sábado, 30 de noviembre de 2019

jueves, 28 de noviembre de 2019

martes, 26 de noviembre de 2019

Prision Blues

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ALL SAINTS’ DAY
PRISON BLUES

Dicen que los viejos rockeros nunca mueren, pero tú, colega, te pasaste de la raya. Abres los ojos despacio, como si despertaras de un sueño muy profundo, y te descubres flotando en medio de la nada. A tu alrededor, cúmulos de nubes blancas, rosadas, algodonosas, iridiscentes, entre las que se filtran los rayos del sol. El espectáculo es más empalagoso que una canción de El mago de Oz –la película, no la banda de folk metal–. Tienes que reconocerlo. Dada la vida que has llevado, esperabas algo, digamos, más caluroso.
Una especie de Papá Noel vestido de romano aparece dando voces a lo lejos.
–¡Vamos, corre! –grita, batiendo compulsivamente unas alitas diminutas, gordo como un abejorro.
Se acerca a ti sin resuello, y sudoroso, sin acabar de recobrar el aliento, te explica que hay una baja de última hora. A Elvis acaban de nombrarlo ángel de la guarda, lo han enviado a Happyland, Oklahoma, vía correo aéreo, y queda una plaza libre en el coro de la banda.
–¿Pero es que no me oyes? –Te coge de la manga–. Al sr. Johnny Cash no le gusta esperar demasiado.
¿Johnny Cash?, ¿has oído bien? Te relames de gusto sólo de pensar en un dueto de guitarras con el hombre de negro, el gran John Ray Cash, el cowboy del country y del rock’n’roll que con esa voz suya, áspera y triste, interpretó algunas de las mejores canciones que has escuchado nunca, canciones amargas como un trago de ginebra, baladas fronterizas sobre la soledad, la redención y el pecado, reales y duras como un puñetazo en la boca del estómago.

I hear the train a comin',
it's rollin' 'round the bend;
and I ain't seen the sunshine
since… I don't know when.

Empiezas a silbar aquella vieja canción que tanto te gustaba, el blues de la prisión de Folsom. Recuerdas la carátula del álbum, gastada de tanto manosearla, y el disco lleno de rayas de ponerlo y quitarlo y volver a ponerlo, hecho polvo por ambas caras. La música de Johnny Cash y el interior de la caravana donde vivías, oscuro y frío como una madriguera y cubierto de polvo, colillas, recibos sin pagar, montones de ropa sucia, la raqueta rota que encontraste en una acequia junto a la fábrica abandonada, y con la que fingías tocar la guitarra; eso y el olor a humedad, a humo de tabaco rancio, son tus recuerdos de cuando eras crío, antes de que le dijeras a tu vieja: «Me abro», al cumplir los trece años.
–Esto, mira… abuelo. No sé si será por estar más tieso que la mojama, por el jet lag o puede que sea por lo de anoche, ¿eh?, ya sabes… El caso es que ando pelín seco. Bueno, seco de la hostia… con perdón. Si tuvieras una birrita por ahí –carraspeando–, a ser posible una birrita fresca… ¡ejm!, o dos.
–¡Ay, hijo! Todos decís lo mismo. Pero es que aquí no se bebe más que agua bendita, y para Navidad y las fiestas de guardar, un dedito de tónica Schweppes.
–¿Agua bendita?, ¿un dedito de tónica… qué? ¡Vamos, tío!, ¿en serio?
Observas el lecho de nubes que se desliza a tus pies a toda prisa, mientras Papá Noel te arrastra en volandas cogido de la oreja; no sabes muy bien hacia dónde, y no tienes cuerpo para preguntárselo. Ya te ves con un jersey rojo de pico y una sonrisa de circunstancias haciéndole los coros a Los Sabandeños. «Desde luego, si esto no es el infierno –te dices, llevándote una mano a la boca, a punto de vomitar–, se le parece un huevo».

Texto de Alberto Martínez
Imagen de pixabay

domingo, 24 de noviembre de 2019

Escuchando a 2cellos

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¿Sabés? Hay muchas drogas para todo,
que te calman te incendian te refrenan
que te empujan detienen y te matan
sin que sepás que son humo podrido.

Pero no existe alguna que te brinde
un chorrito sencillo de talento,
ninguna que te vuelva poderoso
frente a lo que intangible nunca muta.

Yo me drogo con pura lejanía
sin pincharme a lo loco, sin fumar
lo que todos inhalan del pasado.

Me abro desde mis labios en un corte
por el que llego al fin de mi presión
donde suave comienza lo que siento.



Poesía de Silvio M. Rodríguez Carrillo
Imagen de Pixabay



viernes, 22 de noviembre de 2019

Papá

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Recuerdo con cierta tristeza mi infancia.
Los tres miedos que me atormentaron
hasta que tuve edad de mirar debajo de la cama
y de soportar la cruel realidad de que Papá Noel no existe.
Tuve miedo de esa serie interminable de pijamas grises
que cada noche, siempre a la misma ahora, me arropaban
y me daban un beso de difunto en la frente
para evitar las pesadillas.
Recuerdo un muñeco sin ojos que me vigilaba y seguía
a todas partes mientras mi padre ignoraba mis gritos de auxilio
porque eran muy femeninos.
Mi madre se evaporaba cada mañana
como un suspiro en invierno.
Yo me quedaba pensando que de mayor tenía que ser como él,
entonces comenzó el llanto.


Poema de Cristian González 
Imagen de @theSollers







miércoles, 20 de noviembre de 2019

Blues del amo

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Va a hacer diecinueve años
que trabajo para un amo.
Hace diecinueve años que me da la comida
y todavía no he visto su rostro.

No he visto al amo en diecinueve años
pero todos los días yo me miro a mí mismo
y voy sabiendo poco a poco
cómo es el rostro de mi amo.

Va a hacer diecinueve años
que salgo de mi casa y hace frío
y luego entro en la suya y me pone una luz
amarilla encima de la cabeza...

Y todo el día escribo dieciséis
y mil y dos y ya no puedo más.
Y luego salgo al aire y es de noche
y vuelvo a casa y no puedo vivir.

Cuando vea a mi amo le preguntaré
lo que son mil y dieciséis
y por qué me pone una luz encima de la cabeza.

Cuando esté un día delante de mi amo,
veré su rostro, miraré en su rostro
hasta borrarlo de él y de mí mismo.



Poesía de Antonio Gamoneda
Imagen de Pixabay


lunes, 18 de noviembre de 2019

DEFECTO

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Durante años me hicieron creer
que yo no valía nada

pero el tiempo es sabio
y me desvela que no se trata de mis manos:
es la ausencia de docilidad

                            quieren nombres domesticados
porque temen a los desbocados
que rugen en libertad.



Poema de Ana Patricia Moya, Periquilla de los palotes 
Imagen de Pixabay


sábado, 16 de noviembre de 2019

R e í r

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Siempre he sido más de reír que de llorar. Puedo aguantar el dolor de cara tras las carcajadas, pero no soporto el dolor del corazón.  A veces pienso que la gente me cuida más de lo que yo la cuido, quizás todavía no he aprendido a querer, o se me olvidó por usar mi cariño con quien no lo merecía.  Aún así creo que no lo hago mal del todo porque siempre estoy ahí,  aunque no salude cuando llego a los sitios ni me despida cuando me voy. Puede que sí demuestre mi amor, a mi manera, pero no soy consciente. Sé que se me olvida llamar y felicitar los cumpleaños, aunque siempre los recuerde. Creo que dejé de ser detallista y por eso me abruma que la gente lo sea conmigo. Hace tiempo que mi cuerpo está inquieto y siempre estoy desubicada, pero siempre he sabido adaptarme rápido. Duermo mal, poco y en el sofá.  A deshoras. Lo mismo me pasa con la comida. Hago listas en cuadernos de las cosas que tengo que hacer. Casi nunca las acabo. Pienso mucho, demasiado. No añoro el pasado y me preocupo poco por el futuro. Sonrío cuando miro a mi gata, a mi perra y a mi perro. Sobre todo cuando duermen a mi lado con esa seguridad. Me gustan los abrazos, sin embargo soy poco dada al contacto humano. Creo que la gente se acerca más a mí que yo a ella. Soy desordenada y ordenada a la vez. Nerviosa y tranquila. Soy un péndulo que viene y va. Me gustan los días de sol y no me importa que llueva. Me hipnotiza mirar el mar, aunque me da un poco de miedo, y me pregunto mientras lo hago si algún día alguien me escribirá una canción. Me gustan las fotos en blanco y negro, aunque soy adicta al color. Y me gusta reír,  me gusta mucho reír.


Texto e Imagen: Mayte Nékez

jueves, 14 de noviembre de 2019

...después le explico

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Era un poco tarde cuando el funcionario decidió seguir de nuevo el vuelo de la mosca. La mosca, por su parte, como sabiéndose objeto de aquella observación, se esmeró en el programado desarrollo de sus acrobacias zumbando para sus adentros, toda vez que sabía que era una mosca doméstica común y corriente y entre muchas posibles la del zumbido no era su mejor manera de brillar, al contrario de lo que sucedía con sus evoluciones cada vez más amplias y elegantes en torno del funcionario, quien viéndolas recordaba pálida pero insistentemente y como negándoselo a sí mismo lo que él había tenido que evolucionar alrededor de otros funcionarios para llegar a su actual altura, sin hacer mucho ruido tampoco y quizás con menos gozo y más sobresaltos pero con un poquito de mayor brillo, si brillo podía llamarse sin reticencias lo que lograra alcanzar antes de y durante su ascenso a la cumbre de las oficinas públicas. 


Fragmento de relato de Augusto Monterroso
Imagen de Pixabay 

martes, 12 de noviembre de 2019

adiezminutosdelcentro

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adiezminutosdelcentro
saltan conejos ingrávidos
y aúllan pájaros deformes
adiezminutosdelcentro
la mentira se alimenta de azul de la piscina
aumentando la ilusión comunitaria
del bien encerrado entre alambre de gallinero
adiezminutosdelcentro
el ágora es un fósil transmutado
en estación de servicio
adiezminutosdelcentro
     el pan
sabe a combustible


Poema de "Ningún mapa es seguro", Eva Gallud
Imagen de Pixabay


domingo, 10 de noviembre de 2019

Sueño a veces

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Hay días en que la pereza puede con uno; se le hace tarde para la cena y no hay ganas de hacerla o no hay nada preparado del día anterior. Entonces pesca uno algo del frigo e improvisa un engrudo difícil: quesitos, algunas monedas de chorizo, berberechos, pan duro, una lata de cerveza y después, arrebujado en el sofá, me voy terminando un yogur. El caldero del estómago hierve al arrullo de la tele y me puede el conjuro del sueño. Voy a acostarme pesaroso y algo envenenado, creo que debí cenar una cosa frugal como dicen los cardiólogos pero el bolo que escogí ya ha generado un sueño intranquilo.

Entonces a veces sueño que mi amigo viene a casa con un cocodrilo en brazos. Ni reconozco que esa sea mi casa, ni reconozco a mi amigo, pero en el vórtice del sueño doy por hecho que sí lo son. Él camina con dificultad por el peso y las dimensiones del animal, resopla y suda por el esfuerzo; la cola del cocodrilo arrastra por el pasillo haciendo un ruido áspero de fricción. Es grande y le asoma la cabeza por encima de la de mi amigo, tiene la piel y las escamas resecas y nudosas como la corteza de un árbol, de un color mate y ceniza, se diría que ha estado fuera del agua mucho tiempo, huele fuerte a pescado y cieno «Tío, abre la puerta, mira qué te traigo» y se pone a reír a carcajadas. El animal pretendía torpemente librarse de los brazos de mi amigo con unos movimientos mansos; me causa una gran impresión los colmillos que le sobresalen de la boca cerrada, romos y astillados. En general el cocodrilo tenía un aspecto mudo y triste, muermo, drogado, moribundo y prehistórico. Así que abro la puerta que da a un estanque que está en el patio de luces. Es un estanque con dimensiones de piscina olímpica. Rodea el agua un pretil de ladrillo adornado con macetas de colores. El agua contenida, donde mi amigo se dispone a arrojar al cocodrilo, está verde, espesa y algo putrefacta con numerosas algas que alcanzan la superficie. El cocodrilo cae como un gran saco de piedras y provoca una estampida que levanta en ondas verdes el agua del estanque. El reptil se espabila bajo ese agua fangosa, bucea con sigilo y velocidad, se ve su silueta subacuática, negra, de monstruo jurásico. Mi amigo se ha sentado en el borde del pretil y le cuelgan los pies hacia el interior del estanque, ríe y lo señala «mira, tío, qué regalito, será para nosotros como un hermano». El agua ha dado al cocodrilo un vigor imperial, una fuerza asiria y una agilidad guerrera, diría que ha triplicado su tamaño y ahora es un gran saurio o un dragón, hace cabriolas y en una de esas volteretas abre la bocaza; se le arremolina el agua en esa boca abierta y dentada, remolino como un maelstrom. Cuando me giro para hablar con mi amigo, éste está ataviado con un albornoz encima del pretil, se lo quita, queda en bañador y salta al agua. La figura negra del cocodrilo bucea hacia él, presiento que quiere cazarle, comérsele, es una trágica premonición que he contenido desde que apareció con ese animal en casa ¿de dónde coño lo habrá sacado? El monstruo ha mordido al aire y mi amigo consigue zafarse y salir trepando por el pretil, chorrea agua y tiene algunas algas pegadas en los hombros; ahogo un grito de espanto, los dos huimos hacia la puerta abierta de acceso a la cocina para salir de casa. Veo de soslayo que el saurio nos persigue con una carrera reptante; es enorme, tripón, bíblico, cojonudo. Su cabeza se atasca en la puerta, se oyen ruidos de cascotes y muebles derribados, rotos, cacharrería. Escaleras abajo logramos salir de casa. Volamos por el barrio, doblamos varias esquinas, corremos por el hospital, por el ahorramás, por el eurodroguer, por la iglesia y los salones parroquiales, entre los andenes de la estación de autobuses, por el campo de fútbol de arena. Una anciana ha caído a causa de nuestro descuido en la carrera; una madre gira rápido el carrito de su bebé para esquivar nuestro arrollamiento, luego nos grita enfadada. No alcanzo a mi amigo, cada vez más lejano, más delante, le pierdo en la distancia, no me espera. No puedo más y paro sofocado, tosiendo, sudando a chorros. Y veo por encima de los bloques lejanos del barrio que asoma la figura kilométrica del cocodrilo, ahora bípedo como un Gozilla, gigante, cíclope, Leviatán alienígena y Neptuno; mordiendo tejados y ferralla. Suena la policía, los bomberos y el ejército que con helicópteros acuden como avispas al monstruo, al nuevo King Kong arcosaurio. Me ha jodido la casa; mi amigo, Babilonia, las mil y una noches; ¿De dónde lo ha sacado? ¿A qué coño me lo trae?

«Será para nosotros como un hermano, tío»




Texto de Garven
Imagen de Pixabay

viernes, 8 de noviembre de 2019

Carpe diem

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Cuando murió mi tío, en la cafetería del tanatorio, mi padre me dijo algo a lo que he ido encontrando cada vez  más sentido. Estábamos tomando una cerveza juntos y me preguntó:
- ¿Sabes qué tiene de especial está cerveza que te estás tomando? - y sin esperar mi respuesta, mi padre no era mucho de esperar, sentenció:
- Que esta cerveza es sólo para ti, y te la vas a beber sólo tú, a no ser que alguien te pida un poco. Es tuya. Se ha hecho para ti.
Carpe diem. 
No era mi padre muy de filosofías positivistas que ahora está tan de moda. Ahí acabó la conversación.
Apuramos la cerveza y volvimos a la sala del tanatorio donde la gente despedía a mi tío. Se paraban frente al cristal y decían las frases típicas de esos momentos, "parece que esté dormido", "qué buen aspecto tiene", y cosas así que la gente dice sin pensar y por cumplir.
Mi padre no le daba importancia a estos comentarios y yo siempre me reía de ellos. A veces los recuerdo con un buen amigo.
Últimamente tengo la sensación de que he llegado tarde a las cosas que mi padre me decía y sobre las que nunca le pregunté como debía. Me encuentro en casa repitiendo sus manías y muchas de sus coletillas.
Esta sensación es ahora una realidad ya que para hablar con mi padre sólo me queda mirar su foto y ya nunca responderá a más preguntas desde detrás del cristal del marco de la librería. Debería haberle preguntado más.
"La muerte no consiste
en no poder comunicar
sino en ser ya para siempre incomprendido."
Pasolini.

Texto A. Ramírez
Imagen de Pixabay


miércoles, 6 de noviembre de 2019

A la sombra de Robert Johnson

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En los enjambres solitarios de un cruce de caminos diseñado por Fau Trujillo y Lola Crespo entre marcas de agua de guitarras, suenan las letras la magia de sus negros.

El tacto de una pluma embriagada de azules me recuerda que, aunque el pájaro sigue volando entre las nubes y el whisky junto al hielo, cada vez que los labios se acercan al brocal de la copa, igual que el blues, su sabor nos refresca y nos quema con suavidad.

Junto a la verja de arpillera trenzada, la blanca pluma que el pájaro de fuego nos regala,  invita a trasgredir las sombras de la noche y a abrir la jaula herida para que el blues nos cuente a qué saben las cuerdas de sus guitarras.

Y comienza el concierto de las letras, página a página, mientras Fau, con sus certeras yemas, manda a su abultado vientre los sonidos que Ella, la guitarra, nos regala.

A la sombra de Robert Johnson, dos autores, nos pasean por la promesa de un viaje a New York, una visita al Brooklyn tejido a golpe de blues, y las negras laderas de un Chicago vestido del soul que uniendo jazz y blues, da cuerpo al triunvirato.

Junto al sudor del mástil nos sumergen en la edad del Mississippi y asomados a los balcones de New Orleans nos tararean la voz negra de la guitarra de Jane Lee, nos cuentan la intensidad del blues rock de Johnny Winter y del desgarro desatado de aquella hija del amanecer de voz carbón que llamaban Rosetta Tharpe.

En otra arteria de este delta, que parte desde un cruce de caminos, nos enseñan la voz de San Francisco siguiendo los meandros que la sinuosa piel de la víbora dibuja en el terreno atraída por las decenas de discos que John Lee Hooker dejó a resguardo en la casa del blues.

A mis ojos atorados, se le encendieron lágrimas de negra sal al detenerme en la autopista 61. Al ver la sangre de Bessie Smith corrieron a esconder en su vagón, a resguardo del frío de la ausencia, todos los recuerdos negros que ella nos parió.

Con esta comba musical que nos dirige, se nos invita a un salto desde el enero en Tennessee hasta el julio de Memphis mientras escuchamos esas notas bucólicas que, aún lejanas, huelen a vaca y al humus conque Fred McDowell fertiliza sus músicas.

Victoria Spivey, Miss Victoria nos ofrece, cigarro y guitarra en mano, toda la sombra de su piel negra con elegancia. Ella, ahora, desde su otro reino, sigue cantando con los compases desgarrados de su voz.

Al final de todos los caminos, a la sombra de Robert Johnson, nos espera Muddy Waters para romper los silencios con su guitarra y contarnos que todos los suburbios de su Chicago siempre fueron negros, como el gato.

Un bonito paseo, a la sombra de Robert Johnson, donde la protagonista tras hacer un gran pacto con el diablo, se sigue llamando música y más concretamente, guitarra; guitarra y blues, guitarra herida. 

Reseña de Aborojuan

lunes, 4 de noviembre de 2019

Sueños grises

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Sueño que sueño...
Viajamos... un mundo frío, diferente... como hace 100 años...
No se ven máquinas excepto algún autómata callejero que fascina a los viandantes, que callados, los observan... un frío silencio lo inunda todo...
Los tonos grises dominan la estancia... montamos en una especie de dirigible, estamos como flotando...
Las casas pasan lentamente bajo nuestros pies, casi podemos tocarlas...
Parece que vamos a chocar de un momento a otro con algún tejado... aunque sólo nos apoyamos en ellos suavemente de vez en cuando...

Un crujido... una de las ruedas golpea una buhardilla...
Mi familia se estremece... nos miramos preocupados, pero nos mantenemos callados...
Miedo a engancharnos en una cornisa y estancarnos...
Dentro del dirigible nos desplazamos, buscando un lugar seguro... pero parece un laberinto...

Otra gente nos acompaña... sus ojos, preocupados, se clavan en mí...
Mientras, la nave sigue adelante, suavemente...
Sin saber a dónde.



Texto de David Losada
Imagen de Pixabay


sábado, 2 de noviembre de 2019

Tesis del Ahogado

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Ana Vega ha colaborado en revistas y publicaciones nacionales e internacionales, participado en antologías poéticas como La manera de recogerse el pelo coordinada por David González (Editorial Bartleby) u otras publicaciones como Poetas Asturianos para el siglo XXI de Carlos Ardavin (Editorial Trea). Ha publicado El cuaderno griego (Editorial Universos), Realidad paralela (Editorial Groenlandia), Breve testimonio de una mirada (Editorial Amargord), La edad de los lagartos (Editorial Origami), Herrumbre (Editorial Groenlandia), Llanquihue (Editorial Huerga & Fierro), Al xeito del tambor (Ed. Trabe, 2013), Auschwitz 13 (Ed. Amargord, 2013), Cantar en el desierto (Trabe, 2015) y Resiliencia (Trabe, 2015). Accésit del XXVI Premio Nacional Hernán Esquío 2008, premio de la Crítica de las Letras Asturianas 2011. Compagina su actividad literaria con su actividad docente como coordinadora de cursos y talleres de creación y creatividad y su colaboración en diferentes medios de comunicación como periodista, crítica literaria y columnista.

Videopoema de Ana Vega y Mapa Mudo
Foto y biografía de Ana Vega