viernes, 22 de mayo de 2020

Un bolígrafo

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Mi amigo alquila otra vez el local. Se le han ido los que vendían cartuchos de tintas y tóneres. Mi amigo se afana en adecentar el local por si otros llamaran al teléfono del cartelón que ha puesto en el escaparate. Entro y hablo cordialmente diciéndole que es un buen sitio para otro negocio; que seguro se interesarán pronto otros emprendedores. Reparo en un bolígrafo tirado en el suelo; objeto que se ha olvidado o perdido durante el éxodo de la pequeña empresa. Lo cojo y veo que tiene publicidad de la anterior tienda. Me lo guardo; mi amigo no lo ha visto o no ha querido verlo. En cualquier caso es algo intrascendente. Este bolígrafo arrojado al suelo es una cosa sin importancia pero un tesoro lírico que quiero llevarme a casa, adoptarlo toda la vida. Es de los que tiene un botón arriba (punta retráctil) navaja de la escritura. Para mí sí es importante, mucho.

Lo pruebo y pinta. El tuétano aún caliente e industrial del bolígrafo; qué papeles llevaron la rúbrica viscosa de su esfera. En qué cazuelas hirvieron esas viscosidades. Qué manos jornaleras han enroscado sus engranajes; qué sindicato afilia esas manos. Cuando las manos mueran les sobrevivirán aún los bolígrafos. Qué trenes militares han traído el ejército ligero y acorazado (exoesqueletos de plástico) de estos bolígrafos. La publicidad le sienta mal, hay logos sobados que se están borrando. Entonces quito eso con un algodón mojado en alcohol; quito la camisa de la tienda y esto lo deja en el amplísimo hogar de lo genérico. Bolígrafo como un lápiz de traje y corbata que ha ascendido a las altas plantas del cuerpo ejecutivo. Lápiz que ha madurado ya su punta eyaculadora y puede fecundar con su semilla de colores perpetuos las hojas inmaculadas de los cuadernos o el vientre fácil de un albarán. Bolígrafo como un robocop de los lápices, prole del manuscribir; como el espécimen macho de las estilográficas, o hijos de ellas; aquellas señoronas recargables como un revólver, abuelas románticas para lo escrito y dibujado. Ellos nunca olvidan su árbol genealógico con la imagen de un lápiz en lo más alto, patriarca Neanderthal que todavía pisotea con sus sucias suelas de carbón algunos de nuestros papeles. Con el bolígrafo escribo estas notas y algunas cosas me las cuenta él solito: su autoboligrafía. Después pasaré lo manuscrito a máquina, en marciales escuadrones de párrafos; perfecta formación virtual; disparos de mecanografía, fuego contra mi caligrafía que no tira a matar. Es un juego necesario. Acerco la oreja y escucho el trueno rodante de la bola. Planeta enano y potencialmente habitable. El bolígrafo.



Texto e imagen de Garven

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