jueves, 28 de abril de 2022

Mary Poppins y el mundo de las adicciones

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En el número 3 de la revista, Mayte Nékez desmontaba nuestra infancia exponiéndonos su teoría sobre qué era en realidad el polvo de hadas que usaba Peter Pan para volar. Ahora, Román Pinazo os propone un descenso a los Infiernos de la mano de la dulce y maravillosa niñera Mary Poppins. Al igual que muchos, la película de 1964 estuvo muy presente en mi infancia. Al menos hasta que mi hermana se envició con ella y empezó a ponerla todas las tardes sin excepción, entonces le cogí un poquillo de asco. Aún así, siempre la había considerado una gran película infantil, llena de valores.

Las pasadas Navidades alguien me la regaló en blu-ray y la revisité después de mucho tiempo, esta vez con ojos de adulto. Quedé atónito con lo que encontré. Al principio pensaba que debía tener un problema si era capaz de interpretar ese tipo de cosas en una película para niños, pero cada metáfora era más evidente que la anterior.

Nada más empezar, nos encontramos al simpático Bert intentando ganarse la vida como hombre orquesta. Después de su función, rompe la cuarta pared para recorrer con nosotros la Calle del Cerezo, deteniéndose en la casa del Almirante Boom. Ni diez minutos de película y ya nos está retratando la primera adicción. Y es que, como indicaba la cita del periodista Chris Hedges con la que abría En Tierra Hostil, la guerra es una droga. El Almirante es un señor mayor ya retirado de la marina, al menos en su mayor parte. Su cabeza sigue estando allí, en las fuerzas armadas, listo para el combate. Su desconexión con la realidad es tal que perturba a sus vecinos a golpe de cañonazos y nadie se atreve a decirle nada. Admitámoslo: de pequeños nos tronchábamos con esto, pero en la vida real no sería divertido.

Después, cuando llegamos a casa de los Banks, descubrimos que los pequeños Jane y Michael han desaparecido, hasta que llaman a la puerta acompañados por un agente de policía. Al parecer, habían estado intentando hacer volar su cometa, pero la cosa se les complicó. El juguete tiene unas connotaciones que ya veremos más adelante, cuando lleguemos al final de la película.

Tras el incidente, el señor Banks busca una niñera que «moldee» a sus hijos, pero un misterioso vendaval elimina de la ecuación a todas las candidatas, dejándole el camino libre a la mágica Mary Poppins, que llega a la Calle del Cerezo volando con su paraguas. Tras ser contratada, consigue que los niños ordenen su cuarto y luego se los lleva a dar un paseo al parque.

Ahora vemos que Bert es también un artista urbano, realizando pinturas con tiza sobre las baldosas del suelo. Parece ser que él y la niñera se conocen, y, aunque ella lo niega, él intenta advertir a los niños de su capacidad para hacerles alucinar. Finalmente y como por arte de magia, se meten todos en uno de los cuadros de Bert, pudiendo pasear por un colorido campo, desafiar las leyes de la gravedad, hablar con animales y montar sobre caballos de tiovivo que vuelan. Si esto no es un viaje psicotrópico, ¿qué puede ser? Bert y Mary le han suministrado a los niños LSD o algo por el estilo. El colocón se les pasa cuando empieza a llover y el agua los despierta un poco, pero aún les queda algo de la sustancia en el organismo. Por eso, cuando la niñera les da el jarabe para que no se resfríen, cada uno lo percibe con un color y un sabor diferente (el de ella es ponche, por cierto, y no del sin alcohol).

Jane y Michael siguen entusiasmados por lo bien que lo han pasado esa tarde, pero Mary Poppins, de nuevo, niega que con ella ocurran cosas alucinantes. ¡Shhhhhhh! ¡Callaos, niños! Aquí no ha pasado nada. Aún así, se lo acaban contando todo a su padre, que no parece nada contento con el tema.

Para hacerles callar, la niñera se los lleva de casa con el pretexto de hacer algunos recados. Por el camino se encuentran al perro Andrew, quien les cuenta (sí, el animal; Poppins aún tiene algo de LSD en el organismo) que el tío de Bert sufre un ataque de risa. Cuando van a verlo se lo encuentran flotando en el aire a la atura del techo. Da la impresión de que, atrapado en esa constante carcajada, el oxígeno no le llegue al cerebro. La metáfora aquí es indiscutible: ¡el tío Albert fuma marihuana!  Por si no queda claro, los niños inhalan el humo que impregna el salón y también acaban colocados. Todos lo hacen, hartándose de reír por cualquier tontería hasta que se les pasa el cuelgue.
Al volver a casa, de nuevo Jane y Michael ponen a su padre al corriente de lo que han hecho con la niñera. El señor Banks decide entonces llevárselos a su trabajo para iniciarlos en su propia adicción, el dinero, con la intención de enderezarlos un poco. En el banco todos son unos adictos a las finanzas, incluso intentan lavarles el cerebro con una animada canción. Pero la cosa no sale bien, y los niños acaban yéndose de allí tras verse acorralados. En la calle son encontrados por Bert, quien, además de los oficios en los que ya lo habíamos visto, también ejerce como deshollinador. Está completamente embadurnado de polvos negros (hubiera sido demasiado descarado que fueran blancos), y parece tener las pilas demasiado cargadas para haberse llevado todo el día trabajando.

Acompaña a los niños hasta su casa y la señora Banks lo contrata para que desatasque la chimenea y al mismo tiempo cuide de los niños en ausencia de Mary Poppins, que llega justo en el momento en que Michael es succionado hacia arriba como si se lo hubiera esnifado un gigante, poniéndose perdido de polvos negros. Uno a uno, todos acaban pasando por el conducto tubular, sufriendo un mágico subidón. Por si no queda claro la referencia a la cocaína, la niñera se empolva la nariz (de negro, por supuesto) antes de hacer al grupo desfilar por los tejados, subiendo, subiendo y subiendo por una interminable escalera de humo.

Cuando parece que la cosa se calma un poco, aparecen los compañeros de Bert. Están muy puestos; seguramente sea la forma que tienen de soportar su incesante ritmo de trabajo. Todos los deshollinadores cantan, bailan, corren y brincan por los tejados al compás. Al final, el Almirante Boom pone fin a la diversión con sus disparos y el grupo tiene que disolverse, no sin antes revolucionar la casa de los Banks. Incluso Michael se lo ha pasado tan bien que intenta irse con ellos.

El señor Banks le pide explicaciones a Mary Poppins, pero ésta se le escaquea como si de una adolescente se tratara. De todas formas, enseguida lo llaman por teléfono para citarlo en el banco, dándole un quebradero de cabeza aún mayor. Cuando se presenta ante su jefe, éste le comunica que está despedido a causa del revelo que han generado sus hijos en el banco, y hace que le destrocen su traje y su sombrero.
Después de pasar toda la noche fuera de casa, el señor Banks regresa con un aspecto lamentable, pero bastante contentillo. Ya al principio habíamos visto que el hombre gustaba de tomarse una copita de jerez exactamente a las seis y dos de la tarde. No sería descabellado pensar que, herido en el orgullo, se haya pasado por un bar para ahogar sus penas en alcohol.

Mary Poppins considera que ya ha corrompido suficiente la vida de los Banks y decide marcharse, siendo increpada por el mango de su paraguas con forma de loro (vaya morado que llevamos todavía, Mary). Pero no se va sin antes asegurarse de que el padre ayude a los niños a volar con su cometa. Aquí regresamos a lo que os prometí al principio.

Analicemos la letra de la canción: «Con pocos peniques reunir tu cometa puedes lucir. Sin los pies levantar cual ave volar y el espacio surcar, y las nubes tocar. Qué gran gozo da ver que se va y se va, hay que procurar soltar el cordel...» Una vez en la calle, con toda la familia Banks entusiasmada, nos encontramos a Bert, de nuevo, desempeñando un oficio diferente. Esta vez es vendedor de cometas, y está haciendo su agosto tanto con niños como con adultos. Lo vemos promocionando su producto mientras continúa con la canción. «Cuando ves que empieza a flotar tú también te sientes volar. La cometa al subir tú podrías seguir y el espacio surcar, y las nubes tocar.» ¿Adivináis cuál es la droga que, según sus consumidores, provoca mucho gozo, te hace sentir como si flotaras y una vez suministrada tienes que soltar el cordel que previamente te has atado en el brazo?

Así es. La cometa una metáfora de la heroína, y Bert es el camello del barrio. Aprendiz de todo y maestro de nada, utiliza sus múltiples trabajos como tapadera y también para encontrar clientes (con el gremio de deshollinadores se ha tenido que forrar). Mary Poppins en su gancho, su ángel de la guarda que consigue que el negocio prospere. Al final, levanta el vuelo en busca de otros niños a los que captar. Cuando los encuentre, Bert se encargará de anunciar la llegada a sus incautos clientes potenciales. «Viento del Este y niebla gris anuncian que viene lo que ha de venir. No me imagino qué irá a suceder, mas lo que ahora pase ya pasó otra vez.»

Texto de Román Pinazo
Imagen de Pixabay adulterada por Antonio Moreno 

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