miércoles, 21 de abril de 2021

¡Horror! ¡Es una chica!

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Uno de los motivos por los que me convertí en adicto al Castlevania: Symphony of the night (Konami, 1997), fue su apartado artístico. Desde que lo jugué por primera vez en PSOne me enamoró su portada barroca y cargada de romanticismo. Tengo que reconocer que por aquel entonces hacía uso de la magia de los mercadillos y la calidad de la imagen detrás del cutre plastiquete dejaba bastante que desear. 

La obsesión era tal que busqué en las revistas especializadas y me hice con un pequeño poster que a saber dónde estará. Pero no era capaz de encontrar la fuente, ese espíritu creativo que me llenaba de envidia sana y que, no sé muy bien por qué, siempre pensé que era un tío. Uno de esos artistas japoneses demasiado buenos con los pinceles y pobres con la pluma para dedicarse al manga. Pasé a otras cosas y seguí encandilándome con los siguientes títulos de la saga, cuyo estilo artístico se reconocía fácilmente. Hasta que llegó la reedición del clásico en PS3. Entonces el furor volvió y me puse a investigar, ahora con más medios y más conocimientos en navegación por los mares de Internet. 

Así fue como descubrí que el artífice de semejantes obras de arte era una mujer, Ayami Kojima. Parece que este apellido, aunque no tenga ningún parentesco con el otro genio Hideo, está destinado a grandes cosas. Pero si os soy totalmente sincero, algo dentro de mí siempre intuyó que esa sensibilidad y ese gusto por el gótico más preciosista venía de unas manos femeninas. 

Como detalle final, un apunte. Esta maga de los lienzos domina el lápiz, con el que hace los bocetos iniciales. Luego demuestra su destreza con el carboncillo o la tinta china para las sombras. Su aparente maestría diluyendo acrílicos queda patente en los colores, mientras que su habilidad con la espátula y la pasta de modelar puede apreciarse en el resultado tridimensional de la mayoría de sus obras. El toque final de degradado en los colores es posible gracias a su manejo del agua y sus dedos. Una vez está asentada la base de la composición aplica magistralmente pinturas metálicas con espátula y, para rematar realza con brillos usando esmalte de polímero. Esto no sería tan sorprendente si no fuera por el detalle de que es totalmente autodidacta. Cuando fue descubierta trabajaba como secretaria y no había recibido ninguna formación artística. De eso que estás un día en la oficina y vas y creas al majestuoso Alucard, inmortalizando, valga la redundancia, una exquisita saga para la posteridad.

Texto de Antonio Moreno 

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