sábado, 29 de diciembre de 2018

El buscador

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Un hombre lee la Biblia sentado en su sillón favorito. El humo de la pipa juega, se retuerce para esquivar a los múltiples y fugaces haces luminosos, que se cuelan por las cortinas de la confortable habitación.

Las letras de las palabras que lee, se mezclan en el reflejo de las gafas. Los caracteres se amontonan unos sobre los otros y las pupilas siguen las líneas rectas y paralelas de las hojas. 

Suenan los cuartos en el reloj de cuco. Primero se le paraliza un brazo; después, el otro. El libro cae boca abajo encima de la alfombra. Los brazos le duelen de tanto impulsar el aire al ritmo de sus gesticulaciones. Nunca le gustó hablar a la soledad.

Más tarde, inmoviliza sus piernas; no desea caminar, ir de un sitio a otro, para sentirse cansado, para aburrirse con la gente. Al poco tiempo, sigue el tronco, no respirará más contaminación, ni digerirá más plástico. Por último, se petrifica su cabeza, durante toda su vida no había hecho más que pensar en quimeras. 

Las gafas resbalan sobre la nariz, ruedan por su pecho y caen encima de la alfombra. Los caracteres siguen jugando sobre la superficie de cristal. La pipa acompaña a las gafas y el humo se encuentra libre para ir a donde le plazca.  

Durante mucho tiempo pensó que, si paralizaba su cuerpo, podría encontrar más fácilmente lo que nunca encontró fuera de su frontera natural. 

Finalmente, cierra los ojos y penetra por el negro túnel de su mente. Coloca una cuerda por el laberinto de sus células nerviosas. Si encuentra al mítico Minotauro y se arrepiente, podrá salir de ese largo viaje interior, como si no hubiera pasado nada. Si se equivoca y abre alguna puerta equivocada, podrá encontrar a la Hidra de siete cabezas. Pero no posee la fortaleza de ningún Hércules y cada cabeza le podrá atrapar en su propia oscuridad.

Anochece. 

Todo sigue igual en la habitación. 

La pipa se apagó. El reloj de cuco se paró a la hora del té; nadie le daba cuerda. Las cortinas se desplomaron sobre las gafas y permanecieron mudas desde entonces. La alfombra cobijó a una legión de polillas y el libro abierto prosigue con el largo sermón. 

Aparte de él, nadie cree en su búsqueda. No hay nada nuevo bajo su piel, ni aún mucho menos la mujer que piensa que existe. Una vez no hace mucho tiempo, alguien la sacó, aunque no lo recuerdo muy bien. Quizás lo que extrajo fue una costilla.


Texto de Eugenio Barragán Fuentes
Imagen de Pixabay 

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