lunes, 30 de diciembre de 2019

sábado, 28 de diciembre de 2019

El castillo ambulante

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Si has visto la película del Studio Ghibli antes que leer el libro de Diana Wynne Jones podrás percibir que es muy fideligna a este (evidentemente hay cambios, no se puede condensar todo detalle en 119min.). Yo personalmente he disfrutado bastante con las 344 páginas, se me han pasado como en un abrir y cerrar de ojos, hay escenas y detalles que prefiero del libro y también me quedo con otros de la película.

La escritura es sencilla pero compensa con la imaginación que desborda el papel. Es muy visual: descripciones con riqueza y sin excesos y la trama: explora diversos temas habituales en la literatura. Éstos incluyen el destino, la juventud, el valor y el amor. Los dos primeros son centrales en el desarrollo de Sophie, la protagonista. Desde el principio, su idea del destino le hace creer que está condenada a fracasar por ser la mayor de tres hermanas. Esto contrasta con la actitud de Howl, que se ve como el dueño de su destino, sin preocuparse de lo que la sociedad piense de él ni de lo que las convenciones exigen. El fracaso que Sophie ve en sí misma se refleja en el hechizo de la Bruja del Páramo, que transforma a Sophie en una anciana poco agraciada.

jueves, 26 de diciembre de 2019

Análisis sintáctico

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Quiero hacer sintaxis
con tu delicioso cuerpo.

Yuxtaponerme contigo
en una coordinada,
copulativa, sin disyuntiva…
explicativa.

Variar entre subordinadas,
jugar a ser sustantiva
del sujeto
de tu complemento agente

—toda oración pasiva
me parece peligrosa—.

Jugar a ser adjetiva
especificarme contigo,
ser complemento
del nombre que eres.

Jugar a ser adverbial
entre tantas circunstancias.
Temporales, modales…
siempre aportan al núcleo.

Por no ponerme concesiva
o condicional
en este análisis sintáctico.

Poema e imagen de Silvia Gallego



martes, 24 de diciembre de 2019

La carne

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Güendy solo quería bailar, pero su padrastro se encerraba con ella en el baño cada vez que su madre no estaba. Su padrastro era un hombre despótico. Enorme, desmañado y cruel, era El buey desollado de Rembrandt.

Croisé derecho al frente. Paso a la derecha en uno, brazo en dos, seguido por un plié tendu. Tres, cuatro. Vamos, por grupos. Otra vez.

Güendy acababa de cumplir trece años; y seguía siendo una niña, con su tez mestiza y los ojos azules, y un cabello indomable, rizado y largo, que flotaba en el aire en los giros y las contorsiones.

–Sonrisa, ¡y pensad! Pensamos en lo que hacemos. En los brazos… las piernas… en la punta de los dedos. ¿Qué estás haciendo?, ¡no mires al suelo! ¡Ligera, ligera! Ahora arriba al descender. En círculo, brazo abierto a un lado… y volvemos a cinco.

Ella solo quería bailar. Vivir toda su vida en uno de esos cuadros llenos de muchachas que se ajustan las cintas de las zapatillas, sentadas en las grandes manchas doradas de los ventanales, que se reflejan en los espejos poniéndose, quitándose las horquillas, arreglándose el moño, mientras la profesora corrige y manda repetir con voz de urraca los ejercicios de barra.

Faltaban cinco minutos para que terminara la clase del jueves. Los jueves su madre tenía turno de noche, y su padrastro la esperaba en casa para cenar e irse a la cama. Güendy se mordía nerviosa el labio, levantando continuamente la vista para mirar la hora. Tres minutos. Hizo una pirueta doble sobre el pie derecho en punta. Dio algunos pasos rápidos a través de la sala, revoloteando, y de un salto, igual que una mariposa de alas blancas, saltó por la ventana.

Texto de Alberto Martínez
Imagen de pixabay

domingo, 22 de diciembre de 2019

Vamos a hacer limpieza en general

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Vamos a hacer limpieza general
y vamos a tirar todas las cosas
que no nos sirven para nada, esas
cosas que ya no utilizamos, esas
otras que no hacen más que coger polvo,
las que evitamos encontrarnos porque
nos traen los recuerdos más amargos,
las que nos hacen daño, ocupan sitio
o no quisimos nunca tener cerca.
Vamos a hacer limpieza general
o, mejor todavía, una mudanza
que nos permita abandonar las cosas
sin tocarlas siquiera, sin mancharnos,
dejándolas donde han estado siempre;
vamos a irnos nosotros, vida mía,
para empezar a acumular de nuevo.
O vamos a prenderle fuego a todo
y a quedarnos en paz, con esa imagen
de las brasas del mundo ante los ojos
y con el corazón deshabitado.





Poema de Amalia Bautista
Imagen de Pixabay


viernes, 20 de diciembre de 2019

Qué bien se está aquí (sueño)

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A mi padre.

Otra vez voy a contar un sueño. Me ha dado ahora por escribir los sueños que he logrado pescar del pantano del dormir hasta el butrón del pescador despierto. Sueños coleantes y branquiales que todavía vivos aletean entre mis sábanas. Pero no os puedo invitar a tomar un vaso de sueño a palo seco. Lo he cogido fresco y ahora tengo que procesarlo; tengo que poneros las aceitunas de la literatura y las patatas fritas de los embustes para que esté más sabroso aunque a mí esto me joda un poco.

Así que soñé que mi padre y yo caminábamos tan panchos por el Stonehenge. Sí, aquellas piedras melladas que forman un círculo sobre la hierba en algún lugar de la Gran Bretaña. Yo traía la imagen que vi en los documentales y sé que es cosa de trogloditas o algo así; en mi sueño enseguida reconocí aquel paraje temático. Mi padre, con su cara de guasa y un par de bolígrafos pinzados en el bolsillo del pecho de la camisa. Llevábamos puesto el atuendo de diario y pateábamos por el blando piso vegetal del Stonehenge como si flotáramos en el líquido amniótico de aquel páramo embarazado ya de nueve meses neolíticos. Mi padre y yo persiguiéndonos, riendo a carcajadas; respirando la mañana fría y eterna, lumínica de portada de libro de texto de los chavales en la que apareciera el Stonehenge. Mi padre y yo con las manos en los bolsillos calculando a ojo la altura de los menhires, silbando melodías de película. No sabíamos si habíamos dejado a mi madre en algún sitio y había que recogerla luego; pero la sensación era que estábamos en aquel lugar para siempre y mi padre y yo encantados de lo lindo. El círculo del Stonehenge nos ha centrifugado y se ha deshecho de nuestros anillos domésticos y laborales; limpios de prejuicios y perjuicios, felices sentados con la espalda en una piedra y las piernas estiradas sobre la pelusa verde y rupestre del Stonehenge.

Al despertar, después de las defecaciones y las abluciones, ahondé más en la wikipedia sobre el Stonehenge y leí lo que me temía: Que si ritos funerarios, que si ya la edad de bronce, que si un templo, religión y astronomía. En fin, aquello no era definitivamente el Stonehenge cachondo y peregrino de mi sueño, sin cadáveres debajo. Nuestro Stonehenge, papá, era algo así como la programación infantil de los sábados por la mañana.



Texto de Garven
Imagen de Pixabay

miércoles, 18 de diciembre de 2019

Metrópolis

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Confluir y fluir, encontrarnos en los mensajes llenos de códigos complejos que a su vez pueden ser creadores de encuentros, sensaciones que nos evocan momentos únicos y con ellos poder unificar un pensamiento. Un pensamiento que mire hacia adelante, que se expanda y vuelva a generar humanidad allí donde ya se perdió.


Todo comienza temprano, a eso de las siete, justo cuando suena la puerta del pasillo de la escalera del bloque de pisos donde habito.

Alguien sale, y por el sonido de los pasos sé que va con prisas. Aun no le conozco, como tampoco a ninguno de los vecinos, solo escucho sus pasos… les escucho hablar en el patio, y todos hablan y hablan de lo mismo… ―Realidad.―

Hoy llueve infernalmente, truenos que hacen temblar la tierra, la tierra que se mueve sin necesidad de truenos… movimientos inconcretos que no sé de donde vienen, pero que sin duda hacen que yo me mueva de mi asiento… las guerras son siempre lo mismo, siempre pienso que son planificadas para eliminar a seres humanos, no más, es la locura de no controlar el pensamiento, inquietante, trascendente, impávido, y sin sentido. De locos que han quedado atrapados en el tiempo, en un tiempo indeciso, perdido, sin lugar.

―Como salir de esta realidad de ciudad―.

Hoy camino por calles que me enseñaron juegos infantiles como también el juego de la vida y a la vez un infinito sentido del horizonte… un horizonte que hoy no sé donde está, pero que sin duda aparecerá tarde o temprano… lo busco y,  sé que está ahí, tras los edificios, en algún lugar.

―En el asfalto muchos horizontes se pierden―.

He regresado a la orilla de las horas que permanecí en silencio por otras que nacieron de la palabra. Las palabras que salieron de mí, quedaron atrás, sin memoria… he regresado al mundo de los sentidos, de los sonidos, de la música, de la regresión al pasado que siempre nos perturba en sonidos de ciudad que ya no dicen nada, ―Tan solo memoria―…

Dentro de las inquietudes de viejos ideales que ya no son ideas sino recuerdos… siempre recuerdos, siempre memoria inquieta que no cesa de hacer ruido… se deben dejar los ruidos antes que ataquen, antes que alguien los escuche realmente… esos sonidos que un día tomaron forma de pensamiento definido… ya nada es igual, viejas heridas que nos hacen retroceder a lugares perdidos en medio de la nada… en medio de los silencios que definieron la vida eterna y ya no es vida, sino un lugar en un espacio inconcreto, opuesto a lo que soñamos… , quedar en el olvido, solo eso, olvido. 

Me pregunto por el estado de los principios que rigen el mundo, donde queda la palabra, la visión de lo humano, donde la verdad de lo real o la ficción... todo lo escrito queda en la memoria de quien lo escribió, otros quedan en la poca memoria de la historia. Pero realmente sin nuestro pensamiento solo nos quedan las verdades a medias de un mundo que se desinfla en mentiras sin clasificar... todo cambia,  tan solo es el principio de un cambio de disfraces... de escenografías, de un guión establecido por unos locos que ignoran el significado del ser, del humano... me pregunto si ser es posible, si lo posible es tan solo un sentimiento.

Las cosas más pequeñas del mundo nos sorprenden a cada paso, cada día de nuestra vida, y esto hace que lo posible si sea real, a pesar de no ser lo que creíamos ser… a pesar de ser lo que si somos… ―parte del todo―… parte de una comunidad que se expande y nos lleva más allá de lo soñado, de lo que queremos para nuestro futuro. De todas formas el equilibrio se pierde al tercer paso de una calle mojada, después sale luz de las paredes y reapareces sentado en una silla sin respaldo… opuesta a las sillas que salen de la nada… todas la formas de equilibrio conocidas quedan inquietas, sentenciadas al olvido… expuesto a las sombras que resurgen desde la nada… desde el desequilibrio de la soledad.

El deseo de lo perpetuo queda en nuestra existencia desde que nacemos, otras nos quedamos sin esa vitalidad existencial expuesta a la mirada de los otros que quedaron sentados en perpetuas siluetas de sal, en equilibrios sin sentidos y difuminados en nombres lejanos, sentados en bancos de parques creados para este fin… la inmovilidad.

Buscamos esa magia que nos saque de ser estatua de sal, y persistir en la memoria del horizonte.

Recorrer calles, avenidas, … rodeado de ruidos infernales en busca del tren que sale temprano; salir de esta ciudad costará mucho más de lo que pensaba… salir para encontrar el equilibrio con la naturaleza, con el agua, con el cielo, con el aíre. Salir para sentir la vida, la esencia de lo que un día fuimos, de lo que un día percibimos como parte de este mundo, parte del universo, parte del todo…  definitivamente no se es de ciudad, realmente no se es de ningún lugar. ― se pertenece al mundo―  el mundo somos nosotros, nuestro pensamiento, aunque las sillas a veces estén puestas a la inversa del escenario de la vida.


Texto de Juan Manuel Álvarez Romero
Imagen de Pixabay

lunes, 16 de diciembre de 2019

Animales lastimados

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No se puede confiar
en aquellos que fingen interés
arrimando sus hocicos con saliva
que es puro veneno

                   por eso, prefiero infectar mis heridas
lamiéndolas en soledad
                  
                   que yo sea la única causante
                   de mi dolor.

Poema de Ana Patricia Moya, Periquilla de los palotes 
Imagen de Pixabay


sábado, 14 de diciembre de 2019

Canción del eco

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Christina Rosenvinge grabó varios temas expresamente para el box set "Un caso sin resolver". Para ello se alió con Raül Fernández "Refree" y grabaron dos clásicos de su etapa con los Subterráneos "Tú por mí" y "Alguien que cuide de mí", la versión de Refree "El Sud", una nueva versión de "Canción del Eco" y la mítica "Hallelujah" de Leonard Cohen.


jueves, 12 de diciembre de 2019

martes, 10 de diciembre de 2019

domingo, 8 de diciembre de 2019

Sueño rajado

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Estaba yo viendo Águila roja recostado en el sofá, en una hora intempestiva para un día laborable; cuando empecé a dar algunas cabezadas de sueño. Esas cabezadas se me figuraban como el preámbulo al sueño, el NO-DO del cine del sueño; el anuncio de multiópticas previo a la película del sueño. Hasta que me dormí y comencé a soñar.

Soñé que aparecía yo en un programa de televisión para niños con talento o algo así. Tendría unos cuatro añitos y daba por hecho que allí me habían llevado mis padres. Ellos eran unos tipos oscuros que aplaudían y se emocionaban desde la grada; yo no les reconocía claramente. Me ajusté mis gafitas mientras sostenía un micrófono que apenas podía abarcar con la mano. Entonces el presentador gritó: «¡El pequeño Chayán!» Y me arranqué en un baile imitador de adulto como si tuviera un avispero en la bragueta; perrito, feliz, reviejo, a saltitos que removían los aplausos y la risa de todos. Empecé a cantar con una voz blanca y repipi.

El público ovacionaba y reía conmigo, reavivaban mi pequeño brasero; yo movía el culito vano y el pantalón caído para arrancar la bulla de la gente.

Mis padres, en la sombra de un rincón de la grada donde apenas llegaba la luz halógena de los focos, lloraban quizá de emoción, estáticos y algo funerarios. En el jurado había tres tipos: dos hombres que serían cantantes o actores y una bonita mujer que podría ser diva, actriz, bailaora; y yo qué sé. Cuando terminé ella se dirigió a mí con una alegría cordial atusándose la melena negra de Julio Romero de Torres y me decía riendo: «Tú te va a comé er mundo, chiquillo».

Sí. Ella se levantó del estrado y vino hacia mí como una giganta, adulta, madraza, mujerona, amada y amante. Me cogió en brazos y me apretó contra su escote bienoliente, poderoso y dorado. Me besó después con besos sonoros y pude ver su boca abierta, festoneada de saliva, las convulsiones de la risa, las muelas y los dientes que brillaban como caramelos chupados. Yo estaba totalmente enamorado de esa mujer. Esnifaba en ella olores y contrariedades, imaginé en un instante que nos bañábamos los dos entre fluidos rosas. Me dejó en el suelo y se agachó para cogerme de las manitas. Vi en sus grandes ojos, adultos pero jóvenes, peces que nadaban.

De nuevo la ovación del público. El presentador me dirigió entre aplausos hacia mis padres; ya terminé y otra niña iba a actuar. Pero en la grada no me esperaba la pareja oscura de mis padres; en su lugar había un viejo mariscal con bigote prusiano que tenía medallas y galones en la pechera, y un sable de baraja ajustado a la cintura. Me tendió su gran mano militar y negué con la cabeza. Él parecía avergonzado y decepcionado. Se me heló el corazón.

Entonces el sueño vira ciento ochenta grados; la cara be del disco del sueño. Ahora estoy tumbado sobre una camilla metálica y desnudo entre sábanas blancas que cuelgan hasta el suelo. Sigo siendo un niño y puedo notar mi menguado cuerpecito. Una mujer de luto está de rodillas en un reclinatorio, a pocos metros enfrente de mí; parece que llora y reza ante un altar de aluminio donde no hay figuras religiosas ni nada; se diría que estoy en una morgue. Contrasta el vago silencio, ligeramente alterado por el murmullo de la mujer, con la algarabía del programa televisivo anterior. Se acerca hacia mí; es ella, la diva del jurado. Viene con un llanto hiposo y la cara velada en negro, hay hilos de saliva prendidos en su velo por la tos del llanto. Veo de soslayo al mariscal que llora tapándose la boca con las manos y siento una rara impresión al oír llorar a ese hombre tan grande. Se le escapan gemiditos muy agudos, como de niña, tristemente graciosos. La diva me aparta la sábana y deposita sobre mi pequeño sexo imberbe un ramillete de florecillas rojas mientras canta una cancioncilla que me hizo recordar las zarzuelas que ponía mamá en el radiocasete. Ella comienza a amortajarme y noto una hinchazón creciente en la entrepierna; las florecitas caen a un lado. Aunque estoy entumido consigo atrapar la mano dorada de la mujer, la acerco a mi boca y beso sus uñas nacaradas. Con una voz gris, cavernícola y adolescente le digo: «Tengo un arte y una gracia que no se puede aguantar» fue entonces cuando ella, sobresaltada y enfadada, tiró de la mano para zafarse y le cambió la cara a un gesto fruncido de asco hacia mí. Caminaron los dos hacia la puerta de salida, parecían indignados. Antes de salir el mariscal se giró para mirarme e hizo otra mueca de decepción. Tras la puerta se oían las voces sopranoides de un coro de viejas que cantaban salmos. Me dolía todo el cuerpo, noté que me crecían las extremidades y me liberaba de la mortaja. Pude incorporarme y vi mi cuerpo desnudo reflejado en un espejo de luna. Me vi hercúleo, atrozmente hombre; musculado como un animal carnívoro, tenso de lujuria, griego clásico y atleta. Pensé que ese no era yo.


Texto de Garven
Imagen de Pixabay

viernes, 6 de diciembre de 2019

Nunca nada

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Ana Vega ha colaborado en revistas y publicaciones nacionales e internacionales, participado en antologías poéticas como La manera de recogerse el pelo coordinada por David González (Editorial Bartleby) u otras publicaciones como Poetas Asturianos para el siglo XXI de Carlos Ardavin (Editorial Trea). Ha publicado El cuaderno griego (Editorial Universos), Realidad paralela (Editorial Groenlandia), Breve testimonio de una mirada (Editorial Amargord), La edad de los lagartos (Editorial Origami), Herrumbre (Editorial Groenlandia), Llanquihue (Editorial Huerga & Fierro), Al xeito del tambor (Ed. Trabe, 2013), Auschwitz 13 (Ed. Amargord, 2013), Cantar en el desierto (Trabe, 2015) y Resiliencia (Trabe, 2015). Accésit del XXVI Premio Nacional Hernán Esquío 2008, premio de la Crítica de las Letras Asturianas 2011. Compagina su actividad literaria con su actividad docente como coordinadora de cursos y talleres de creación y creatividad y su colaboración en diferentes medios de comunicación como periodista, crítica literaria y columnista.

Videopoema de Ana Vega y Mapa Mudo
Foto y biografía de Ana Vega

miércoles, 4 de diciembre de 2019

Esta eres tú

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Esta eres tú, los ojos cerrados, bajo la lluvia. Nunca imaginaste que harías algo así, nunca te habías visto como… no sé como describirlo, como una de esas personas a las que le gusta la luna o que pasan horas contemplando el mar o una puesta de sol. Seguro que sabes de qué gente estoy hablando… o tal vez no. Da igual, a ti te gusta estar así, desafiando al frío, sintiendo como el agua empapa tu camiseta y te moja la piel, y notar como la tierra se vuelve mullida bajo tus pies y el olor, y el sonido de la lluvia al golpear las hojas. Todas esas cosas que dicen los libros que no has leido. Esta eres tú, quién lo iba a decir… tú.

Fragmento y fotograma de la película Mi vida sin mi (de Isabel Coixet).

lunes, 2 de diciembre de 2019

Concierto para instrumentos desafinados

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...es un libro de Juan Antonio Vallejo-Nágera que me parece vital. Lo he descubierto de casualidad y me ha enfrascado de principio a fin. La temática es dura: sucesos reales, un poco disfrazados, en manicomios. Habla de muerte, sexualidad, amor, episodios absurdos que viven por gente externa al hospital o gente que se pasea por sus pasillos; dice que "el ejercicio de la Psiquiatría brinda la oportunidad de observar "el Teatro del Mundo" entre bastidores con los actores despojándose del disfraz".


Encontrarás cosas desgarradoras como "Es la historia de un hombre, un mango de paraguas y su entrañable relación. Tienen en común que están rotos y abandonados." ya que Vallejo-Nágera pretende mostrar que el ser humano, aun con la mente deteriorada y en las condiciones más adversas, puede dar lecciones de talento, ingenio, generosidad, sublimación y grandeza...

PD: aquí podéis leer la reseña que hice de otro libro suyo.

sábado, 30 de noviembre de 2019

jueves, 28 de noviembre de 2019

martes, 26 de noviembre de 2019

Prision Blues

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ALL SAINTS’ DAY
PRISON BLUES

Dicen que los viejos rockeros nunca mueren, pero tú, colega, te pasaste de la raya. Abres los ojos despacio, como si despertaras de un sueño muy profundo, y te descubres flotando en medio de la nada. A tu alrededor, cúmulos de nubes blancas, rosadas, algodonosas, iridiscentes, entre las que se filtran los rayos del sol. El espectáculo es más empalagoso que una canción de El mago de Oz –la película, no la banda de folk metal–. Tienes que reconocerlo. Dada la vida que has llevado, esperabas algo, digamos, más caluroso.
Una especie de Papá Noel vestido de romano aparece dando voces a lo lejos.
–¡Vamos, corre! –grita, batiendo compulsivamente unas alitas diminutas, gordo como un abejorro.
Se acerca a ti sin resuello, y sudoroso, sin acabar de recobrar el aliento, te explica que hay una baja de última hora. A Elvis acaban de nombrarlo ángel de la guarda, lo han enviado a Happyland, Oklahoma, vía correo aéreo, y queda una plaza libre en el coro de la banda.
–¿Pero es que no me oyes? –Te coge de la manga–. Al sr. Johnny Cash no le gusta esperar demasiado.
¿Johnny Cash?, ¿has oído bien? Te relames de gusto sólo de pensar en un dueto de guitarras con el hombre de negro, el gran John Ray Cash, el cowboy del country y del rock’n’roll que con esa voz suya, áspera y triste, interpretó algunas de las mejores canciones que has escuchado nunca, canciones amargas como un trago de ginebra, baladas fronterizas sobre la soledad, la redención y el pecado, reales y duras como un puñetazo en la boca del estómago.

I hear the train a comin',
it's rollin' 'round the bend;
and I ain't seen the sunshine
since… I don't know when.

Empiezas a silbar aquella vieja canción que tanto te gustaba, el blues de la prisión de Folsom. Recuerdas la carátula del álbum, gastada de tanto manosearla, y el disco lleno de rayas de ponerlo y quitarlo y volver a ponerlo, hecho polvo por ambas caras. La música de Johnny Cash y el interior de la caravana donde vivías, oscuro y frío como una madriguera y cubierto de polvo, colillas, recibos sin pagar, montones de ropa sucia, la raqueta rota que encontraste en una acequia junto a la fábrica abandonada, y con la que fingías tocar la guitarra; eso y el olor a humedad, a humo de tabaco rancio, son tus recuerdos de cuando eras crío, antes de que le dijeras a tu vieja: «Me abro», al cumplir los trece años.
–Esto, mira… abuelo. No sé si será por estar más tieso que la mojama, por el jet lag o puede que sea por lo de anoche, ¿eh?, ya sabes… El caso es que ando pelín seco. Bueno, seco de la hostia… con perdón. Si tuvieras una birrita por ahí –carraspeando–, a ser posible una birrita fresca… ¡ejm!, o dos.
–¡Ay, hijo! Todos decís lo mismo. Pero es que aquí no se bebe más que agua bendita, y para Navidad y las fiestas de guardar, un dedito de tónica Schweppes.
–¿Agua bendita?, ¿un dedito de tónica… qué? ¡Vamos, tío!, ¿en serio?
Observas el lecho de nubes que se desliza a tus pies a toda prisa, mientras Papá Noel te arrastra en volandas cogido de la oreja; no sabes muy bien hacia dónde, y no tienes cuerpo para preguntárselo. Ya te ves con un jersey rojo de pico y una sonrisa de circunstancias haciéndole los coros a Los Sabandeños. «Desde luego, si esto no es el infierno –te dices, llevándote una mano a la boca, a punto de vomitar–, se le parece un huevo».

Texto de Alberto Martínez
Imagen de pixabay

domingo, 24 de noviembre de 2019

Escuchando a 2cellos

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¿Sabés? Hay muchas drogas para todo,
que te calman te incendian te refrenan
que te empujan detienen y te matan
sin que sepás que son humo podrido.

Pero no existe alguna que te brinde
un chorrito sencillo de talento,
ninguna que te vuelva poderoso
frente a lo que intangible nunca muta.

Yo me drogo con pura lejanía
sin pincharme a lo loco, sin fumar
lo que todos inhalan del pasado.

Me abro desde mis labios en un corte
por el que llego al fin de mi presión
donde suave comienza lo que siento.



Poesía de Silvio M. Rodríguez Carrillo
Imagen de Pixabay



viernes, 22 de noviembre de 2019

Papá

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Recuerdo con cierta tristeza mi infancia.
Los tres miedos que me atormentaron
hasta que tuve edad de mirar debajo de la cama
y de soportar la cruel realidad de que Papá Noel no existe.
Tuve miedo de esa serie interminable de pijamas grises
que cada noche, siempre a la misma ahora, me arropaban
y me daban un beso de difunto en la frente
para evitar las pesadillas.
Recuerdo un muñeco sin ojos que me vigilaba y seguía
a todas partes mientras mi padre ignoraba mis gritos de auxilio
porque eran muy femeninos.
Mi madre se evaporaba cada mañana
como un suspiro en invierno.
Yo me quedaba pensando que de mayor tenía que ser como él,
entonces comenzó el llanto.


Poema de Cristian González 
Imagen de @theSollers







miércoles, 20 de noviembre de 2019

Blues del amo

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Va a hacer diecinueve años
que trabajo para un amo.
Hace diecinueve años que me da la comida
y todavía no he visto su rostro.

No he visto al amo en diecinueve años
pero todos los días yo me miro a mí mismo
y voy sabiendo poco a poco
cómo es el rostro de mi amo.

Va a hacer diecinueve años
que salgo de mi casa y hace frío
y luego entro en la suya y me pone una luz
amarilla encima de la cabeza...

Y todo el día escribo dieciséis
y mil y dos y ya no puedo más.
Y luego salgo al aire y es de noche
y vuelvo a casa y no puedo vivir.

Cuando vea a mi amo le preguntaré
lo que son mil y dieciséis
y por qué me pone una luz encima de la cabeza.

Cuando esté un día delante de mi amo,
veré su rostro, miraré en su rostro
hasta borrarlo de él y de mí mismo.



Poesía de Antonio Gamoneda
Imagen de Pixabay


lunes, 18 de noviembre de 2019

DEFECTO

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Durante años me hicieron creer
que yo no valía nada

pero el tiempo es sabio
y me desvela que no se trata de mis manos:
es la ausencia de docilidad

                            quieren nombres domesticados
porque temen a los desbocados
que rugen en libertad.



Poema de Ana Patricia Moya, Periquilla de los palotes 
Imagen de Pixabay


sábado, 16 de noviembre de 2019

R e í r

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Siempre he sido más de reír que de llorar. Puedo aguantar el dolor de cara tras las carcajadas, pero no soporto el dolor del corazón.  A veces pienso que la gente me cuida más de lo que yo la cuido, quizás todavía no he aprendido a querer, o se me olvidó por usar mi cariño con quien no lo merecía.  Aún así creo que no lo hago mal del todo porque siempre estoy ahí,  aunque no salude cuando llego a los sitios ni me despida cuando me voy. Puede que sí demuestre mi amor, a mi manera, pero no soy consciente. Sé que se me olvida llamar y felicitar los cumpleaños, aunque siempre los recuerde. Creo que dejé de ser detallista y por eso me abruma que la gente lo sea conmigo. Hace tiempo que mi cuerpo está inquieto y siempre estoy desubicada, pero siempre he sabido adaptarme rápido. Duermo mal, poco y en el sofá.  A deshoras. Lo mismo me pasa con la comida. Hago listas en cuadernos de las cosas que tengo que hacer. Casi nunca las acabo. Pienso mucho, demasiado. No añoro el pasado y me preocupo poco por el futuro. Sonrío cuando miro a mi gata, a mi perra y a mi perro. Sobre todo cuando duermen a mi lado con esa seguridad. Me gustan los abrazos, sin embargo soy poco dada al contacto humano. Creo que la gente se acerca más a mí que yo a ella. Soy desordenada y ordenada a la vez. Nerviosa y tranquila. Soy un péndulo que viene y va. Me gustan los días de sol y no me importa que llueva. Me hipnotiza mirar el mar, aunque me da un poco de miedo, y me pregunto mientras lo hago si algún día alguien me escribirá una canción. Me gustan las fotos en blanco y negro, aunque soy adicta al color. Y me gusta reír,  me gusta mucho reír.


Texto e Imagen: Mayte Nékez

jueves, 14 de noviembre de 2019

...después le explico

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Era un poco tarde cuando el funcionario decidió seguir de nuevo el vuelo de la mosca. La mosca, por su parte, como sabiéndose objeto de aquella observación, se esmeró en el programado desarrollo de sus acrobacias zumbando para sus adentros, toda vez que sabía que era una mosca doméstica común y corriente y entre muchas posibles la del zumbido no era su mejor manera de brillar, al contrario de lo que sucedía con sus evoluciones cada vez más amplias y elegantes en torno del funcionario, quien viéndolas recordaba pálida pero insistentemente y como negándoselo a sí mismo lo que él había tenido que evolucionar alrededor de otros funcionarios para llegar a su actual altura, sin hacer mucho ruido tampoco y quizás con menos gozo y más sobresaltos pero con un poquito de mayor brillo, si brillo podía llamarse sin reticencias lo que lograra alcanzar antes de y durante su ascenso a la cumbre de las oficinas públicas. 


Fragmento de relato de Augusto Monterroso
Imagen de Pixabay 

martes, 12 de noviembre de 2019

adiezminutosdelcentro

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adiezminutosdelcentro
saltan conejos ingrávidos
y aúllan pájaros deformes
adiezminutosdelcentro
la mentira se alimenta de azul de la piscina
aumentando la ilusión comunitaria
del bien encerrado entre alambre de gallinero
adiezminutosdelcentro
el ágora es un fósil transmutado
en estación de servicio
adiezminutosdelcentro
     el pan
sabe a combustible


Poema de "Ningún mapa es seguro", Eva Gallud
Imagen de Pixabay


domingo, 10 de noviembre de 2019

Sueño a veces

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Hay días en que la pereza puede con uno; se le hace tarde para la cena y no hay ganas de hacerla o no hay nada preparado del día anterior. Entonces pesca uno algo del frigo e improvisa un engrudo difícil: quesitos, algunas monedas de chorizo, berberechos, pan duro, una lata de cerveza y después, arrebujado en el sofá, me voy terminando un yogur. El caldero del estómago hierve al arrullo de la tele y me puede el conjuro del sueño. Voy a acostarme pesaroso y algo envenenado, creo que debí cenar una cosa frugal como dicen los cardiólogos pero el bolo que escogí ya ha generado un sueño intranquilo.

Entonces a veces sueño que mi amigo viene a casa con un cocodrilo en brazos. Ni reconozco que esa sea mi casa, ni reconozco a mi amigo, pero en el vórtice del sueño doy por hecho que sí lo son. Él camina con dificultad por el peso y las dimensiones del animal, resopla y suda por el esfuerzo; la cola del cocodrilo arrastra por el pasillo haciendo un ruido áspero de fricción. Es grande y le asoma la cabeza por encima de la de mi amigo, tiene la piel y las escamas resecas y nudosas como la corteza de un árbol, de un color mate y ceniza, se diría que ha estado fuera del agua mucho tiempo, huele fuerte a pescado y cieno «Tío, abre la puerta, mira qué te traigo» y se pone a reír a carcajadas. El animal pretendía torpemente librarse de los brazos de mi amigo con unos movimientos mansos; me causa una gran impresión los colmillos que le sobresalen de la boca cerrada, romos y astillados. En general el cocodrilo tenía un aspecto mudo y triste, muermo, drogado, moribundo y prehistórico. Así que abro la puerta que da a un estanque que está en el patio de luces. Es un estanque con dimensiones de piscina olímpica. Rodea el agua un pretil de ladrillo adornado con macetas de colores. El agua contenida, donde mi amigo se dispone a arrojar al cocodrilo, está verde, espesa y algo putrefacta con numerosas algas que alcanzan la superficie. El cocodrilo cae como un gran saco de piedras y provoca una estampida que levanta en ondas verdes el agua del estanque. El reptil se espabila bajo ese agua fangosa, bucea con sigilo y velocidad, se ve su silueta subacuática, negra, de monstruo jurásico. Mi amigo se ha sentado en el borde del pretil y le cuelgan los pies hacia el interior del estanque, ríe y lo señala «mira, tío, qué regalito, será para nosotros como un hermano». El agua ha dado al cocodrilo un vigor imperial, una fuerza asiria y una agilidad guerrera, diría que ha triplicado su tamaño y ahora es un gran saurio o un dragón, hace cabriolas y en una de esas volteretas abre la bocaza; se le arremolina el agua en esa boca abierta y dentada, remolino como un maelstrom. Cuando me giro para hablar con mi amigo, éste está ataviado con un albornoz encima del pretil, se lo quita, queda en bañador y salta al agua. La figura negra del cocodrilo bucea hacia él, presiento que quiere cazarle, comérsele, es una trágica premonición que he contenido desde que apareció con ese animal en casa ¿de dónde coño lo habrá sacado? El monstruo ha mordido al aire y mi amigo consigue zafarse y salir trepando por el pretil, chorrea agua y tiene algunas algas pegadas en los hombros; ahogo un grito de espanto, los dos huimos hacia la puerta abierta de acceso a la cocina para salir de casa. Veo de soslayo que el saurio nos persigue con una carrera reptante; es enorme, tripón, bíblico, cojonudo. Su cabeza se atasca en la puerta, se oyen ruidos de cascotes y muebles derribados, rotos, cacharrería. Escaleras abajo logramos salir de casa. Volamos por el barrio, doblamos varias esquinas, corremos por el hospital, por el ahorramás, por el eurodroguer, por la iglesia y los salones parroquiales, entre los andenes de la estación de autobuses, por el campo de fútbol de arena. Una anciana ha caído a causa de nuestro descuido en la carrera; una madre gira rápido el carrito de su bebé para esquivar nuestro arrollamiento, luego nos grita enfadada. No alcanzo a mi amigo, cada vez más lejano, más delante, le pierdo en la distancia, no me espera. No puedo más y paro sofocado, tosiendo, sudando a chorros. Y veo por encima de los bloques lejanos del barrio que asoma la figura kilométrica del cocodrilo, ahora bípedo como un Gozilla, gigante, cíclope, Leviatán alienígena y Neptuno; mordiendo tejados y ferralla. Suena la policía, los bomberos y el ejército que con helicópteros acuden como avispas al monstruo, al nuevo King Kong arcosaurio. Me ha jodido la casa; mi amigo, Babilonia, las mil y una noches; ¿De dónde lo ha sacado? ¿A qué coño me lo trae?

«Será para nosotros como un hermano, tío»




Texto de Garven
Imagen de Pixabay

viernes, 8 de noviembre de 2019

Carpe diem

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Cuando murió mi tío, en la cafetería del tanatorio, mi padre me dijo algo a lo que he ido encontrando cada vez  más sentido. Estábamos tomando una cerveza juntos y me preguntó:
- ¿Sabes qué tiene de especial está cerveza que te estás tomando? - y sin esperar mi respuesta, mi padre no era mucho de esperar, sentenció:
- Que esta cerveza es sólo para ti, y te la vas a beber sólo tú, a no ser que alguien te pida un poco. Es tuya. Se ha hecho para ti.
Carpe diem. 
No era mi padre muy de filosofías positivistas que ahora está tan de moda. Ahí acabó la conversación.
Apuramos la cerveza y volvimos a la sala del tanatorio donde la gente despedía a mi tío. Se paraban frente al cristal y decían las frases típicas de esos momentos, "parece que esté dormido", "qué buen aspecto tiene", y cosas así que la gente dice sin pensar y por cumplir.
Mi padre no le daba importancia a estos comentarios y yo siempre me reía de ellos. A veces los recuerdo con un buen amigo.
Últimamente tengo la sensación de que he llegado tarde a las cosas que mi padre me decía y sobre las que nunca le pregunté como debía. Me encuentro en casa repitiendo sus manías y muchas de sus coletillas.
Esta sensación es ahora una realidad ya que para hablar con mi padre sólo me queda mirar su foto y ya nunca responderá a más preguntas desde detrás del cristal del marco de la librería. Debería haberle preguntado más.
"La muerte no consiste
en no poder comunicar
sino en ser ya para siempre incomprendido."
Pasolini.

Texto A. Ramírez
Imagen de Pixabay


miércoles, 6 de noviembre de 2019

A la sombra de Robert Johnson

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En los enjambres solitarios de un cruce de caminos diseñado por Fau Trujillo y Lola Crespo entre marcas de agua de guitarras, suenan las letras la magia de sus negros.

El tacto de una pluma embriagada de azules me recuerda que, aunque el pájaro sigue volando entre las nubes y el whisky junto al hielo, cada vez que los labios se acercan al brocal de la copa, igual que el blues, su sabor nos refresca y nos quema con suavidad.

Junto a la verja de arpillera trenzada, la blanca pluma que el pájaro de fuego nos regala,  invita a trasgredir las sombras de la noche y a abrir la jaula herida para que el blues nos cuente a qué saben las cuerdas de sus guitarras.

Y comienza el concierto de las letras, página a página, mientras Fau, con sus certeras yemas, manda a su abultado vientre los sonidos que Ella, la guitarra, nos regala.

A la sombra de Robert Johnson, dos autores, nos pasean por la promesa de un viaje a New York, una visita al Brooklyn tejido a golpe de blues, y las negras laderas de un Chicago vestido del soul que uniendo jazz y blues, da cuerpo al triunvirato.

Junto al sudor del mástil nos sumergen en la edad del Mississippi y asomados a los balcones de New Orleans nos tararean la voz negra de la guitarra de Jane Lee, nos cuentan la intensidad del blues rock de Johnny Winter y del desgarro desatado de aquella hija del amanecer de voz carbón que llamaban Rosetta Tharpe.

En otra arteria de este delta, que parte desde un cruce de caminos, nos enseñan la voz de San Francisco siguiendo los meandros que la sinuosa piel de la víbora dibuja en el terreno atraída por las decenas de discos que John Lee Hooker dejó a resguardo en la casa del blues.

A mis ojos atorados, se le encendieron lágrimas de negra sal al detenerme en la autopista 61. Al ver la sangre de Bessie Smith corrieron a esconder en su vagón, a resguardo del frío de la ausencia, todos los recuerdos negros que ella nos parió.

Con esta comba musical que nos dirige, se nos invita a un salto desde el enero en Tennessee hasta el julio de Memphis mientras escuchamos esas notas bucólicas que, aún lejanas, huelen a vaca y al humus conque Fred McDowell fertiliza sus músicas.

Victoria Spivey, Miss Victoria nos ofrece, cigarro y guitarra en mano, toda la sombra de su piel negra con elegancia. Ella, ahora, desde su otro reino, sigue cantando con los compases desgarrados de su voz.

Al final de todos los caminos, a la sombra de Robert Johnson, nos espera Muddy Waters para romper los silencios con su guitarra y contarnos que todos los suburbios de su Chicago siempre fueron negros, como el gato.

Un bonito paseo, a la sombra de Robert Johnson, donde la protagonista tras hacer un gran pacto con el diablo, se sigue llamando música y más concretamente, guitarra; guitarra y blues, guitarra herida. 

Reseña de Aborojuan

lunes, 4 de noviembre de 2019

Sueños grises

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Sueño que sueño...
Viajamos... un mundo frío, diferente... como hace 100 años...
No se ven máquinas excepto algún autómata callejero que fascina a los viandantes, que callados, los observan... un frío silencio lo inunda todo...
Los tonos grises dominan la estancia... montamos en una especie de dirigible, estamos como flotando...
Las casas pasan lentamente bajo nuestros pies, casi podemos tocarlas...
Parece que vamos a chocar de un momento a otro con algún tejado... aunque sólo nos apoyamos en ellos suavemente de vez en cuando...

Un crujido... una de las ruedas golpea una buhardilla...
Mi familia se estremece... nos miramos preocupados, pero nos mantenemos callados...
Miedo a engancharnos en una cornisa y estancarnos...
Dentro del dirigible nos desplazamos, buscando un lugar seguro... pero parece un laberinto...

Otra gente nos acompaña... sus ojos, preocupados, se clavan en mí...
Mientras, la nave sigue adelante, suavemente...
Sin saber a dónde.



Texto de David Losada
Imagen de Pixabay


sábado, 2 de noviembre de 2019

Tesis del Ahogado

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Ana Vega ha colaborado en revistas y publicaciones nacionales e internacionales, participado en antologías poéticas como La manera de recogerse el pelo coordinada por David González (Editorial Bartleby) u otras publicaciones como Poetas Asturianos para el siglo XXI de Carlos Ardavin (Editorial Trea). Ha publicado El cuaderno griego (Editorial Universos), Realidad paralela (Editorial Groenlandia), Breve testimonio de una mirada (Editorial Amargord), La edad de los lagartos (Editorial Origami), Herrumbre (Editorial Groenlandia), Llanquihue (Editorial Huerga & Fierro), Al xeito del tambor (Ed. Trabe, 2013), Auschwitz 13 (Ed. Amargord, 2013), Cantar en el desierto (Trabe, 2015) y Resiliencia (Trabe, 2015). Accésit del XXVI Premio Nacional Hernán Esquío 2008, premio de la Crítica de las Letras Asturianas 2011. Compagina su actividad literaria con su actividad docente como coordinadora de cursos y talleres de creación y creatividad y su colaboración en diferentes medios de comunicación como periodista, crítica literaria y columnista.

Videopoema de Ana Vega y Mapa Mudo
Foto y biografía de Ana Vega

jueves, 31 de octubre de 2019

martes, 29 de octubre de 2019

Envejecer es olvidar palabras

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Envejecer es olvidar palabras. Uno se olvida de recreo, comba, patio, olas, saltos...

Ocurre cuando menos te lo esperas. Un día estás tan metido en comprobar quién te ha enviado un mensaje al móvil, o si te han pasado el último recibo en la app del banco que te olvidas de lo que era saltar las olas y disfrutar. Ves como Nuki, un hada caníbal, lo hace y te sientes muy lejos de todo y sin sentido. Sufres un dolor líquido en la cabeza, como cuando te entra agua en el oído, y al momento te ves dentro de una película en un idioma que no entiendes. Para asegurarte que sigues siendo real vuelves a comprobar el sinsentido de los mensajes y los recibos.

Yo cerré los ojos al darme cuenta de que había olvidado palabras que ya habían escapado de mí y a las que ahora echaba de menos. Los cerré tan fuerte que se me abrieron sin querer y me encontré con un paisaje minusválido, como alienígena.

Fingí reírme pero me salió una mueca terrorífica.

La gente que había cerca me miró de forma extraña desviando un momento su mirada de las pantallas táctiles. Yo percibía que a ellos también se les habían olvidado un montón de palabras que revoloteaban alrededor de nuestras cabezas formando frases como 'perder el tiempo', 'cosquillas en los pies' y 'aburrirse y no hacer nada'.

Los demás no parecían ser conscientes de este vuelo indiferente de las palabras. Todos parecíamos preocupados por cosas urgentes como nacionalidad, elecciones, banderas, mítines...

Me fijé que la gente nos movíamos de modo extraño, silencioso, como amputados de algo interno, no sé si de recuerdos o de intenciones.

La palabras perdidas hacían que la realidad fuese más oscura y estrecha, de colores apagados. Al fijarme en el aspecto físico de los demás me daba cuenta de que quizás esas palabras perdidas iban hundiendo algo la frente, arrugando los párpados o provocando, al echar a volar olvidadas, la rigidez en las sonrisas. Tal vez fuesen la causa de la caída del pelo. Qué sé yo.

Redescubrí ese día muchas palabras que creía perdidas. Tal vez rejuvenecí. La sensación fue como la de recuperar la movilidad y la sensibilidad de un miembro dormido, una pierna o un brazo, qué más da. Esas palabras fueron mías y volvía, al recuperarlas por fin, a ser un poco más yo.



Texto de A. Ramírez 
Imagen de Pixabay

domingo, 27 de octubre de 2019

Somos

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Somos la generación de las infinitas posibilidades y, por ende, de las dudas infinitas.  La generación de la vida en un instante y, a la vez, de reservar para mañana porque puede que todo cambie. La del exceso de información que, paradójicamente,  no tiene nada claro. De los besos instantáneos que no saben a nada, porque los de verdad a lo mejor duelen. Del café expreso, de las fotos digitales amontonadas en memorias artificiales. Del continuo movimiento que nos empuja a estar haciendo siempre; de los frenazos en el tiempo que nos condenan al encierro de nuestra inactividad.

Somos la generación que camina sin mirar al suelo, sin levantar la vista al cielo. La que no percibe los aromas y se siente satisfecha en el sabor potenciado de la comida rápida. La que no se para a conocer las diferentes sonrisas de esa persona, ni a leer sus miradas.

Somos la generación en busca constante del placer inmediato y, por tanto, la eterna insatisfecha.  La que mide su valor en "likes" y no sabe llorar. La del amor efímero.  La generación que quiere cambiarlo todo y, sin embargo, no cambia nada.

Foto original: Alejandro MG
Edición y texto: @maytenekez


viernes, 25 de octubre de 2019

El impulso

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Lleva dos días en el hospital. 

Apenas recuerda cómo llegó allí. Sabe que quiso suicidarse lazándose por el balcón. Ignora cómo pudo sobrevivir a una caída desde un quinto piso. Sólo recuerda un dolor atroz, unas ganas aún más grandes de morir, de abandonar todo sufrimiento... y la sensación de que algo no iba bien, no es que no fuera a morir, es que no le dejaban morir. Como si algo se abriera paso desde la oscuridad y le empujara de nuevo a su cuerpo roto y dolorido. 

Más cosas extrañas. En los dos días que llevaba hospitalizado el dolor había remitido mucho. Suponía que estaba sedado hasta niveles insospechados, pero es que sentía que podía volver a levantarse. Sobre todo cuando aparecía esa enfermera en particular. Esa que le hacía pensar cosas que antes nunca había pensado. Se preguntaba si sería consecuencia de la morfina. 

 No es que tuviera ganas de invitarla a salir, conocerla y enamorarla. No, en absoluto. Cuando la joven aparecía sentía deseos nunca antes imaginados. Quería acercarse a su escote para desgarrarlo con sus uñas, quería besarla en los labios para arrancárselos de un bocado y comprobar a qué saben, quería desnudarla para poder ver bien cada hematoma que fuera capaz de producir a base de golpes... Miraba a su alrededor y veía todo tipo de material que podría usar para causar dolor a aquella pobre chica. 

 Algo no iba bien, nunca había sido un tipo violento y, ahora, cada vez le era más difícil frenar su loco anhelo. Lo peor eran las voces que cuando ella aparecía le pedían, le rogaban, le ordenaban “¡hazlo! ¡Lo deseas! ¡Queremos probarla! ¡Hazlo! ¡Hazlo! ¡Hazlo!”

La joven enfermera volvió a la habitación haciendo su ronda. Estaba preparando la medicación adecuada, de espaldas a la cama. No podía evitarlo, no quiso evitarlo. Como imaginaba, pudo ponerse en pie y andar sin hacer ruido a pesar de haberse roto casi todos los huesos en su frustrado intento de suicidio. A la chica se le cayó algo al suelo. La tenía a un solo paso de distancia. Él tenía preparado un vaso de cristal que tomó de la mesita de noche para estrellárselo en la cabeza. No la mataría, pero la dejaría suficientemente aturdida como para poder hacerle cada una de las cosas que las voces le decían que debía hacerle... 

 En ese momento ella se giró, se sobresaltó al verlo tan cerca y se le escapó un pequeño grito. Ese involuntario grito le salvó la vida. El grito hizo que, por un momento, nuestro hombre se diera verdadera cuenta de lo que iba a hacer. También supo que no podría evitarlo mucho tiempo. Se dio la vuelta y corrió hacia la ventana. Se lanzó de nuevo. No supo cómo sabía que estaba en una cuarta planta, pero lo sabía. En los escasos segundos que duró la caída le dio tiempo a pensar que era mejor morir que convertirse en un monstruo. 

 En el último instante, sonrió...


Relato Sergio Salvador Campos
Imagen de Marta Pineda

miércoles, 23 de octubre de 2019

Carmín

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La mayoría de las plantaciones estaban rociadas por insecticidas nocivos para sus diminutos saqueadores, pero no aquella higochumbera. Esas soleadas hectáreas de la isla de Lanzarote eran un paraíso donde las cochinillas campaban a sus anchas; a salvo, incluso, de algunos depredadores. Las espinas de la dulce planta les brindaban protección contra los pájaros y otras alimañas.

 Ni siquiera ellas mismas eran conscientes del lugar tan privilegiado que habitaban. Allí la comida jamás escaseaba, el clima era óptimo y podían reproducirse cuanto quisieran. Los propietarios jamás les ponía obstáculos, todo lo contrario. Pues lo que realmente cultivaban en la higochumbera no era la planta en sí, sino las propias cochinillas.

Cada cierto tiempo, unas manos con una especie de cucharón retiraban tantas caniquitas con patas como se encontraban, que jamás regresaban a la planta de la que habían sido abducidas. Después las dejaba al sol, en una bandeja de metal reflectante que potenciaba el calor que recibían las cochinillas, abrasándolas, evaporándolas, incinerándolas vivas. Sus gritos de agonía se perdían en esa crematoria atmósfera sin que nadie llegara a oírlos, ni siquiera las compañeras que se encontraban a salvo en las plantas.

Una vez muertas, se llevaban sus restos para triturarlos y molerlos hasta convertirlos en un polvo que mezclaban con productos químicos para obtener ácido carmínico.

El negocio iba viento en popa. Se vendían miles de kilos de cochinillas machacadas a varias empresas importantes, como la que elabora los yogures de fresa que tanto te gustan después de cenar, o la que fabrica esos pastelitos rosa que devorabas en tu infancia y que aún se siguen vendiendo, bajo el nombre de ese simpático personaje de dibujos animados. En las etiquetas se usan los eufemismos “colorante E-120” o “carmín natural”. Así es, carmín. No sólo van a parar a la industria alimentaria; las cochinillas machacadas de Lanzarote también se usan para elaborar pintalabios.

Lo sé, es repugnante. A mí también me traumatizó cuando vi ese maldito documental. Me puse Discovery Max un rato antes de mi primera cita con Susana para calmar los nervios, y vaya idea. Vino con los labios pintados de rojo. Yo era incapaz de mirárselos sin pensar en el polvo de cochinilla.

Al principio de la noche, para saludarla me limité a juntar mi mejilla izquierda con la suya derecha y viceversa, mientras recreábamos el sonido de dos besos. A la despedida no hubo tanta suerte. Encerrado en su coche, me plantó esos morros sanguinolentos pretendiendo juntarlos con los míos. No pude evitar pensar que el carmín tocaría mi boca, se mezclaría con mi saliva y yo acabaría tragando algún fragmento de cochinilla.

Instintivamente me aparté de ella todo lo que pude e intenté abrir la puerta, pero tenía puesto el cierre. Durante una fracción de segundo me vi acorralado y no se me ocurrió otra cosa que gritarle: «¡quita, bicho!» No se lo tomó muy bien, la comprendo. Espero que eso no frustre la posibilidad de una segunda cita.

Texto de Román Pinazo
Imagen de Imbarex (Natural Colors & Ingredients)