domingo, 4 de diciembre de 2022

Leer o no leer a los clásicos, esa es la cuestión

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Llevo trabajando en la enseñanza la friolera de 21 años y no sé si será por eso, o por haber rebasado la barrera de los cuarenta, pero una se va planteando  cosas. Mi asignatura es Lengua y Literatura castellana, un campo complejo para competir con pantallas, la inmediatez de los Whatsapp y con un mundo centrado en lo útil, en lo rentable. A los chavales no les interesa redactar porque en su día a día no les sirve de mucho, no necesitan más que coger el móvil y escribir varias palabras acortadas y sin ningún tipo de puntuación, es más, con un audio se ahorran todo esto. 

No digamos ya el mundo de los libros, pocos son en un aula los que levantan la mano cuando preguntas si les gusta leer. Por eso cuando este año se decidió poner en primero de bachillerato El Quijote, tuve sentimientos adversos. ¿Es un libro apto para alumnos de 17 años? ¿Qué es apto para estas edades? ¿Leer o no leer a los clásicos? Es cierto que si aquí no lo vemos quizás ellos no se acercarán nunca a él. También lo es que se trata un libro largo, complejo, que esconde  mucho, pero que también está muy alejado de su mundo, no menos que La Celestina, que también se lo han leído este curso. Y es que como dicen ellos, los planes de estudio se repiten, y ven varias veces la literatura medieval, y muy poco lo actual, o incluso el siglo XX. 

El resultado ha sido que la primera parte ha ido  bien, y que la segunda se la han leído como mucho cinco, y los demás no quieren volver a hablar de la obra. ¿Es eso lo que queremos? ¿Que aborrezcan a los clásicos y la lectura? ¿O que se acerquen a los libros y desarrollen su amor por ellos?  Mi respuesta es clara: sin duda, el segundo y quizás para ello haya que prescindir de los clásicos. O  tener metas más realistas.  Quizás haberles mandado la primera parte o una selección de capítulos habría sido más acertado. Por eso, porque mi deseo es inocular en ellos el amor por la literatura y sobre todo por la poesía, tan denostada en nuestro mundo fagocitado por la idea de la utilidad, decidí desde hace algunos años establecer que un día a la semana la clase empezaría con un poema y/o una frase para pensar. Al principio los alumnos se ríen, no entienden nada. Poco a poco van entrando en el juego, y ay de ti si se te olvida un día el poema. A veces lo llevo durante una semana en la mano junto con mi carpeta y mis papeles, con el simple deseo de que ellos me pregunten qué leo. Este año además he dejado que el libro vaya por las mesas rulando y me he llevado sorpresas mayúsculas. Hay alumnos que los acaparan, otros que le piden que los pasen, que ellos también quieren leerlo. Sé que ese día mi explicación es lo de menos, porque están aprendiendo de otra forma.  El resultado hasta ahora ha sido espectacular. A veces ellos traen poemas propios, otras me traen lo que ellos leen para que lo comparta con la clase.

Pero sigo siendo profesora de lengua, con un temario que dar, una programación que respetar y unos porcentajes de aprobados que cumplir.

Texto de Reyes Esteban
Ilustración de Antonio Moreno coloreada por Saray Pavón

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