sábado, 30 de mayo de 2020
Cuando te hallas abandonado a tu suerte el corazón late con fuerza, de modo extraño y profundo. Te estremeces y las palabras giran en tu cabeza. El único signo de vida era el trozo de lona desgarrada que ondeaba suavemente ante la puerta del barracón. Lo demás: silencio.
"Bailando con Lobos" es un libro de Michael Blake que narra la historia del teniente Dunbar, héroe de la Guerra de Secesión norteamericana, que por las circunstancias se ve obligado a permanecer solo en un fuerte fronterizo hasta que un grupo de comanches instala su campamento de verano en las inmediaciones. Esto le permite conocer el modo de vida de los indios y... tendrás que leerlo para saber más o ver la versión cinematográfica que está dirigida y protagonizada por Kevin Costner.
jueves, 28 de mayo de 2020
En un instante, en un futuro
Perpetrado el
jueves, 28 de mayo de 2020
Un insignificante punto de luz se cuela a través de un orificio en la pared y amenaza el largo reinado de la oscuridad. Las tinieblas se inquietan, no pueden soportar el mínimo indicio de debilidad. Desmoronaría la fe de sus adeptos y finalizaría la larga tiranía de las sombras. El silencio calla. Prefiere que otros se entrometan, con gestos y ademanes, y aguarda desde hace siglos, para que alguien rompa su misterio.
La incipiente claridad esboza una cama en una habitación, una colcha deshilachada en el suelo, una canasta sobre el colchón. La cabeza de un gato reposa sobre un asa. Un conjunto inmóvil, como el mismo tiempo, detenido sin más en el preciso instante.
Los esbirros alcanzan con rapidez los límites del reino: Las paredes que mantienen los secretos del paraíso perdido. Todas las fuerzas se despliegan para examinar el pequeño orificio. Perciben una fuerza maligna que creían derrocada con los últimos albores de la humanidad, casi pueden acariciar ese halo mágico, nunca visto ni recordado.
Tras una arenga, algunos esbirros sucumben ante el poder absoluto del resplandor. La luz se agazapa en el exterior, pugna por entrar. Las sombras recaban información y la transmiten por los infinitos caminos. La amenaza es real.
Nadie podía imaginar que la indomable luz regresara desde más allá de los primeros principios. El resplandor avanza lentamente, su poder se extiende por el vacío. Las fuerzas de la oscuridad se conjuran con las tinieblas. Los oscuros y los tristes salen de entre las sombras con los pasos cargados de suspiros. Han de acallar al enemigo antes de que imponga su dominio absoluto. La habitación vibra. Todo tiembla. El silencio puede romperse y así sucede: un silbido resquebraja la pared. La cegadora luz se hunde en la oscuridad.
Unos ladrillos conservan la sombra del gato, por unos segundos, hasta que se torna incandescente y se funde. El silencio habló por última vez.
Poema de Eugenio Barragán
Imagen de Pixabay
martes, 26 de mayo de 2020
Clare Romano
Perpetrado el
martes, 26 de mayo de 2020
Clare Romano es una estampadora y pintora internacionalmente conocida con sus obras en el Museo Metropolitano del arte, el Museo de arte moderno, etc. Es coautora en colaboraciones con su marido, John Ross, de The Complete Printmaker (1972), The Complete Collagraph (1980) y muchos otros manuales de la estampación, que han comenzado a ser el estándar para textos universitarios.
Texto de Saray Pavón
Estampas de Clare Romano
domingo, 24 de mayo de 2020
Sabed que ya no hay noche
Perpetrado el
domingo, 24 de mayo de 2020
Sabed que ya no hay noche
que no brilla la luz en las mesillas
y que el agua se apresta a ser bebida
cuando llegue el insomnio.
Sabed que el aire se hace denso
y que pesa en los hombros
y en la lengua
un millar de alfileres horadan la saliva
mientras riegan las calles
dos mil gotas de lluvia destilada.
Ya no hay noche.
En la desolación de los espejos
brilla un fuego concreto de metales
que aviva el desamparo de los números.
que no brilla la luz en las mesillas
y que el agua se apresta a ser bebida
cuando llegue el insomnio.
Sabed que el aire se hace denso
y que pesa en los hombros
y en la lengua
un millar de alfileres horadan la saliva
mientras riegan las calles
dos mil gotas de lluvia destilada.
Ya no hay noche.
En la desolación de los espejos
brilla un fuego concreto de metales
que aviva el desamparo de los números.
Poesía de Mª Cinta Montagut
Imagen de Pixabay
viernes, 22 de mayo de 2020
Un bolígrafo
Perpetrado el
viernes, 22 de mayo de 2020
Mi amigo alquila otra vez el local. Se le han ido los que vendían cartuchos de tintas y tóneres. Mi amigo se afana en adecentar el local por si otros llamaran al teléfono del cartelón que ha puesto en el escaparate. Entro y hablo cordialmente diciéndole que es un buen sitio para otro negocio; que seguro se interesarán pronto otros emprendedores. Reparo en un bolígrafo tirado en el suelo; objeto que se ha olvidado o perdido durante el éxodo de la pequeña empresa. Lo cojo y veo que tiene publicidad de la anterior tienda. Me lo guardo; mi amigo no lo ha visto o no ha querido verlo. En cualquier caso es algo intrascendente. Este bolígrafo arrojado al suelo es una cosa sin importancia pero un tesoro lírico que quiero llevarme a casa, adoptarlo toda la vida. Es de los que tiene un botón arriba (punta retráctil) navaja de la escritura. Para mí sí es importante, mucho.
Lo pruebo y pinta. El tuétano aún caliente e industrial del bolígrafo; qué papeles llevaron la rúbrica viscosa de su esfera. En qué cazuelas hirvieron esas viscosidades. Qué manos jornaleras han enroscado sus engranajes; qué sindicato afilia esas manos. Cuando las manos mueran les sobrevivirán aún los bolígrafos. Qué trenes militares han traído el ejército ligero y acorazado (exoesqueletos de plástico) de estos bolígrafos. La publicidad le sienta mal, hay logos sobados que se están borrando. Entonces quito eso con un algodón mojado en alcohol; quito la camisa de la tienda y esto lo deja en el amplísimo hogar de lo genérico. Bolígrafo como un lápiz de traje y corbata que ha ascendido a las altas plantas del cuerpo ejecutivo. Lápiz que ha madurado ya su punta eyaculadora y puede fecundar con su semilla de colores perpetuos las hojas inmaculadas de los cuadernos o el vientre fácil de un albarán. Bolígrafo como un robocop de los lápices, prole del manuscribir; como el espécimen macho de las estilográficas, o hijos de ellas; aquellas señoronas recargables como un revólver, abuelas románticas para lo escrito y dibujado. Ellos nunca olvidan su árbol genealógico con la imagen de un lápiz en lo más alto, patriarca Neanderthal que todavía pisotea con sus sucias suelas de carbón algunos de nuestros papeles. Con el bolígrafo escribo estas notas y algunas cosas me las cuenta él solito: su autoboligrafía. Después pasaré lo manuscrito a máquina, en marciales escuadrones de párrafos; perfecta formación virtual; disparos de mecanografía, fuego contra mi caligrafía que no tira a matar. Es un juego necesario. Acerco la oreja y escucho el trueno rodante de la bola. Planeta enano y potencialmente habitable. El bolígrafo.
Lo pruebo y pinta. El tuétano aún caliente e industrial del bolígrafo; qué papeles llevaron la rúbrica viscosa de su esfera. En qué cazuelas hirvieron esas viscosidades. Qué manos jornaleras han enroscado sus engranajes; qué sindicato afilia esas manos. Cuando las manos mueran les sobrevivirán aún los bolígrafos. Qué trenes militares han traído el ejército ligero y acorazado (exoesqueletos de plástico) de estos bolígrafos. La publicidad le sienta mal, hay logos sobados que se están borrando. Entonces quito eso con un algodón mojado en alcohol; quito la camisa de la tienda y esto lo deja en el amplísimo hogar de lo genérico. Bolígrafo como un lápiz de traje y corbata que ha ascendido a las altas plantas del cuerpo ejecutivo. Lápiz que ha madurado ya su punta eyaculadora y puede fecundar con su semilla de colores perpetuos las hojas inmaculadas de los cuadernos o el vientre fácil de un albarán. Bolígrafo como un robocop de los lápices, prole del manuscribir; como el espécimen macho de las estilográficas, o hijos de ellas; aquellas señoronas recargables como un revólver, abuelas románticas para lo escrito y dibujado. Ellos nunca olvidan su árbol genealógico con la imagen de un lápiz en lo más alto, patriarca Neanderthal que todavía pisotea con sus sucias suelas de carbón algunos de nuestros papeles. Con el bolígrafo escribo estas notas y algunas cosas me las cuenta él solito: su autoboligrafía. Después pasaré lo manuscrito a máquina, en marciales escuadrones de párrafos; perfecta formación virtual; disparos de mecanografía, fuego contra mi caligrafía que no tira a matar. Es un juego necesario. Acerco la oreja y escucho el trueno rodante de la bola. Planeta enano y potencialmente habitable. El bolígrafo.
Texto e imagen de Garven
miércoles, 20 de mayo de 2020
Conversación con la muerta
Perpetrado el
miércoles, 20 de mayo de 2020
Harto de dar vueltas en la cama mientras el reloj me decía “no dormirás”, me levanté, me vestí con lo primero que encontré y salí a la calle a deambular por la noche sin estrellas y un frío húmedo que se metía en los huesos. Estaba inmerso en una titánica lucha entre mi mente y el corazón cuando escuché una voz que me llamaba.
-Hey, vos, si vos, ayudame por favor, necesito hablarte.- Me di la vuelta y la vi, preciosa ella con cabello rojizo, ojos verdes como esmeraldas y una palidez que me recordaba a la luna. Llevaba un vestido blanco hasta los tobillos y estaba descalza. Se me acercó y me dijo con voz apagada:
-Hola, me llamo Cecilia y necesito hablar con alguien.-
No parecía peligrosa por lo que le dije de sentarnos en un banco de plaza allí cerca. Caminamos esos pocos metros en silencio. Noté que su paso era algo errático pero no parecía alcoholizada, tampoco drogada. Nos sentamos debajo de un farol cuya luz encendía y apagaba.
-Decime Cecilia, ¿te puedo ayudar en algo?- le pregunté.
-¿Cómo te llamás?- me preguntó. Al no responderle miró hacia abajo y dijo:
-Está bien, ya no importa, nada importa pues ya es tarde.- Al ver mi cara de asombro, intentó tranquilizarme.
-Para mí es tarde, ya estoy muerta.- dijo. Me levanté de mi asiento y me alejé unos metros.
-Tranquilo, no seas cagón que los muertos no pueden hacer daño. Solo los vivos lo hacen. Vení por favor, sentate.- Y me sonrió. Me acerqué y le pedí me contara porque decía eso.
-Pues porque acabo de morir, tonto. Cuando me vaya, andá hasta el baldío de Solís y Azcuenaga, allí me encontrarás. No estoy muy presentable eso sí, me violaron y me mataron a cuchilladas.- dijo otra vez entre sonrisas.
-¿Puedo pedirte algo?- Yo asentí con la cabeza.
Cuando veas a mis padres deciles que su hija los perdona, que a pesar de la frialdad que demostraron siempre, yo nunca dejé de amarlos. Que a pesar que no me cuidaron, esto no es culpa de ellos, es solo mía que salí sola a caminar en medio de la noche cuando las mierdas humanas salen para esconderse entre las penumbras con el fin de asaltar a otros. ¿Sabés que me morí virgen? Nunca hice el amor, no tuve tiempo. Y ahora es tarde. Si se pudiera te pediría a vos me lo hagas. Al menos sabría que se siente. En fin. Cavilaciones de una muerta…
Ah…y te pido un último favor, deciles a mis viejos que me cremen y esparzan mis cenizas en el mar. ¿Sabés que amo el mar? Y el cielo también. Espero sea lindo el lugar al que voy…
Mientras ella hablaba y yo escuchaba, su vestido blanco se volvía rojo sangre. Fue allí que me di cuenta que estaba muerta. Volteé la mirada hacia todos lados para saber dónde me encontraba pues el impacto de tal conversación fue contundente y estaba confundido.
Al regresar la vista, Cecilia ya no estaba. Comencé a correr hacia el lugar que me había indicado. Allí estaba, tendida en el pasto, entre arbustos y sangre. La levanté y llorando grité su nombre…
Me desperté muy angustiado, al borde de la desesperación. El sueño había sido tan vívido que podía sentir el perfume de Cecilia. Me vestí como pude y salí a la calle rumbo a Solís y Azcuenaga.
Al llegar presencié a un montón de curiosos y la policía ya estaba allí. También una ambulancia. Habían encontrado el cuerpo de una joven mujer asesinada. Intenté llegar hasta el lugar para ver su rostro pero alguien me tocó a espalda y me detuve.
Era ella, estaba radiante y vestida de blanco.
-Si, la muerta soy yo, no hace falta verme allí. Gracias por escucharme, te amo. Adiós…-
Relato de Ricardo Mazzoccone
Imagen de Pixabay
lunes, 18 de mayo de 2020
La estafa y el arte (XV)
Perpetrado el
lunes, 18 de mayo de 2020
Texto e ilustración Garven
sábado, 16 de mayo de 2020
III
Perpetrado el
sábado, 16 de mayo de 2020
La bruma me envuelve con su frío aliento, amenaza con agotar el espeso aire de mis pulmones, la visibilidad es nula, la humedad cala la ropa. La vaina de la espada marca un rastro sobre el barro. Mis pies chapotean. Tiro del abollado casco, arranco la venda, amaso el grasiento pelo. La cabeza me pesa, el pensamiento huye con el deseo de regresar a mi casa. Esa casa que se desdibuja de mi mente tras años de lucha. La brisa sopla, refresca mi piel tiznada, despeja el turbio ambiente. El batir de alas en derredor me aturde. No deseo girarme, solo seguir sin rumbo fijo, alejarme. Los campos arden junto a los estandartes.
Camino por el alambre de las aguas serenas. Los oscuros pájaros del interior de mi cabeza salen de estampida, chocan entre graznidos y vuelven a caer. Resuena un tic, lento; un tac, impreciso. La hora yace en la caja del reloj. La manada de pájaros se orienta, picotea el interior de mis párpados, abren una brecha. Buscan al hierofante entre la bruma. El resplandor oscurece la luz. Un torbellino de ángeles asciende por la sombría brecha de luz. Los segundos huyen, los minutos se desvanecen, las saetas se apartan, se reclinan, se retuercen con su propia sombra. El alambre se destensa entre el claroscuro de luces y silencios.
El tiempo se detiene y duerme sin que nada lo espolee. La claridad de la luna henchida, ilumina tu frente, tus párpados se abren por la caricia, la pupila brilla por un instante. No pudiste huir a ninguna parte, no pudiste, no. El viento arrecia, arrastra un mar de cenizas y hojarasca, y cubren tu tez exangüe. Todo trepida y la calma se sacude en tu ausencia. Invoco la palabra vacía y sin nombre. Las cuerdas vocales vibran. El grito se expande en el laberinto de las palabras, el silencio calla porque no puede ser roto ni perturbado. Allí permanecerá, atascado entre las manecillas del reloj. Tapono la salida y te digo que mi nombre no existe, y que cuando despierte, presenciaré que ha deparado el mañana.
El tiempo pasa en silencio, sin que nada lo mida. Y la calma se inquieta. Todo reverbera, he percibido el temblor y presiento tu existencia. Abro los párpados y te digo que no me acuerdo de mi nombre, y dudo: porque no sé si alguna vez lo tuve. Aparto la pesada tierra con el aleteo de los brazos, de un lado a otro, sin uñas, sin dientes. Y retiro la roca, sin fuerzas, sin aliento.
La lluvia golpea los jirones de mi ropa. Te encuentro donde te dejé, ángel de la oscuridad, allí yaces: al lado de la peana cubierta de musgo. No sé qué hago aquí. No sé quién eres, no pudiste escapar con tu ala rota.
Me acerco y palpo tu ala. Busco mi nombre y busco en vano, sin convicción. Musito palabras inconexas y extrañas, cansadas de girar y dar vueltas. La lágrima se pudre en tu piel de piedra.
Poema de Eugenio Barragán
Imagen de Pixabay
jueves, 14 de mayo de 2020
John Ross
Perpetrado el
jueves, 14 de mayo de 2020
miércoles, 13 de mayo de 2020
Floración
Perpetrado el
miércoles, 13 de mayo de 2020
Despejando ideas de lo imposible. Desplegando fibras verdes del miedo.
Abrir el ojo y contemplar con eufórica discreción, con sorpresa silenciosa.
Descubrir el relato
que atavía los hábitos,
que imprime el tono al día.
La apertura se acompaña
de complejas compresiones que te vuelcan a los resortes oscuros
del pasado;
de fatigas sutiles que emborronan
el refinado carril
de lo realizable.
Su miedo,
Su cuento de amor inmerecido,
Su confianza avanzando a paso discontinuo. Como todos los seres vivos
que se levantan.
Abrir el ojo y contemplar con eufórica discreción, con sorpresa silenciosa.
Descubrir el relato
que atavía los hábitos,
que imprime el tono al día.
La apertura se acompaña
de complejas compresiones que te vuelcan a los resortes oscuros
del pasado;
de fatigas sutiles que emborronan
el refinado carril
de lo realizable.
Su miedo,
Su cuento de amor inmerecido,
Su confianza avanzando a paso discontinuo. Como todos los seres vivos
que se levantan.
Poema de Francisco Escudero
Imagen de Pixabay
lunes, 11 de mayo de 2020
La estafa y el arte (XIV)
Perpetrado el
lunes, 11 de mayo de 2020
De modo que el pintor pinta en el trastero. En las galeras de la urbanización; en el humedal gris donde habitan las ninfas del cemento. A la luz de la bombilla, entre vestiditos de sevillana de las hijas que ya han crecido; junto a una bici estática como un esqueleto del deporte; tras cosas anudadas como una contractura de las cosas, entre la manigua de las cosas el pintor pinta en el trastero. En una acotación mínima, abrigado de frío o refrescado de calor y humedad, sentado en un taburete dibuja en el cuaderno que apoya en las rodillas. Tiene siete lápices alpino. La cucaracha como mancha que corre, lamparón negro e intermitente que se ha escapado. Del techo cuelgan las cañerías, los tubos de grueso pvc como autovías de la inmundicia, donde circulan los mojones de los vecinos en una velocidad líquida de río. Puede que los váteres sean periscopios donde los ojos del culo espíen el trabajo del pintor como Polifemos cotillas.
Qué lejos las academias, qué lejos la marquetería militar de los museos, qué lejos el libro de la fama para el pintor en el trastero.
Qué lejos las academias, qué lejos la marquetería militar de los museos, qué lejos el libro de la fama para el pintor en el trastero.
Texto e ilustración Garven
domingo, 10 de mayo de 2020
Aura
Perpetrado el
domingo, 10 de mayo de 2020
En realidad esta esquina
Es un lodazal de reencarnaciones
Convertidas en fundas de luto.
En realidad la forma de las cosas
Es un aura palpable,
Un alma, un eclipse hueco,
Una cascada de horizonte helado
Sin nada que ocultar.
En realidad la piel de la mañana
Es la misma que la piel de la noche,
físicamente isla vaciada.
Somos fósil de aire
Y estamos ahí, sin mas,
Como la forma de las cosas,
Como nobles sin esclavos
Y entonces inventamos símbolos
Que son cuerpos para poder
Nombrar de una vez lo que no existe.
Es un lodazal de reencarnaciones
Convertidas en fundas de luto.
En realidad la forma de las cosas
Es un aura palpable,
Un alma, un eclipse hueco,
Una cascada de horizonte helado
Sin nada que ocultar.
En realidad la piel de la mañana
Es la misma que la piel de la noche,
físicamente isla vaciada.
Somos fósil de aire
Y estamos ahí, sin mas,
Como la forma de las cosas,
Como nobles sin esclavos
Y entonces inventamos símbolos
Que son cuerpos para poder
Nombrar de una vez lo que no existe.
Poesía de Marina Oroza
Imagen dePixabay
viernes, 8 de mayo de 2020
Boris Margo
Perpetrado el
viernes, 8 de mayo de 2020
El collagraph es una técnica experimental del grabado consistente en elaborar una matriz a base de pegar sobre un soporte elementos que puedan ser entintados y estampados. Su principal aportación al mundo de la gráfica es la sustitución de las matrices tradicionales por otras radicalmente distintas, lo que supuso un replanteamiento fundamental en cuanto a la concepción técnica y estética.
Se sabe que ya en el siglo XIX se utilizaron planchas de cobre y zinc con elementos adheridos. Uno de los primeros más conocidos es el Gypsograph bicolor de Pierre Roche: Algues Marines de 1893, aunque su origen en realidad estuvo en el Metal Print del grabador alemán Rolf Nesh. Nesh, nacionalizado en Noruega en donde cuenta con un recogido museo, fue quizá el primero en recortar, pegar y ensamblar elementos (en este caso metálicos) con la intención de estamparlos. Años después, Michel Ponce de León realiza el Collage Intaglio, diseñando todo el proceso de estampación, incluida la prensa, para conseguir estampas casi escultóricas. Protagonista también en esta historia es Boris Margo quien experimentó con adhesivos disolviendo celuloide en acetona para crear distintos gruesos. Así surgió el Cello-Cut.
Texto de Saray Pavón
Estampas de Boris Margo
miércoles, 6 de mayo de 2020
El hada caníbal
Perpetrado el
miércoles, 6 de mayo de 2020
El genio se hartó de conceder deseos. Sucedió un miércoles. Era marzo. Y dentro de aquella lámpara, en su día maravillosa y deseada, el ambiente era ya insoportable. Odiaba como los cazatesoros daban por casualidad con la lámpara, ya oxidada, pedían sus deseos, y volvían a abandonarle arrinconado en cualquier sitio más o menos secreto que acababan olvidando, hasta que pasados otros cientos de años, otro desgraciado topaba por casualidad con él.
Decidió declararse insolvente, solicitar una quita de sus deudas y quizás emprender otro modelo de negocio. Si no más rentable,sí al menos más satisfactorio. Valoró la posibilidad de mudarse a otro cuento. Pero ya se sabe que los cambios a cierta edad suponen un esfuerzo importante y acabó desechando esta idea. Mientras pensaba qué hacer con su vida, y sin saber cómo, dio a parar con su lámpara y todo en un cuarto piso de un edificio de protección oficial en alguna ciudad. No importa cual. Todas son muy parecidas y del mismo color.
Allí vivía un joven aspirante a escritor que solía dejar sus relatos a medias. Nunca acababa ninguno. Mientras trabajaba por las mañanas, rebuscaba en su ordenador entre carpetas de nombres rarísimos donde el eterno aspirante esbozaba historias extrañas en las que rara vez ocurría algo. Poco a poco se fue sintiendo bien y tranquilo entre aquellas cuatro paredes que se convirtieron en su casa mientras el joven se intentaba ganar la vida honradamente diseñando columpios y probando espejos.
Cada vez fue pasando más tiempo fuera de la lámpara. Para no llamar demasiado la atención, se vestía con las ropas de Pip , que así se llamaba el muchacho aspirante a escritor de éxito, y salía a dar paseos por la mañana. Saludaba a los vecinos, incluso preparaba algo de comida y limpiaba la casa. Poca cosa. Pero sentía que así compensaba de alguna forma al joven despistado que vivía allí, en el cuarto piso de un edificio de protección oficial a las afueras de una ciudad cualquiera. Pip, cuando llegaba a casa después del trabajo, no recordaba haber preparado comida, ni limpiado el baño o haber puesto alguna lavadora. Todo lo achacaba al stress y al ritmo frenético en el que vivía en esos días. Los columpios cada vez gustaban menos a los niños que pasaban las tardes con los teléfonos móviles de sus padres, y los espejos ya no eran lo que una vez fueron.
A veces, Pip se ponía delante del ordenador para intentar acabar por fin alguna historia. No había manera. Los personajes que creaba no acababan de cuajar. Todos terminaban lamentándose por la situación en las que eran creados. Alguno se enamoraba, otra viajaba a alguna realidad alternativa o plano de existencia, o se convertían en seres que sólo existían en la cabeza de Pip. El genio le observaba desde su lámpara maravillosa mientras Pip intentaba que alguna de sus creaciones sobreviviese o fuese alguien normal, que se desarrollaba como cualquier personaje protagonista de un libro y que acababa bien su historia. Otras veces escribía algún poema que dejaba a medias por no encontrar la rima adecuada, o por falta de sílabas con las que cuadrar la métrica de los versos.
Cuando el genio empezaba a pensar en Pip como en un sordomudo sentimental incapaz de transmitir sentimientos de forma plena, encontró una carpeta en el ordenador con un nombre que le llamó la atención: "Inge: Historia de un hada caníbal". Contaba que Inge desordenaba versos, iluminaba el final equivocado de una historia, o hacía que cualquier cuento de amor acabase de la peor forma posible. Así devoraba Inge las ideas de artistas que daban con ella para que les iluminase sus creaciones con destellos creativos y mágicos mientras vagaban por ese espacio inmaterial en busca de inspiración para sus desvaríos.
El genio no sabía porqué razón Pip había creado a esa hada punk antisistema en el mundo mágico de las ideas artísticas. Pero logró ver que en el fondo Inge no era tan detestable. Sólo se sentía ofendida por cómo había sido creada y desarrollada en la mente enferma de Pip. Ella no lo sabía, ni Pip, siempre algo atolondrado, tampoco, pero el genio percibió que Inge de alguna forma amaba a su creador. Por lo que además de caníbal y antisistema, era algo masoquista. El mundo de las hadas y musas es todo un misterio. No dejó de darle vueltas a esta idea hasta que una mañana, mientras le planchaba a Pip una de sus camisetas de grupos musicales pasados de moda y que ya no escuchaba nadie, y la radio escupía noticias de corruptelas políticas a alguna hora en punto, se decidió por fin a dar un vuelco a esta historia.
Decidió declararse insolvente, solicitar una quita de sus deudas y quizás emprender otro modelo de negocio. Si no más rentable,sí al menos más satisfactorio. Valoró la posibilidad de mudarse a otro cuento. Pero ya se sabe que los cambios a cierta edad suponen un esfuerzo importante y acabó desechando esta idea. Mientras pensaba qué hacer con su vida, y sin saber cómo, dio a parar con su lámpara y todo en un cuarto piso de un edificio de protección oficial en alguna ciudad. No importa cual. Todas son muy parecidas y del mismo color.
Allí vivía un joven aspirante a escritor que solía dejar sus relatos a medias. Nunca acababa ninguno. Mientras trabajaba por las mañanas, rebuscaba en su ordenador entre carpetas de nombres rarísimos donde el eterno aspirante esbozaba historias extrañas en las que rara vez ocurría algo. Poco a poco se fue sintiendo bien y tranquilo entre aquellas cuatro paredes que se convirtieron en su casa mientras el joven se intentaba ganar la vida honradamente diseñando columpios y probando espejos.
Cada vez fue pasando más tiempo fuera de la lámpara. Para no llamar demasiado la atención, se vestía con las ropas de Pip , que así se llamaba el muchacho aspirante a escritor de éxito, y salía a dar paseos por la mañana. Saludaba a los vecinos, incluso preparaba algo de comida y limpiaba la casa. Poca cosa. Pero sentía que así compensaba de alguna forma al joven despistado que vivía allí, en el cuarto piso de un edificio de protección oficial a las afueras de una ciudad cualquiera. Pip, cuando llegaba a casa después del trabajo, no recordaba haber preparado comida, ni limpiado el baño o haber puesto alguna lavadora. Todo lo achacaba al stress y al ritmo frenético en el que vivía en esos días. Los columpios cada vez gustaban menos a los niños que pasaban las tardes con los teléfonos móviles de sus padres, y los espejos ya no eran lo que una vez fueron.
A veces, Pip se ponía delante del ordenador para intentar acabar por fin alguna historia. No había manera. Los personajes que creaba no acababan de cuajar. Todos terminaban lamentándose por la situación en las que eran creados. Alguno se enamoraba, otra viajaba a alguna realidad alternativa o plano de existencia, o se convertían en seres que sólo existían en la cabeza de Pip. El genio le observaba desde su lámpara maravillosa mientras Pip intentaba que alguna de sus creaciones sobreviviese o fuese alguien normal, que se desarrollaba como cualquier personaje protagonista de un libro y que acababa bien su historia. Otras veces escribía algún poema que dejaba a medias por no encontrar la rima adecuada, o por falta de sílabas con las que cuadrar la métrica de los versos.
Cuando el genio empezaba a pensar en Pip como en un sordomudo sentimental incapaz de transmitir sentimientos de forma plena, encontró una carpeta en el ordenador con un nombre que le llamó la atención: "Inge: Historia de un hada caníbal". Contaba que Inge desordenaba versos, iluminaba el final equivocado de una historia, o hacía que cualquier cuento de amor acabase de la peor forma posible. Así devoraba Inge las ideas de artistas que daban con ella para que les iluminase sus creaciones con destellos creativos y mágicos mientras vagaban por ese espacio inmaterial en busca de inspiración para sus desvaríos.
El genio no sabía porqué razón Pip había creado a esa hada punk antisistema en el mundo mágico de las ideas artísticas. Pero logró ver que en el fondo Inge no era tan detestable. Sólo se sentía ofendida por cómo había sido creada y desarrollada en la mente enferma de Pip. Ella no lo sabía, ni Pip, siempre algo atolondrado, tampoco, pero el genio percibió que Inge de alguna forma amaba a su creador. Por lo que además de caníbal y antisistema, era algo masoquista. El mundo de las hadas y musas es todo un misterio. No dejó de darle vueltas a esta idea hasta que una mañana, mientras le planchaba a Pip una de sus camisetas de grupos musicales pasados de moda y que ya no escuchaba nadie, y la radio escupía noticias de corruptelas políticas a alguna hora en punto, se decidió por fin a dar un vuelco a esta historia.
Cuando Pip volvió del trabajo y se sentó en el ordenador a esbozar otra historia absurda, el genio salió de su lámpara, y con su inmenso poder desarrollado a lo largo de miles de años concediendo deseos imposibles, hizo desaparecer el cuerpo de Pip de la silla de ikea en la que escribía sus pseudohistorias de ficción. Quedaron volutas de humo violeta y azul donde Pip estuvo hacía tan solo un instante.
El genio dispersó el humo con sus manos y se sentó frente al monitor. Abrió el administrador de archivos y buscó la carpeta del cuento de Inge que milagrosa y mágicamente había cambiado de nombre:"Historia de amor entre un hada punk y un aspirante a escritor". Abrió el archivo y se relajó leyendo la historia reescrita de forma increíble con sus manos cruzadas sobre la nuca. En ella, Inge y Pip vivían felices en aquel soporte informático lleno de metáforas y versos escondidos en prosa. Sin nada mejor que hacer, decidió quedarse a vivir en aquel cuarto piso de un bloque de edificios de cualquier ciudad. Y de paso, acabar las historias sólo planteadas por Pip en su día.
Acabó publicándolas y convirtiéndose en un escritor de relativo éxito. De vez en cuando releía la historia de Inge, el hada punk, y Pip, y se deleitaba con nuevos significados que iba encontrando en esos cuentos que nunca nunca estarían acabados.
Eran mejor así.
Texto de Antonio Ramírez
Ilustración de José Álvaro Luque Mayoral
lunes, 4 de mayo de 2020
La estafa y el arte (XIII)
Perpetrado el
lunes, 4 de mayo de 2020
Pero no pude contenerme y abrí los ojos: El chamán tenía en la mano un limón con un agujero donde yo iba a meter el dedo. Me miró decepcionado y dijo:
-Usted se ha precipitado y ahora su pintor favorito se ha transfigurado en un cítrico.
Texto e ilustración Garven
sábado, 2 de mayo de 2020
Los no-tiempos contigo
Perpetrado el
sábado, 2 de mayo de 2020
Hay momentos que nos sentimos paralizados, lejos del estancamiento, de la espera impaciente o del miedo efecto petrificador. Vemos como todo se mueve acompasado a nuestro cuerpo, como si el aire fuese de la densidad del agua de la piscina en la que aprendimos a no ahogarnos. Hay momentos que se olvidan su reloj en la mesilla y se visten con babuchas hasta para andar por la calle. Esos fragmentos de vida se llaman los no-tiempos.
Texto e imagen: Saray Pavón
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