Corrido mexicano
Este es el corrido del caballo blanco
que en un día domingo feliz arrancara.
José Alfredo Jiménez
Olor de solitario y soledad, cama
deshecha,
cegados ceniceros en esta tarde de domingo,
helado soplo
de noviembre en el cristal
y un vaso medio lleno de cansancio.
Te
escribo por hacer algo más inútil aún
que pensar en silencio o
imaginar tu voz,
o escuchar una música herida de recuerdos,
o
pedir al teléfono un absurdo milagro.
«Este es el corrido del caballo
blanco
que en un día domingo feliz arrancara.»
Este es el corrido
pero nadie canta
y un muerto con mi nombre, vestido con mis trajes,
me saluda y observa por los cuartos vacíos,
me mira en la distancia
como si fuera un niño
y acaricia en sus dedos un rastro de ternura.
Sobre su frente inmóvil va cayendo tu nombre
y humedece sus labios
una lluvia perdida.
Olor de soledad y humo de aniversario
mientras
busco, dolorosamente trato de recordar,
tus dos ojos insomnes con su
vaho de mendigo,
devorando su luz, ahogando su locura.
Tus dos
ojos como picos de presa que se clavan
y rasgan y desgarran la piel
de nuestro amor.
Soplo de embriagado recuerdo, agria melancolía
rescoldo que tu lengua aún enciende
en estas horas de strip-tease
solitario
en que celebro en tu derrota todas las derrotas.
Un año
después y tu pelo, tu largo pelo
ardiendo desbocado entre mis manos,
clavado para siempre en esta almohada,
recorriendo esta casa, sus
rincones y puertas,
como un viento insaciable que buscase su fin.
Un año después de ya no verte,
definitivamente talando en tu memoria,
qué real sigues siendo, qué difícil herirte.
La sosegada certidumbre
de esta mesa en que escribo
puede tener la pasión estremecida de tu
piel
y la ropa que el sillón desordena
puede ahora ocultar el
temblor de tus pechos.
Sobre tu sexo abierto y tus muslos de arena,
sobre tus manos ciegas que persiguen la noche,
qué triste es el
cuchillo, qué aciaga su hoja.
Un muerto con mi nombre y mis uñas
mordidas,
un cadáver grotesco, me dicta estas palabras,
me señala
en los cuadros, en la pared manchada,
el destino de hoy, de este día
cualquiera,
al borde de mi vida, al borde del invierno,
al borde
de otro año que empieza con tu ausencia,
al borde de mis ojos y tu
voz que ahora escucho.
Un año después de ya no verte,
mientras te
escribo, odiando hasta la tinta,
en esta tarde de noviembre, olor de
solitario y soledad,
helado soplo en el cristal vacío. Un muerto.
Poema de Juan Luis Panero
Imagen de Pixabay