domingo, 13 de octubre de 2019

El sueño intranquilo...

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El sueño intranquilo de Gregorio Samsa


Gregorio
Mamá me dice que no compre más de dos chucherías; por lo de la bacteria, que luego viene el dolor y la fiebre. Mamá dice que la fiebre es una señora sin cara que pasea un perro sin collar ni correa. Un perro rabioso por mi vientre.

El perro es el dolor.

Me van a hacer la prueba de la caca; por lo de la bacteria. Domingo quiere saber en qué consiste eso de la prueba: «cagas en un barreño y metes en un bote un trocito de esa caca, y van ellos y lo miran con el microscopio y ven a la bacteria» Domingo se echa a llorar.

Domingo es la fiebre.

Mamá dice que la bacteria es como un tornillo o una culebra o un berbiquí que te taladra el estómago hasta hacerte sangre. Mamá saca la cabeza del caparazón y me da un beso. En las manos tengo una araña que puedo aplastar si aprieto mucho. Mi madre quiere devorar a la araña que tengo en las manos.

Mamá es el dolor.

No voy a decir más mamá, diré mi madre, mi madre, mi madre. Soy ya muy mayor, tengo doscientos años o por ahí, así que diré: madre, madre, madre. Mi padre lee a un tal Faulkner, le han dado un tiro y la sangre le brota del cascarón pero no suelta el libro.

Me miro la mano y en vez de la araña tengo una pistola con silenciador; así que apunto a mi madre, aprieto el gatillo y va y dice la pistola: «quiero devorar a la araña»

Domingo tiene un kiosco de chuches. Que me parta un rayo si no tiene más de mil tipos de chucherías. Mi madre dice que no coma más de dos. Por favor, Domingo, deme usted un sobre de petazeta y una lengua de fresa ácida. Y va él y se revuelve en su escondrijo y tira todo con sus seis patas de enorme insecto. Repta por el techo y se cae, entonces me grita, qué mal le huele el aliento negro, se lame la herida, una raja verde que sangra verde. Domingo es cabezón y no cabe en el kiosco. Que me des las chuches, Domingo. Las bacterias te habrán taladrado ya el estómago.

Domingo es una bacteria. Domingo ladra y babea como un perro rabioso. Que me des las chuches, Domingo. Y va y me da un trozo de carne con gusanos.


Domingo
Que me parta un rayo si ese condenado crío no esconde tras la piel otra piel de reptil. ¿Pues no le he visto perseguir y comerse una araña enorme? Y luego esa forma de arrastrar los pies, como si caminara sobre una pegajosa viscosidad. Entonces va y me dice: Que me des la carne, Domingo, para la bacteria. No pide unas chucherías como los otros chicos. Erre que erre con la carne. Esto no es una carnicería, chaval. ¿Pues no cagó una larva negra tras el kiosco y ahora está todo plagado de centollos que crepitan bajo mis pies? Hoy trajo algo incendiario en la mano. Ese chico quiere quemarme el kiosco.

Cuando asoma tras todos los edificios el gran monstruo, es cuando el chico se larga. Que me parta un rayo si esa criatura enorme no es su madre que le llama.


Elsa
Cuando Domingo mató al enorme monstruo que se asomaba tras todos los edificios, me acerqué apresurada para ver si en el interior de esa criatura estaba mi hijo aun sin digerir. Le rajó el vientre y mi hijo brotó inerme entre vísceras y moco. ¡Hijo, hijo! Grité y sollocé alzando mis tentáculos al cielo de la noche. Restregué la cara de mi niño, aparté esa densidad verde y cáustica y vi la cara de mi padre en el rostro muerto de mi hijo.

Mi hijo es mi padre.

Tejí una tela alrededor de mi hijo para amortajarle. Mi abdomen quedó vacío. Domingo y yo llorábamos por mi padre.

William
Si hay alguien que crea que nunca he querido a Elsa, que hable ahora o calle para siempre. Decidme si no era yo el único en recogerla todas las noches tras sus jornadas en el taller de costura para envidia de las otras chicas. Pero que me parta un rayo si tras el nacimiento de Goyito no mutó en una víbora o cosa así, sobreprotectora del sueño del niño con arcana obsesión.

Elsa es mi mujer.

No consiente que vea dormir a mi hijo. A mí, su propio esposo; mi irreconocible Elsa. Su cara se abre como una cobra y me mira con ojos de ofidio. Ella observa el hondo respirar del crío que suda en la cama. Elsa murmura rezos ininteligibles. Quise matar a Elsa con una pistola pero alguien me tragó de un bocado.

Tras de mí vi seis patas.

Estoy en la panza de alguien, hondamente relajado entre fluorescencias negras y blancas que me dan una luz mínima para leer un libro. Leo y con la uña del dedo índice trato de perforar los tejidos urticantes de este estómago. Por allá arriba se oyen gritos guturales de dolor.

Gregorio
Le doy al enfermero la caquita en el bote. Y va él y retrocede como doliéndose, y empieza a correr por la pared y el techo tirándolo todo con sus seis patas torpes.

El enfermero es enorme.

Es que del bote sale una luz cegadora y dorada que asusta al enfermero, que no cabe en la enfermería de lo grande que es. Se golpea en su rápido reptar de cucaracha americana. Le aseguro que yo traía aquí la caca para lo de la bacteria, señor. Miro la cara del enfermero. Un gran parecido a Domingo.

El enfermero es Domingo; otra vez Domingo.

Mamá me dice que no compre más de dos chuches, por lo de la bacteria. Domingo tiene los ojos quemados. Abrió su gran bocaza y entre las muelas vi trozos de mi casa.



Texto de Garven
Imagen de Pixabay

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