Escribirte, amarrar palabras que pasan volando con otros rumbos, y atarles los pies con la promesa de dulces al final del camino.
Que difícil tratar de convencer a los renglones, esperar a que se descuiden y romperlos por la mitad ó en tres pedazos, en varios… ó en muchos, y retorcerlos, y jalarlos, y morderlos y meterles a fuerza palabra por palabra, hasta que digan lo que tienen que decir y no algo que se parezca.
Se que últimamente nada quieres de mí, ni mi olor que te llena, ni mis besos que te queman.
Sé que intentas fuertemente perder los recuerdos entre brumas de olvido.
Pero sigue el curso de la vida, y en cada vuelta de la espiral pasa tu rostro, y me miras.
Y te miro.
Y nos despedimos.
Y nos alejamos dando vueltas, y girando la cabeza para no dejar de mirarnos, de despedirnos.
Y sé también que no quieres que me vaya, que extrañas tu sonrisa, esa que tienes cada que me ves.
Sé que extrañas la inquietud de tus manos cuando te acercas a saludar, la forma de disimular el sudor que no cesa en su empeño por acusarte conmigo.
Pero no puedes, pero no puedo.
Y nos dejamos llevar por la vorágine de esta confusa vida.
Nos perdemos amor, nos dejamos y sabemos que esta pasando.
Ya ni siquiera estiramos los brazos, no vaya a ser que pierdan el último calor que les dejaste, que les dejamos.
El horror de mirar un futuro sin ti me abruma, me toma por los cabellos y me abofetea, y me grita, y dice que mire fijamente lo que pudo haber sido, lo que dejé ir, lo que dejamos ir.
Escribirte esta carta amor, es dejar de creer en el sol.
Es convencer a mi mano derecha que ya no la necesito, es sujetarla sin pedir ayuda para cortarla lentamente, dolorosamente.
Es saber que tú también quedaras sin tu mano, es saber que no tendrás con qué tocar mi rostro cuando muera.
Y que en mi funeral, tú, toda anciana y amorosa… y doliente, perderás la vergüenza y querrás abrazarme, y tocar mi rostro, pero no tendrás tu mano.
Entonces llorarás, y mirarás incrédula que yo tampoco tengo brazo, y comprenderás que tu mano es mi mano, que tu dolor es mi dolor, y volverás a casa a morir de tristeza.
Y luego, cuando mueras y llegues a donde van todos los muertos, verás que te estoy esperando y que en lugar de llevarte los tulipanes que te encantan, llevaré envuelto en papel de china, un hermoso y blanco brazo, que tiernamente estará tomando mi mano.
Y saldrá de entre el papel también tu sonrisa, y el brillo de tus ojos, y te lo pondrás como quien se maquilla, y el brillo, y tu sonrisa, y tu mano, se quedarán contigo para siempre, conmigo para siempre.
Y caminaremos olvidando todo lo vivido porque ya estaremos muertos, y no diremos más, ¡eres mi vida! Tendremos que decir ¡eres mi muerte!
Y luego, la eternidad.
Nos vemos…
Poema de Mario Treviño
Imagen de Pixabay
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