viernes, 28 de enero de 2022

El Grito (Edvard Munch, 1893)

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Hay muchas teorías sobre qué produjo que Munch pintase El grito, pero todas se alejan de la realidad. El problema es que muchas veces el suceso que desencadena todo… no es comercial. Hay que vestir las obras para poder presentarlas en sociedad. Sin embargo, angustiado por el peso de la mentira que había crecido alrededor de sus trazos, en una taberna de poco renombre me confesó el porqué.  

Llevaba todo el día caminando, se detuvo a observar Oslo desde la colina de Ekeberg. Le dolían los pies, especialmente el dedo gordo. Era como si chillase ‘No puedo más. Para, cabrón’. Los otros sentían la misma opresión, el calor, el roce con materiales baratos. Pero aquel gran dedo eclipsaba la pesadumbre de los otros. Quizás una ampolla reventada. Tal vez una uña enconándose.

Los rayos infrarrojos que se arrojen sobre este lienzo comprobarán que al principio había cuatro figuras más pequeñas situadas junto a la protagonista. Todas con actitud de desasosiego. Los colores cálidos del fondo inmortalizan ese momento de exasperación, las tonalidades frías hacen alusión a la enajenación que produce un pinzamiento tan agudo.

En las siguientes versiones del cuadro fue quedando tan sólo esa figura andrógina. En primer plano el tormento. Quería reflejar esa sensación plásticamente audiovisual de su dedo chillando tras el zapato. Le dio un carácter humanoide para que la gente pudiese verse reflejada en él y, por qué no revelarlo, para poder colocarlo como parte del movimiento expresionista y así tener una oportunidad de venderlo.

Ese icono cultural ha estado a salvo todos estos años. No había encontrado una época o vía en la que poder hablar con total tranquilidad sin pasar antes por la hoguera u horca. Ahora que existen revistas culturales donde no hay ley mordaza… puedo decirlo. Esa figura que aúlla de dolor, ese ente… no es más que un dedo gordo.

Texto de Saray Pavón

Imagen, obviamente de Munch

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