la vida sólo me ha llevado en dos
ocasiones de vuelta a esa ciudad, y en ambos casos durante menos de un día.
Tengo ganas de conocer mi tierra natal con más tranquilidad, y si tengo queso
majorero a mano cuando eso suceda (no es fácil conseguirlo en Madrid) lo
llevaré con mucho gusto.
LiC – Y para ir cerrando ¿qué es “Demasiado violeta”?
J.R.M. – Era mi antiguo blog personal. En él escribía sólo lo
que me apetecía. Por ello mismo su contenido dependía mucho de mis
circunstancias vitales. Cuando estaba con chip de escritor literario, Demasiado
Violeta era un blog de relatos, cuando estaba inmerso en el 15M, Demasiado
Violeta era un blog de divagaciones pseudo-políticas, cuando estaba
inmerso en mis trabajos de guionista, Demasiado Violeta era un blog de
guión. Últimamente lo tengo abandonado. Ahora tiene más de cementerio que de
blog. Quizá, en parte, porque mis ansias blogueras ya las cubro colaborando en Bloguionistas,
una web centrada en guión (que recomiendo encarecidamente, pues en ella
escribe también gente que sabe de esos temas bastante más que yo) y cuando
escribo algún relato lo cuelgo directamente en un blog que creé expresamente
para ello: Nanas para Dormir al Diablo.
LiC – Muchas gracias por dejarte enredar. Esperemos que este
no sea el último encuentro y tengamos ocasión de hacerte preguntas chorra sobre
tus novelas.
J.R.M. – ¡Ha sido un placer tremendo! ¡He disfrutado muchísimo!
Entrevista perpetrada por A. Moreno con ayuda desde las sombras de Saray Pavón