lunes, 5 de marzo de 2018

El asfalto ha visto demasiado

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Al mirar atrás se dio cuenta de que ya no había nadie. Sólo habían pasado unos segundos desde que salió del coche, dispuesto a correr aventuras. Pero ya no había ni un alma, solo el sonido ronco de un motor que se alejaba. Se quedó allí, de pié, con la mirada perdida y pensamientos que revoloteaban en todas direcciones. Quiso enfadarse, quiso gritar enfurecido y maldecir a aquellas personas que le abandonaban en el momento más dulce de su vida. No pudo. Solo tenía capacidad para dos sentimientos: el júbilo desmedido y la tristeza más apabullante. Los ojos llorosos no daban crédito, pero la resignación ya había comenzado a anidar en su interior. Debía continuar, o volver a empezar, quizá. No entendía lo que era el verano, y no sabía lo que eran las vacaciones. Y jamás iba a comprender para qué lo arrancaron entonces de los brazos de su madre. Pero era un cachorro, y aquellos recuerdos se difuminaron casi en el instante en que llegó a la casa. Para él su verdadera familia era la cría humana y sus padres. Así que caminó, caminó sin descanso junto a la dura y sofocante carretera. Se expuso al peligro, la muerte y el dolor. Se propuso usar todas sus fuerzas con la esperanza de que, algún día, se reencontraría con aquellos por quienes no merecía mover ni un dedo. 
 Texto de A. Moreno
Imagen de Pixabay
Viñeta de Paco Catalán

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