ASCENSIÓN
Tarde o temprano acabas harto, muy harto, demasiado harto. Ese
tremendo hartazgo te abre los ojos. Estás en lo más profundo del
pozo al que tú mismo te arrojaste. Te ahogaste. Eres un finado, un
difunto, un trozo de carne pudriéndose en el fondo de tu propio
abismo. Pero tú estás harto, exageradamente harto y no vas a
quedarte ahí.
¿Hacia dónde tirar pues? Hay varias
opciones:
Una es aceptar la condición de fallecido,
estrecharle la mano a Doña Parca, abrazar el rigor mortis de manera
permanente, brutal, definitiva.
Otra es merendarte tu
hartazgo, descartarlo, hacer con él lo mismo que has hecho con todo,
quedarte ahí como cerdo revolcándose en el lodazal.
Y
otra es subir, ascender, salir del maldito pozo.
Intentas esto último. Comienzas a nadar hacia arriba mas notas
que te cuesta, mucho, demasiado. Algo impide tu ascensión. Llámalo
cadenas alrededor de tu cuerpo, anclas aferradas a tus tobillos,
tentáculos de tu monstruo interno aferrándote. Llámalo como
quieras. Llámalo todo eso y todo lo malo y lo peor que imagines. Es
algo, muchos algos, innumerables algos tirando de ti, manteniéndote
en las profundidad abisales de tu puñetero pozo.
Pero tú
estás harto, realmente harto, rematadamente harto, condenadamente
harto. Dices:
–NO.
Sigues nadando sin apenas
avances.
Tu hartazgo se vuelve supino.
Sigues
nadando.
A ratos subes, a ratos te hundes.
Tu hastío se
vuelve superlativo.
Sigues nadando.
No
avanzas.
Tampoco retrocedes.
Tu asco se vuelve
SUPREMO.
Y con él viene el odio. Odio por el tú del
pasado que te arrojó el pozo, odio por el propio pozo hecho a medida
por y para ti, odio por los excesivamente numerosos algos que siguen
jalando de ti, odio por absolutamente TODO. Odio por estar nadando,
por estar intentando… ¿un imposible?
Sigues nadando. A
pesar de todo sigues nadando. Por inercia, por cabezonería, porque a
pesar del odio y de la sensación de futilidad que te inundan
tú-sigues-jodidamente-HARTO.
Algo se rompe.
De
repente nadar se torna más y más sencillo. Los tentáculos sueltan
tu cuerpo, las cadenas se rompen, las anclas se sueltan de tus
tobillos. La infinita legión de algos cae, retorna a las más
oscuras profundidades de las que brotaron.
Un poco más y
las yemas de tus dedos acarician la superficie del agua. Tu
obstinación, tu bendita terquedad te ha hecho ascender más rápido
de lo que imaginabas. O tal vez la profundidad no era tanta como
querías creer.
Ya te da igual.
Ya
estás
ahí.
Emerges. El aire vuelve a entrar en tus pulmones. El
corazón renace, late enloquecido. Las lágrimas brotan. Vuelves a
estar VIVO.
Mas esto aún no ha terminado. Aún estás en
el pozo pero sabes que ya has superado la peor parte. Te otorgas un
momento de respiro. Cierras los ojos e inspiras lentamente, dejando
que el aire llene hasta el último rincón de tus pulmones. Sonríes
al advertir el poco esfuerzo que realizas para mantenerte a flote.
Abres los ojos. Miras hacia arriba. Luz de alborada entra por la
abertura del pozo. Sus paredes están al alcance de la mano. Parecen
húmedas y vislumbras que serán difíciles de escalar… al
principio.
Vuelves a cerrar los ojos. Te tomas tu tiempo
para respirar con calma. Lo disfrutas. Deseas salir pero no tienes
prisa.
Ya no estás harto.
12/07/2025
Texto de Álex Ruiz.
Foto de Filipe Delgado, de uso gratuito
0 críticas :
Publicar un comentario