viernes, 20 de diciembre de 2019

Qué bien se está aquí (sueño)

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A mi padre.

Otra vez voy a contar un sueño. Me ha dado ahora por escribir los sueños que he logrado pescar del pantano del dormir hasta el butrón del pescador despierto. Sueños coleantes y branquiales que todavía vivos aletean entre mis sábanas. Pero no os puedo invitar a tomar un vaso de sueño a palo seco. Lo he cogido fresco y ahora tengo que procesarlo; tengo que poneros las aceitunas de la literatura y las patatas fritas de los embustes para que esté más sabroso aunque a mí esto me joda un poco.

Así que soñé que mi padre y yo caminábamos tan panchos por el Stonehenge. Sí, aquellas piedras melladas que forman un círculo sobre la hierba en algún lugar de la Gran Bretaña. Yo traía la imagen que vi en los documentales y sé que es cosa de trogloditas o algo así; en mi sueño enseguida reconocí aquel paraje temático. Mi padre, con su cara de guasa y un par de bolígrafos pinzados en el bolsillo del pecho de la camisa. Llevábamos puesto el atuendo de diario y pateábamos por el blando piso vegetal del Stonehenge como si flotáramos en el líquido amniótico de aquel páramo embarazado ya de nueve meses neolíticos. Mi padre y yo persiguiéndonos, riendo a carcajadas; respirando la mañana fría y eterna, lumínica de portada de libro de texto de los chavales en la que apareciera el Stonehenge. Mi padre y yo con las manos en los bolsillos calculando a ojo la altura de los menhires, silbando melodías de película. No sabíamos si habíamos dejado a mi madre en algún sitio y había que recogerla luego; pero la sensación era que estábamos en aquel lugar para siempre y mi padre y yo encantados de lo lindo. El círculo del Stonehenge nos ha centrifugado y se ha deshecho de nuestros anillos domésticos y laborales; limpios de prejuicios y perjuicios, felices sentados con la espalda en una piedra y las piernas estiradas sobre la pelusa verde y rupestre del Stonehenge.

Al despertar, después de las defecaciones y las abluciones, ahondé más en la wikipedia sobre el Stonehenge y leí lo que me temía: Que si ritos funerarios, que si ya la edad de bronce, que si un templo, religión y astronomía. En fin, aquello no era definitivamente el Stonehenge cachondo y peregrino de mi sueño, sin cadáveres debajo. Nuestro Stonehenge, papá, era algo así como la programación infantil de los sábados por la mañana.



Texto de Garven
Imagen de Pixabay

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