martes, 12 de abril de 2022

Hispalis

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Eran otros tiempos, las guerras púnicas hacían mella en la Tierra. El poder, el hambre de ser grandes y las invasiones predecían cambios. Y la ciudad fue conquistada por Julio César y le puso el nombre de Hispalis.

Hoy en día, esa ciudad es mujer. Son tiempos felices entre abrazos, búsquedas y paseos por los parques durante el verano que nos encontramos. De ellos, germinó la valentía de dicha fémina, la desfachatez de ofrecerme besos en los portales, enredarme en su lengua como si no tuviéramos final o el periodo de paz después de caóticos años de entreguerras. El naufragio lo salvamos a golpes de complicidad, con ese cruce de miradas confirmando nuestro próximo atraco sin tener miedo a un futuro.

Los romanos se equivocaron. Esa localidad del sur ahora es mujer. Con condición de hembra libre, arrasa con mis monedas que silban en los bolsillos, lentamente te conduce a los lugares más hermosos de la capital y seduce a los transeúntes que se mueren por ser cada uno de nuestros planes pendientes. No es de armas tomar, tiene matices libertarios y, a veces, los tacones de sus zapatos le juegan una mala pasada. Y aquí es cuando la abrazo. ¿Dónde ibas?

La urbe se convierte en mujer. Sueña con escribir crónicas parisinas, con un mañana mejor donde el serrín del hierro fundido se convierta en un campo de naranjos mientras lee a Dickinson o Whitman con la esperanza de no ser jamás una cualquiera. Y ni tan siquiera lo sabe: no es una más. Es esta ciudad donde habito, es el trayecto desde la escuela a la sala de billares, la lectura entrelíneas que el demente reclama antes de morir y la orilla de mi neceser cada vez que sale de casa.

Esta ciudad no es ni fantasía ni amante, sino otra clase de mujer. La que me abraza todas las tardes en el sofá, la que conquistó mis agallas. Ella.

Texto de Javier Gil
Imagen de Pixabay 

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