sábado, 2 de julio de 2022

Una pelea

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Hay un semáforo en este cruce
que nunca me dejó paso.
Hay un sueño que me lleva
sobre aceras movedizas
entre edificios ficticios
(que van a caerse).
Un silbido se arrastra
como una sombra de las azoteas
y escucho pasos
detrás de mí
cada vez más cerca…

Hay en mí durmiendo una pelea.

La ciudad entra en mí para habitarme,
sigo sus caminos con una lejana sensación de libertad,
pues sigo sus hábitos y cumplo sus ritos
leo sus carteles y hago de su ruido cotidiano
mi propia verborrea sentimental.

Y sólo pienso allí donde paro por casualidad.

Hay peleas que son peleas sólo cuando duermen.

La rueda de metal cruje,
y deja fuera otra mujer descualificada,
de vuelta en la plaza tropieza con los restos de una protesta
y al llegar a casa toma conciencia de su propia extinción.

Hay peleas que duermen hasta la muerte.

Fuimos a esa manifestación, en la plaza,
luego nos dispersamos cerrando aquel paréntesis
(la clase obrera está obsoleta),
de vuelta a casa me hablabas de ese sueño tuyo
que pende del crédito en el banco.
Y yo mientras pensaba en una enorme pizza
colmada de ideologías y demás ingredientes;
al fin y al cabo en la democracia como en la pizza
el secreto está en la masa.
Más tarde al irte escribí algo,
no creo que te guste.

Hay peleas que nacen y se duermen,
Hay peleas que duermen desde antes de nacer.

La ciudad artificial nos muestra su naturaleza biológica
ha levantado con nuestras manos bloques de piedra
y se ha insertado en nosotros como una cremallera que,
cada noche, a cada uno de nuestros sueños se cierra.

Hay peleas que duermen y no dejan dormir.

Anoche desperté de uno de esos sueños de sopa boba y pan duro.
Y en la ventana nueva la ciudad quedó expuesta a mis viejos ojos;
hay en cada espejo que cuelga de sus fachadas
hay en cada cristal que se quiebra,
en cada luz que se apaga hay durmiendo una pelea.

Que nadie me nombre allí donde despierte.


Poema de Javier Martínez López
Imagen de Pixabay

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