El sentir al incompleto, de forma superficial, sin apenas rozar con las yemas de los dedos la fina capa que separa la verdad.
De qué sirve sentir si es a medias tintas, en una vida efímera, fugaz, que nos puede dar años, días o minutos sin que tan siquiera nos percatemos de ello.
Perdemos intensidad con prefijos que nos hacen sentir menos aturdidos en la sociedad, con el "yo soy..." añadiendo una etiqueta a todo, por miedo a no ser nada, quizás, bueno, a no ser nada de lo conocido, a no encajar, al rechazo.
Así, acabamos reprimidos por nuestros miedos, sin haber exprimido cada minuto dando nuestra esencia al mundo.
Todo se vuelve egoísta a nuestro alrededor, posiblemente por privarnos a nosotros mismos de lo que necesitamos.
Exigimos lo que no damos, y todo se vuelve una espiral en un sueño repetitivo: ansiedades, depresiones, miedo al futuro, miedo al qué pasará...
El humano intenta extinguir su propia especie, con un veneno casi imperceptible en el caos, peor que cualquier enfermedad.
Texto de Andrea Rodríguez
Imagen de Pixabay
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