viernes, 10 de mayo de 2019

El Cazador De Dioses - Capítulo 8: Error Fatal

0



Anteriormente en El Cazador De Dioses...


El grupo de Palmer se movía por la nave de forma no muy diferente a como lo hacía el de Clark. Después de que April asegurara el cierre de la sala de carga, exploraron la zona en busca de supervivientes. Grijalba estaba aterrado, no paraba de sudar, pero seguía adelante a pesar de todo. Ayudaría a su amigo a encontrar a Tyagi, o al menos estaría con él cuando no tuviera más remedio que asumir lo peor, que era lo más probable. Lewis habló a través del comunicador, pegándole un pequeño susto.

– Palmer, ¿estáis bien?

– Sí – le respondió el cocinero en voz baja. – Aún no hemos encontrado nada.
    – Nosotros acabamos de sufrir un ataque. Onatopp ha muerto, y también hemos visto el cadáver de Kruger. Tened cuidado con el cavernícola, se ha hecho una lanza con una tubería de hierro y un trozo de cristal.

– Mierda. Recibido.

Grijalba detuvo a Palmer posándole una mano sobre su hombro. Había sentido algo. Una respiración, pero no una cualquiera. Era más salvaje, más primitiva. Consiguió localizar su origen: la sala de las taquillas. Seguramente, el salvaje había ido allí a husmear entre sus cosas y aprender de aquellos a los que consideraba enemigos. El encargado de la limpieza se lo imaginaba olfateando su ropa interior, y se adelantó a sus compañeros blandiendo el cuchillo. Pasara lo que pasara, aquel desgraciado iba a llevarse una buena puñalada. El cazador cazado.

Sus compañeros intentaron detenerlo negando con la cabeza y las manos, procurando no hacer ruido, pero no percibió sus gestos o no quiso hacerlo, presa del ansia. Entró corriendo en la sala, lo más sigilosamente que pudo, y atacó con su cuchillo. Palmer y April oyeron un rugido de dolor, pero no sonaba como cabía esperar. Era demasiado grave para haber sido emitido por un ser humano, ni siquiera por uno del pleistoceno.

¡Hostia puta! – exclamó Grijalba – Lo siento mucho, tío. De verdad. Lo siento...

El cuchillo cayó al suelo. El cocinero y la mecánica entraron corriendo y encontraron a G-Carl herido de gravedad.

Milagrosamente, el hipergorila se había salvado cuando el cavernícola reventó la ventanilla de la sala de carga, disparándose a sí mismo con su pistola gravitacional para lanzarse lo más lejos que pudiera, y después agarrándose aquí y allá con su fuerza animal, trepando horizontalmente. Logró salir de allí justo antes de que se sellara la puerta. No pudo ayudar a nadie más, todos fueron succionados por la ventanilla y escupidos al espacio exterior. Después se escondió cerca, en la sala de las taquillas. Intentó contactar con sus compañeros, pero su comunicador de muñeca resultó dañado durante la descompresión. Además, aún tenía que recuperar el aliento, ya que un disparo de pistola gravitacional a quemarropa no era mortal, pero sí muy doloroso. Un pitido le taladraba los tímpanos desde que usó el arma contra sí mismo y, aunque ya empezaba a disiparse, aquello le impidió sentir la presencia de sus compañeros cuando se le acercaban sigilosamente. Se disponía a coger un fusil letal y dar caza a aquel desgraciado al que nunca debieron rescatar del hielo, pero antes de que le diera tiempo a introducir el primer dígito en la clave de seguridad de su taquilla, fue atacado a traición por el homo sapiens que no se esperaba.

Grijalba perdió los nervios y se puso a gritar, maldiciéndose a sí mismo. April y Palmer atendieron al herido. El cocinero le preguntó por Tyagi, pero el G-Carl no estaba en condiciones de hablar. Dos regueros de sangre caían por las comisuras de sus labios. La única respuesta que pudo darle antes de morir fue una negación con la cabeza. Para su desgracia, Palmer comprendió perfectamente el significado de aquel gesto. Nadie más de su grupo había sobrevivido. Quedaban cinco tripulantes: los dos pilotos y ellos tres. Dos, mejor dicho.

Algo sanguinolento asomó por el pecho del encargado de limpieza, reventando su caja torácica. Un fragmento de cristal grueso y puntiagudo. Por fin había encontrado al cavernícola, aunque no de la forma que le hubiera gustado. Grijalba miró al suelo antes de desplomarse sobre él, vio las manchas de sangre y pensó «menos mal que no voy a ser yo quien limpie todo esto».
April se levantó y tiró de Palmer para ayudarle a incorporarse, perdiendo ella el equilibrio y chocándose contra una taquilla. Cualquier ser humano habría perdido el sentido con semejante golpe, pero ella estaba hecha de otro material.

Novela por entregas de Román Pinazo 
Ilustraciones de Oscar Silvestre


0 críticas :

Publicar un comentario