viernes, 13 de julio de 2018

La farola

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Los focos de la farola proyectan su ira anaranjada sobre una solitaria papelera, repleta de hojas y ramas. Durará poco tiempo. El resto del parque urbano permanece a oscuras. Nadie en sus cabales suele adentrarse en los laberínticos senderos por miedo a perderse. 

La farola teme su fin, pero no se rendirá; domina la extensión del parque desde su erguida posición y podría defenderse de las amenazas que le rodean, hasta donde se extienda su fulgor. 

Las demás papeleras conspiran en la penumbra un plan maestro para derrocar, el último reducto de dictadura de la macilenta luz. Al mínimo indicio de sospecha, la farola aumenta el ímpetu de su brillo para desvelar cualquier atisbo de contubernio. Solo teme al oxido que le corroe en días de lluvia. Los primeros pobladores del parque se aferran a la magia de la noche para pergeñar el más maléfico de los planes y conseguir sus propósitos. Un ataque demoledor para silenciar las insolentes bombillas antes de que amanezca. 

Una suave brisa propaga el oculto mensaje. La luna llena se alía, envuelve su resplandor con jirones de oscuras nubes. Los edificios adyacentes corren las cortinas y tapan las ventanas. Como única respuesta, la farola aumenta la intensidad de su rabiosa luz.

En un rincón apartado, el olivo no puede intermediar con su sabiduría. Tampoco escucharían sus ruegos por el deseo de la oscuridad, cada vez más latente, de recuperar el orden secreto de la naturaleza. Las flexibles ramas de los sauces enmudecen el conciliador mensaje. Las bombillas reconocen la estratagema como una traición, tras semanas de lucha, y contestan con duros chisporroteos ante las peticiones de armisticio. Las papeleras bisbisan entre sÌ. La contienda se recrudece. La farola siente amenazado su reino de luz, incluso por su sombra que se alarga y se refugia en la oscuridad. 

Una bombilla se funde por el titánico esfuerzo. La ira palidece. El viento se intensifica, un relámpago sierra el oscuro cielo, la lluvia golpea el parque. Los pinos escupen las pinochas y bombardean el terreno con las piñas que se desprenden. Los irregulares arbustos de los parterres se ondulan. Las papeleras dan vueltas sobre su eje hasta que los chirridos se silencian. 

Las cadenas de un columpio se enroscan al bastidor. En un asiento crece el musgo. La lluvia cesa. La calma regresa. Entre las malas hierbas que trepan por la rampa del tobogán, surge el único testigo de la feroz batalla: un gato que huye entre desgarradores maullidos. Las luciérnagas y mosquitos viajan a otro parque en la parte norte de la ciudad. La emigración será dura entre tanta mole de piedra.


Relato de Eugenio Barragán Fuentes
Imagen de Pixabay



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