viernes, 5 de mayo de 2017

Demasiado viejo para seguir siendo fontanero

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Llegué sin saber cómo a aquel lugar perdido de la mano de Dios. Un enorme tobogán pestilente me dejó allí, cubierto de mierda de quién sabe dónde. Aparecí al otro lado, confuso, contuso, maltratado por aquel interminable tubo. Cuando tomé conciencia me percaté del asunto. Estaba en un mundo desconocido, en una ilusión delirante, pero al parecer era así como debía ser. Caminé unos pasos y comencé a ver las primeras ensoñaciones: ladrillos en el aire.

¿Qué era aquello? Jamás había visto tal cosa. Me acerqué para comprobar su consistencia. Yo me veía bastante pequeño, me sentía minúsculo, pero sin dudar salté hacia ese pequeño muro suspendido. Me hice daño en los nudillos y me di cuenta de que estaba demasiado duro. De pronto, un extraño ser apareció de la nada, un esperpéntico bichejo con cabeza de seta marrón de la que salían sus irrisorias patas. Caminaba de lado, hacia mí, y no tenía intención de detenerse. Me producía bastante terror, así que, de forma irracional, salté sobre él.

Automáticamente, desapareció…
Permanecí allí de pié, extrañado, mirando a mi alrededor, temeroso de que apareciera un nuevo monstruo. Pero solo veía montañas sonrientes y más ladrillos en el aire. Volví a caminar unos metros. Ahora, uno de los objetos suspendidos parecía ser una caja dorada, de un insólito brillo intermitente. Con un poco menos de miedo, volví a saltar y la golpeé. De ella surgió una apetecible amanita de colores vivos. Tras el viaje a través de la gran cañería estaba exhausto y hambriento, así que decidí comerla.

Algo extraordinario comenzó a ocurrir en mi interior. Una fuerza que jamás había sentido afloró en todos mis músculos y noté como empezaron a crecer. Noté como empecé a crecer. Cuando esa metamorfosis hubo terminado, miré mis manos. Eran enormes y mucho más fuertes que antes.

Me sentía menos vulnerable. Aquel nuevo estado me produjo curiosidad y, por qué no, ganas de matar más monstruos. Así que corrí hacia delante, con la mitad de miedo, aunque todavía confuso. A lo lejos pude ver varios de aquellos tubos. Esta vez salían del mismo suelo y llegué a intuir que conducían a un inframundo aun más absurdo. De repente, tuve que detener en seco mi carrera hacia la cordura. De una de aquellas tuberías emergía periódicamente una enorme planta carnívora de fauces aterradoras.

Que suerte he tenido al no tropezarme con una de estas cosas durante mi viaje en cañería hasta aquí, pensé. Aquel engendro malvado se asomaba cada varios segundos a dar dentelladas al aire, sin embargo, aun con mi renovado poder, no me atrevía a pasar entre sus dientes.
Así que corrí, pero en la dirección opuesta, bloqueado por el miedo. Corrí sin mirar atrás hasta que topé con un muro invisible que me impedía el paso. Podía ver todo el camino recorrido, pero no podía llegar hasta él. Tras luchar unos segundos contra mi propia impotencia, miré desesperado a mi alrededor. Allí estaba de nuevo. Otra de aquellas brillantes cajas flotantes me desafiaba a ser golpeada. No la hice esperar un segundo, tenía la esperanza de que contuviese una nueva y rica seta. Pero esta vez ocurrió algo diferente. De aquel bloque surgió una flor de tallo verde y pétalos de un naranja que me recordó al fuego. No era nada suculenta, jamás había comido una flor y aquella no iba a ser la primera vez. Pero ejercía una fuerza irresistible sobre mí y me vi obligado a tocarla. En el momento en que rocé su suave superficie una nueva experiencia tomó posesión de mí y de mi cuerpo. Convulsioné y entré en un extraño estado de catatonia en el que pude ver como mi ropa parpadeaba y cambiaba de color durante unos escasos segundos que me parecieron eternos. Tras unos instantes de estupor, conseguí tomar el control de mis músculos.

En cuanto a fuerza física, no aprecié ningún cambio, me encontraba tan vigoroso como antes, pero en mis manos sentía un calor inusual. Intentaba comprender qué nuevo favor me había otorgado aquel brote colorido, fijando mi atención en la palma de mis manos, concentrado en el inusitado brillo candente que desprendían.

De pronto, en mi mano derecha se formó una radiante bola de fuego que, asustado, lancé sin mirar a dónde. Aquel orbe incandescente comenzó a rebotar sin detenerse en su frenético recorrido, reafirmando mi suposición de que el delirio había por fin acabado con el buen funcionamiento de mi cerebro. Sin embargo aquella locura era lo más útil que me había pasado desde que aterricé en aquel mundo.
Me abalancé con una enorme sonrisa bajo mi no menos enorme bigote sobre aquella mata asesina con uno de mis proyectiles en la mano, derrotándola al instante. A partir de aquel momento todo empezó a ir sobre ruedas. Es cierto que perdí el poder en varias ocasiones, pero lo volví a recuperar otras tantas. Por fin capté el sinsentido, lo único que tenía, debía seguir adelante con la precaución de que el ataque de ningún monstruo acabara conmigo. Y así a lo largo de ocho mundos diferentes, cada uno con un clima y una fauna propios. Y en cada uno de ellos un lóbrego castillo custodiado por un gran saurio. Tras derrotarlos uno por uno, liberaba a una especie de hombre-seta que siempre me repetía la misma frase: Lo siento, pero la Princesa está en otro castillo. Hasta que al final del último de los mundos que tuve que visitar, pude rescatar definitivamente a la dichosa princesa. Una pija, una niña de papá que en la intimidad de mi apartamento era una fiera deslenguada y salvaje.

Lo peor, doctor, es que no me ha vuelto a llamar. ¿Cree usted que podré superar todo aquello alguna vez?

Texto y dibujo (técnica mixta) de A. Moreno

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