miércoles, 9 de agosto de 2017

La misma cantinela

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             La joven corre calle abajo esperando ver cómo el semáforo pasa al rojo, si no lo hace le será muy difícil conseguir un nuevo cliente.

            No quiere arriesgarse a asustar a aquel tipo, la clientela es escasa en esa época del año. Así que, poco antes de llegar al coche, reduce el paso, se abomba el pelo, levanta su minifalda hasta prácticamente dejar el culo al aire, y se desabrocha dos botones de la blusa, por otro lado casi transparente.

            Ella Fitzgerald suena en el Volkswagen. El hombre al volante, de pelo canoso, tez cetrina y gordo como un cerdo recién cebado, la mira con lascivia y deja ver la punta de la lengua entre los labios. “Hace una noche muy mala para que una linda joven como tú ande sola por estas calles oscuras” comenta el tipo.

            Aquel engendrillo es verdaderamente asqueroso, la forma de mirarla le da arcadas. Teme que se dé cuenta del asco que le produce y un antiguo miedo se apodera de ella. Intenta controlarlo respirando profundamente. Debe serenarse, después de todo, un cliente es un cliente. “La verdad es que tengo un poco de miedo” se queja la joven entre risas inseguras “si no fuera por necesidad”.

           “Mi pobre chica bonita” y una sonrisa macabra surca la cara de aquel animal. La lujuria lo devora, le mana de todos y cada uno de los poros del enorme y amorfo cuerpo “Si no fuera por necesidad nadie haría lo que hace, mi pequeña…” Nunca antes le han dado tanto asco aquellas palabras, “mi pequeña”, en boca de aquel monstruo suenan a perversión, a depravación, a pederastia “…pero las necesidades existen. Tú necesitas algo y yo también lo necesito. No hay nada malo en necesitar cosas y en desearlas…”

           Los dedos del hombre tamborilean sobre el volante al compás de una canción que jamás volverá a sonar igual en la cabeza de la joven. Aunque –jamás- es una palabra que da a entender demasiado tiempo.

            La joven mira hacia la parte trasera del vehículo y, con miedo a decirlo, la señala con la cabeza

“-¿me dejas montar?-”

             No hacen falta palabras.

            Los ojos del hombre saltan de sus órbitas cuando uno de los pechos de la joven casi queda al descubierto. En su mente se suceden imágenes de la joven en una cama, desnuda.

“-Claro, monta, zorra, aunque no será agradable… eso te lo puedo asegurar-”

          El hombre asiente con un leve movimiento de cabeza. La mira mientras se introduce en el vehículo, las piernas tersas y suaves (y sin medias) son de una firmeza suprema. Los pechos perfectos (medida estándar; la inmensa mayoría no puede equivocarse) y la cara preciosa, ojos verdes, labios carnosos, melena negra anillada. NO estará igual al final de la velada… eso puede asegurárselo.

           “¿Dónde vamos?” pregunta por fin el gordo. El pescuezo le desborda el cuello de la camisa dejando a la vista una cicatriz poco más abajo de su oreja derecha.

          En su cabeza, la joven lucha por evitar lo que está a punto de hacer. Aún puede salir corriendo y huir de todo aquello. Aquel tipo no la alcanzaría en la vida “No muy lejos, si quieres” dice al fin. Las cartas ya están echadas.

“Q U I I I E E E R O O O”

            Lo hace conducir por oscuros callejones bañados, a ratos, por vagabundos y prostitutas. Por último, entran en un callejón sin salida, oscuro, macabro. Un leve escalofrío recorre la espalda del hombre al penetrar en aquella negrura. “Para”. El coche se detiene con un sonido amortiguado.

               La joven sale del vehículo sacando unas llaves de alguna parte y abre una puerta oculta tras un cubo de  basura, alumbrada sólo por los faros del coche, “¿Entras?”, “Entro”.

            Un extraño olor a antiguo llena la nariz del hombre y lo hace pensar en algo de hace mucho tiempo. “Ponte cómodo” escucha desde algún lugar a su derecha. “¿Quieres una copa?”

            Llega desnuda, con dos copas de champagne. Le ofrece una que el hombre toma sin quitarle los ojos de los pezones, por eso quizás no puede ver la expresión de asco que a ella se le dibuja en la cara y que desaparece, al instante, como por arte de magia. Se bebe la copa de un sorbo y…

            … cae.

            Cree soñar con algo, habitaciones blancas de hospitales inverosímiles, de paredes corredizas y ventanas tapiadas, de luces intermitentes y gritos en no se sabe donde, de un miedo atroz que lo baña todo  y de una muerte danzante que se escabulle y ríe, ríe con una risa insulsa y maliciosa, y malsana y…

            …por fin despierta.
             Abre los ojos y ve a la joven que lo observa desde lo alto. No entiende lo que ha pasado, sólo que está tumbado. Intenta incorporarse pero algo lo tiene aferrado y comprende que está atado en una camilla.

     - En tu situación no deberías realizar esfuerzos. Podrían producirse daños irreversibles en tu organismo.

    - ¿Qué me ha pasado?, ¿Qué me has hecho, puta? Me diste la copa y me drogaste. Suéltame – los gritos suenan por toda la estancia. Es el único sonido.

    - Te he mejorado- la joven habla de forma apaciguada, casi melosa. Al fin y al cabo lo está salvando. - Estabas mal, eras un muerto, estabas atrapado. Pero te he liberado… ya comprenderás”.

    - ¿Qué me has hecho puta loca?- intenta gritar, pero las palabras apenas se oyen. La fuerza se le escapa por los millones de poros que surcan su descomunal cuerpo. Se consume por momentos.

    - Ya te lo he dicho, te he mejorado. Sí hicieras un esfuerzo por comprender dejarías de luchar y me darías las gracias. Debes tener altas miras, intentar comprender la totalidad de la situación.

            El hombre levanta un poco los ojos, intenta verse los pies, pero algo no va bien. Unas cuerdas se extienden desde su cuerpo hasta el techo, desde su cuerpo a las paredes. Desde su cuerpo a… Comienza a llorar.

    - ¿Y estas cuerdas? - consigue preguntar. Los sollozos se hacen más continuos, por fin rompen en un llanto purificador.

    - No son cuerdas dice la joven al fin – eres tu.

    - ¿Yo?- un alarido, entrecortado por el lloro, surge de su boca y… comprende.

            La locura se apodera de él, grita, maldice, llora, llora sangre, suda sangre, como el poema, TODO ES SANGRE y… zas, un corto y cierro, una parada, un colapso, un algo y ella…

            …vuelta a la misma cantinela.

Texto de Migue Carrión
Dibujo a bolígrafo de A. Moreno

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