sábado, 25 de febrero de 2017

Pensar a carcajadas

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Bill Hicks fue un regalo al mundo, al principio, y luego fue un regalo que mi pareja me hizo a mí. El “más vale tarde que nunca” se puede conceder en esta ocasión, pero ojalá lo hubiera conocido antes para no haber pasado tanto tiempo pensando que estaba solo en mi cruzada contra (casi) todo.  Lo lamentable del asunto es que llevaba veinte años muerto cuando YouTube hizo de ouija y permitió que se manifestara en mi PC. Y tras pasar horas viendo material que por suerte no fue eliminado de la faz de la tierra, discutimos largo y tendido hasta que decidimos que algo no cuadraba. Así que nos pusimos por un momento en el pellejo de un conspiranoico y pensamos: ¡Qué demonios! Esto es más real que cualquier teoría sobre hombrecillos verdes. A Bill Hicks lo quitaron de en medio descaradamente.
Este tipo bien podría haber sido el Clark Kent de los ochenta y noventa. El paralelismo con Superman solo difiere en que Bill no era invencible; no estaba hecho de acero, no disparaba rayos láser por los ojos y tampoco podía volar. Como Kal-El, pasó parte de su infancia en un lugar supersticioso. Y se me antoja que por su forma de ver el mundo, también provenía de un lejano planeta. Pero los poderes del pequeño William distaban enormemente de los del alien con los slips rojos por encima del pantalón. Él poseía otra clase de don: el de pensar por sí mismo.
Ya de pequeño cuestionaba y se mofaba de las creencias de su propia familia. Ahí pudo acabar todo si no fuera porque, a pesar de las diferencias, sus padres no tenían la intención de ocultarlo. Por eso, como otra diferencia con el kryptoniano, lo mostraron al mundo, o más bien aprobaron que eso ocurriera.
Pero como ya he dicho antes, no era invencible. Estuvo dieciséis años sobre los escenarios diciendo lo que se le pasaba por la cabeza. Y no me refiero a lo primero que se le cruzaba. Era un increíble librepensador que contaba chistes. Y con esa frescura y descaro sobre un fondo de profunda amargura iba cada noche desmontando todo el sistema en el que creía el americano medio. Con sólidos argumentos (aunque para según qué temas solo hay que mostrar la obviedad del error) deshilachaba el tejido de las convicciones fuertemente arraigadas en los que le rodeaban. Hundía en el cieno más absoluto el sueño americano, su estilo de vida, su religión y a sus gobernantes.
 
Y esa fue su kryptonita: compartir sus ideas con el mundo.

Cáncer de páncreas… Ya, y el Ché cayó en una emboscada.

Nota: No me digáis cómo, pero haceros inmediatamente con una copia de Bill Hicks: Sane man y abrid bien las orejas. Lo mismo con todo el material que encontréis, por supuesto.

Para muestra:



Texto de A. Moreno

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