jueves, 31 de enero de 2019

Ajenjo, de Ramsés Torres

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Herida. En silencio y herida. Como siempre que se encontraban. Herida por el pasado. Vapuleada por el presente. Desorientada y a la deriva de un mar de sentimientos. No tenía sabor. Inodoro, incoloro e insípido. El ahora no tenía sentido. Sentada en aquel viejo Café, daba pequeños sorbos de ajenjo y grandes bocanadas de amargura, que tragaba con dificultad. El pasado acudía a su cabeza una y otra vez. Tan sólo unos momentos antes lo había vuelto a ver. Se había vuelto a perder en sus ojos, en la comisura de sus labios, en sus manos y, como casi siempre, su corazón había dado un vuelco. Sólo entonces cobraba vida su alrededor. Volvían el color y el sabor de las cosas. El sentido de la existencia. Su sonrisa. Y ella volvía a ser feliz. Guiños del pasado, de lo que pudo ser y no fue, sonrisas cómplices y miradas encontradas. Recuerdos y esperanzas que se desvanecían cuando llegaba el adiós. Y ella se quedaba sentada. Una vez más. Sintiendo aún el calor de su presencia. Escuchando su voz. Perdida en aquella mirada de amor. Y luego el tiempo pasaba. Y ella volvía a apagarse. Desaparecía su hálito de vida como si de una llama asfixiada por la falta de oxígeno se tratara. Ahogándose en un eterno vaso de ajenjo. Lenta o rápidamente. Daba igual. Qué más da. Sencillamente pasaba. Se dejaba vivir. Martilleando su ajado corazón con el paso de los minutos, las horas, los días y los meses... hasta que lo volvía a ver. Y volvía a sentir ese fuego en su interior. Esa pasión reservada para los amores verdaderos. Aquella nube de arena que arrasaba su pecho y le devolvía la vida de un solo golpe.

Pero mientras, el tiempo pasaba y lo devoraba todo a su paso. Dicen que curaba heridas. Que cicatrizaba los cortes del destino. Ella no pensaba eso. La flecha etérea que atravesaba su corazón le dejaba un dolor constante. Siempre elegantemente vestida y con tocado, esperaba que su hombre entrara por la puerta del Café y volvieran a charlar un rato. Unos minutos. Horas con suerte. Pero mientras... mientras esperaba sumergida en recuerdos del pasado. Atada a un destino que no le quería. Un destino que no la amaba. Un destino que la engañaba con una vida de cartón. En ocasiones aparecía por el Café y se sentaba junto a ella. Siempre de negro, con su sombrero y su maraña de pelos y barba. Se encendía una pipa, se pedía una copa y dejaba pasar el tiempo. Apenas cruzaban unas palabras. Sin importancia. Banales. Cargadas de una rutina insoportable y escasas de amor. Aislados el uno del otro. Como dos desconocidos. Marido y mujer. Sometidos a un presente maldito que los ahogaba en su propia existencia. Luego, el que ejercía como su esposo, se marchaba y ella esperaba a que entrara el verdadero amor de su vida. Siempre acompañada de su ajenjo. Bebida de borrachos decían en el viejo París, a la que se achacaba el alcoholismo de la clase trabajadora. Pero no le importaba. Jaleo y bullicio en el Café. Pero ella estaba sola. Aislada. No escuchaba nada. Su rostro rezumaba la tristeza de lo más profundo de su ser y su mirada se perdía en los recovecos del pasado. En sus recuerdos. En aquella noche. La noche en la que salió a cenar con él.

Recordaba su perfume. Las risas. La comida. Las miradas que se repartían. Las sonrisas encontradas. Cómo les guiñaba la luna. Su traje de chaqueta. Su vestido verde estampado. Aquellos secretos que se confesaban con el silencio de sus gestos. Esa atracción mutua que la pasión se encargaba de avivar. Esas abejas en el estómago. Ese zumbido en el corazón. Ese galope incontrolado de la sangre. Ese fuego interior que emergía cada vez que se tocaban. Sabía que el amor tenía que ser algo parecido a eso. ¿Acaso era amor?. Se había dado cuenta de que iba a estar enamorada de ese hombre toda su vida. Pero entonces llegó el alba. Todo había sido a escondidas. Llegaba la hora de la despedida. Ella estaba prometida y él también. Compromisos que los separaban de sus verdaderos impulsos. Y allí estaban. Uno junto al otro. La aurora se convertía en testigo de lujo. Se miraron y naufragaron en los deseos más profundos de su interior. Parecía que se iban a fundir en un beso. Un beso prohibido. El contacto de sus labios formando un único ser. Ella lo deseaba con toda su alma... pero aquel compromiso la ataba. Lo miró y deseó con todas sus fuerzas que él la hiciera suya. Pero aquel hombre también respetó su palabra. El beso fue el único ausente aquella noche. Llegó la hora de separarse. El mutismo de sus gargantas había reinado en los últimos minutos. ¿Para qué romper aquel hermoso silencio?, ¿qué decir cuando son las almas las que hablan?. Llegó el adiós, huérfano de broche dorado, y rematado con una sonrisa de melancolía. Ya se echaban de menos cuando una última mirada quedó eclipsada por el amanecer y los primeros rayos del sol. Aquella noche había acabado.

Y luego pasó el tiempo. Él se casó y ella se casó, pero ninguno con el otro. Pasaban los días. Y las semanas. Y la arena de aquel reloj no cesaba de caer. Y el sol salía y se ponía. Y ella se instaló un día en aquel Café y comenzó a ver pasar su vida a través de un vaso de cristal bañado con ajenjo. Tiempo muerto. Ajenjo y espera. Vaga existencia apoyada siempre en la esperanza de volverlo a ver una vez más. De que apareciera por la puerta. Y un día entraba. La pasión surgía de nuevo y la llama de la vida la llenaba por completo. Olvidaba su vida actual y se dejaba perder entre las miradas de aquel hombre y su voz. Se dejaba perder en aquella maravillosa noche donde sus vidas pudieron cambiar, pero no lo hicieron. Ignoraba si él, al que verdaderamente amaba y esperaba todos los días, quería a su mujer. La misma a la que llamaba esposa y acompañaba en el lecho por las noches. Lo ignoraba y le daba igual saberlo, porque cuando venía y se sentaba con ella, era el único momento que vivía. Eran los únicos instantes en los que se sentía viva y todo se removía en su interior. Luego él se marchaba diciendo que volvería. Y ella lo esperaba. Nunca la besaba. Nunca lo besaba. Nunca se besaron. Nunca se dijeron que se querían. ¿Amor?, tal vez... Pasaban los años y el beso no llegó, pero siempre se encontraban para perderse en sus rostros y sumergirse en lo más profundo de sus deseos. En los recuerdos de aquella noche y de lo que pudo ser y no fue.

Un día ella faltó del Café... y él no llegó. Nadie los volvió a ver. Unos dijeron que fue el tiempo el que la devoró. Que ella había gastado el reloj de arena. Otros que se cansó de esperar. Algunos se atrevieron a decir que él dejó de venir. Y fueron muy pocos los que rumorearon que habían huido juntos. Nada más se supo. Un día de 1876 apareció un cuadro en Brighton. Se titulaba “En el Café” y su autor era un tal Edgar Degas. Era conocido por participar con sus cuadros en la primera Exposición de los Impresionistas un año antes. La obra sufrió fuertes y drásticas críticas, pero aún así hubo un comprador. Dicen que era alguien con sombrero negro y pelo canoso. Un hombre mayor con una barba teñida de pinceladas blancas y que fumaba pipa. Unos dicen que era amante de la pintura de Degas, pero los más osados contaron que le escucharon decir que el hombre del cuadro era él, y que la mujer era su desaparecida esposa, “La bebedora de ajenjo”. Algunos rieron, pues sabían que los protagonistas de este cuadro eran dos amigos de Degas que habían posado para el pintor, pero otros aseguraron haber visto a aquel hombre años atrás, en un viejo Café de París, acompañado de una mujer con la vista perdida en el fondo de un vaso de ajenjo...

Texto de Ramsés Torres

martes, 29 de enero de 2019

Life is Strange 2. Episodio 1

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No nos cansamos de esta franquicia. Primero fue Life is strange, con Max y Chloe arreglando el mundo. Luego vino Before the storm, un viaje al pasado en el que vivimos el momento en que Chloe y Rachel se conocieron y el por qué eran tan cercanas. Incluso nos apretamos el cinturón y dejamos de pedir a Just Eat por un tiempo porque compramos la edición Deluxe con el bonus Before the storm: Farewell, en el que asistimos al crudo instante en que Chloe y Max se separan justo después de morir William 

Continuamos esta saga extraña como la vida con Life is strange 2. En principio lo único que sabemos es que no hay rastro de las dos amigas que pusieron patas arriba el pueblo. Y poco más. Dos hermanos que espero van a vivir una aventura emotiva y por la que merezca pagar los 39,99€. Otro mes sin Just Eat. Cargamos el juego y vemos los detalles de los créditos iniciales. Muy currados, todos los logos con un efecto hiperrealista de bordado. Lo primero que te va a pedir es aceptar la Política de privacidad. Lo siento, muchachada, la interminable lista de avisos ha llegado hasta aquí también.
*ALERTA SPOILER*. Cuando elijas empezar la partida te hará dos preguntas que, al menos a nosotros, nos ha dejado perplejos y con sonrisa de idiota: «¿Jugaste a la primera temporada de Life is Strange?» y «¿Decidiste sacrificar Arcadia Bay?» Elegimos la decisión que tomamos aquella primera partida en la que pusimos en una balanza a nuestra amiga y un pueblo entero y nos importó un pimiento nuestra amiga. *FIN ALERTA SPOILER*.
Como siempre, curioseamos opciones, extras y demás elementos del menú. Lo más disfrutable para nosotros: volumen de la música y efectos por debajo de las voces originales. Subtítulos en español.  Ahora sí, comenzamos.

Episodio 1
Tras la pantalla de carga, esta vez con un monopatín en la esquina inferior derecha, la acción se inicia en el interior de un coche patrulla. Está produciéndose un altercado y el agente Matthews sale del vehículo para atender lo que sea que esté ocurriendo cuando un algo, una ráfaga de viento, un qué sé yo lo lanza por los aires y vuelca el carro. ¡BUM! 
Buen comienzo. Ahora música ochentera pero actual, la moda retro, el autobús escolar y dos compis, tú (Sean) y tu amiga Lyla hablando de lo fracasado que eres. Un paseo hasta tu casa, charlando sobre fiestas, chicas y metomentodos, un saludo a tu querido vecino y llegáis al porche. Parece que se acerca Halloween. Primer dilema, ¿un cigarrito? Después tu colegui te hará una lista de las cosas que deberás llevar a la fiesta llenándote de tinta la palma de la mano, con dibujito incluido. Definitivamente es un pene. O yo lo veo así. Filosofaréis un rato sobre cosas que los chicos de esa edad no suelen, pero eh, esto es América, el mejor país del mundo. Despedíos y entra en casa. Se celebrará un juicio por ver a quién le pertenece el último Choc-o-Crisp, ¿a tu hermano o a tu padre? Pa mí. Si le haces la pelota a tu padre se lo dará igualmente al enano coñón.

Al fin tienes el control. Mira en tu mochila, tendrás que prepararla para la fiesta. Nos encontramos con la primera novedad de la franquicia: tenemos un inventario más allá de notitas y fotos pegadas en un diario. Mientras buscas lo necesario podrás conocer poco a poco a los personajes. Vuelve a la cocina y verás un bote con dinero “para drogas”. Tu padre es un chistoso. Podrás pasar de él, robar 10$ o incluso añadirlos. En la alacena hay galletas y patatas fritas. Hazlo bien, pilla las papas. En esas te llega un mensaje de Lyla. Qué presión aún es de día. ¿Quién va a una fiesta a plena luz? Bueno, qué se puede esperar de los americanos, que quedan a las 5 de la tarde para cenar. Mira la nevera. ¿Refrescos o cerveza? Es una pregunta retórica. En el baño podrás hacer un Taxi Driver del ligoteo.
Vamos al sótano, a por mantas. Hay un mural que tu padre te pidió hacer pero que también permitió ser mancillado por tu hermanito. Una bici de mujer que deberías haber vendido hace tiempo y unas cajas con nombre femenino. Yo no sé nada, teoriza tú. Mantas. En la parte alta de una de esas estanterías industriales. Tu padre está currando bajo el coche y te pide que le pases no sé qué cacharro que debería estar en el primer cajón del armario de herramientas. Eso te pasa por fisgonear. ¿Será eso que hay en la mesa? Nop. ¿Esa otra que está colgada en el panel? No das ni una. Tiene que tener la punta negra y una cabeza flexible, como la niña de El Exorcista. No tienes ni idea. Al final estaba más cerca de lo que pensábamos, sobre la aleta delantera derecha del coche. Todo este rollo al final es para darte una pequeña charla que te ayude a encauzar tu vida. Necesitarás pasta para esta noche, ¿no? Es para comprar priva o hierba, ¿eh? Miéntele o dile la verdad. Con los padres, la experiencia nos dice que lo mejor es decir siempre la verdad. Así que toma, ¡40 pavos! Pero pórtate bien y no mueras. Si le cuentas el rollo de Halloween solo te dará 20, por listo. Haz lo que debas, yo solo digo que el dinero no da la felicidad, pero te puede venir bien más adelante para SPOILER. Dale un abrazo o hazte el mayor, pero nunca se sabe, puede que te arrepientas más de las cosas que no haces que de las que haces.
Ve a ver a tu hermano, Daniel. Está currando en su disfraz de Halloween pero aún sigue cabreado por comerte el último chocochungui o por dársela a tu padre. Si es así no te dejará entrar ni saber qué se trae entre manos. Si has curioseado el móvil lo suficiente verás que Daniel se puso a hablar con Lyla (Check this out) usurpando tus apps. Ahora podrás burrearle diciéndole o bien que le está poniendo los cuernos o que va a casarse él. Cosas de hermanos.
Ve a tu leonera… un momento ¿está ordenada? ¿Dieciséis años? No lo compro. Recuerdos, cosas guays, musiquita. Un detalle muy guapo es que te pones a cantar lo que suena mientras paseas por la habitación. Tus dibujos. Parece que sí tienes un objetivo en la vida. Sigue con las pesquisas. En la mesilla hay un cajón, un cajón mágico, ese que todos hemos tenido que representa nuestro paso de la niñez a esa etapa en la que crees que sabes lo que haces llamada adolescencia. Hay un muñeco, una novela fantástica y unos condones. Yo pillaría uno. En tu escritorio hay una alacena. Dentro, una pipa de maría. La lista está completa. Pero no te vayas aún. Siéntate en el puff. Fíjate en tu entorno y comienza a dibujar. Podrías mejorarlo. Dale otra visual a la habitación. Eso está mejor. Sal de ahí. A ver, ¿qué falta? Nada, eres el mejor preparando avituallamiento festivo. ¡Fiesta! Ve a la mochila y guarda todo. Eso no es una mochila, es el bolsillo de Doraemon. Vuelve a tu habitación y videollama a Lyla. Todo está listo para la fiesta, menos tu autoestima. Daniel entra como un tanque para enseñarte su sangre falsa. Échalo. Durante la videoconversación puedes recolocar las palabras esas sobre la mesa, encender la lámpara de lava, dibujar a tu amiga y enseñárselo o no. De pronto oyes que algo ocurre fuera. 

Tu vecino el Capitán América está “teniendo una charla” con Daniel. El niño le ha manchado la camiseta con la sangre falsa, pero tampoco es para ponerse así. Llega un momento en el que tienes que decidir entre dudar de tu propio hermano o encararte con el Capi. Si decides no achantarte  y presentar batalla se liará una buena. Varios puñetazos e insultos racistas después (recuerda que tu familia viene de México) aparece la poli mientras le das el último empujón a tu oponente, que cae sobre una piedra y se hace pupa. Si haces de hermano mayor responsable y buen vecino tendrás que esperar hasta que el Capi haga un comentario feo sobre tu madre. Te girarás y le arrearás un buen piño, por guay, y seguirá pasando lo mismo: caída, piedra, pupa, poli. Todo es muy confuso, un chico rubio en el suelo manchado de sangre bastante creíble (puto niño, ¿por qué haces tan buenos FX?) dos niños mexicanos de pie, el padre de estos que llega en plan “¿qué cojones…?”. ¿Qué crees que ocurrirá? Pues la realidad, disparar primero, preguntar al forense. El señor Díaz recibe un disparo, los hermanos se asustan y el pequeño… ¿Recordáis la secuencia inicial? El pequeño Daniel es el sucesor de Akira. Y la ha liado muy parda. Sangre y destrucción everywhere. Trata de despertar a Daniel de su inconsciencia y salid cagando lechugas de ahí. 
La escena se traslada a una carretera que atraviesa un bosque. Han pasado dos días y habéis dormido al raso. Camináis hacia un destino incierto, lejos de la tragedia que habéis desatado. Daniel no recuerda mucho de lo ocurrido. Ey, un coche. Gracias a Dios. Viene muy bien para el problema de caminar: tiene una chocolatina dentro. Y no una cualquiera, la que fue objeto de un juicio casero. Elige si quieres que tu conciencia se llene de azúcares y grasas insaturadas. Por el camino veréis un mapache que no ha tenido mucha suerte. También un tablón con un buzón de sugerencias. Puedes abrirlo si quieres, con esa roca que hay cerca. Llegáis a un enorme cartel de información. El mapa os indica un río cercano y también la presencia de osos. Un camino se abre hacia vuestro objetivo. No olvides obligar a tu hermano a hacer pis en un aseo, puede que su orín sea ácido y destruya el bosque. Es broma, no sé nada sobre el pis infantil de futuros X-Men. Encontáis una bifurcación. Zona de picnic o la vía. Vamos por la zona de recreo. Inspecciona esos merenderos. ¡Oh, vaya, bayas! Confirma si son comestibles, no querrás cargar con otro cadáver. Hazlo siempre, hay más arbustos como este. Otro cartel. Todo lo divertido está prohibido. Hazle saber la clase de cuento de hadas que es ese bosque o revélale lo duro que es, donde en lugar de ardillas y pajaritos hay osos, cerberos, xenomorfos y puede que unicornios psicópatas hasta arriba de cristal. Siéntate en ese banco y reflexiona un poco. Ahí está el río. Y ahora algo muy sensato: poneos a jugar al escondite. Bueno, sigamos tratando de averiguar dónde diablos estamos. Desde el banco, ve hacia la izquierda, hay un camino. A los pocos pasos verás un mapache, esta vez vivo. Muéstraselo a Daniel. Sería una mascota genial, si pudierais vivir con las tripas fuera. Continuáis bajando por el sendero hasta que os topáis con que está cortado por unos troncos. Hay que volver. Al subir descubrirás otro pequeño camino a la derecha. Saltad el tronco. Ayuda al niño, yo a esa edad lo habría saltado sin poner las manos. Si no lo haces se hará un poco de pupa y se acordará de tu familia, que es la suya, así que se insultará a sí mismo en su cabeza. Pero no dice tal cosa. Seguís bajando. Ya se oye el murmullo del río, camináis por una de sus márgenes. Whoa! Esa roca con forma de pérgola es perfecta para acampar.

Dile al hobbit que construya un fuerte mientras tú adecentas la base. Si haceis un concurso de recoger madera seca no habrá fuerte. Mira en tu mochila y castígate mirando ese recorte de periódico que habla de vosotros. Por suerte también llevabas una manta… y cervezas. Sal a recoger combustible, unos cuantos leños servirán. Vuelve a la base. Ahora ya puedes encender el fuego. Pero antes, echa un ojo por ahí. No le digas que has visto un tronco anti estrés para osos. El niño se pone a molestar peces, es su forma de pescar. Acércate y siéntate en la roca para dibujarlo en sus quehaceres campestres. Cerca de la orilla hay un canto rodado con el que podrás ejercer de hermano mayor. No, no queremos que le arrojes piedras a tu hermano, queremos que le enseñes a hacer la ranita. Podrás encontrar otras cosas curiosas, pistas de anteriores campistas. Ahora sí, es el momento de quemar combustible, pero antes sube con tu hermano y disfruta de las vistas. Buscad formas en las nubes. Vuelta a la hoguera. A comer. A la hora del postre, el caso de la chocolatina sigue abierto. Chequea tu móvil. No hay cobertura pero podrás ver los mensajes de la gente preocupándose por vosotros. También uno de la poli, pidiéndote que declares. Charla con Daniel sobre lo ocurrido días atrás. Hora de dormir, chicos. 

Terrores nocturnos en mitad de la noche. Daniel anda un poco confuso. 

Carretera otra vez. Puedes tratar de ser mejor hermano mayor mientras camináis. Llegáis a una gasolinera. Justo en ese momento te llega un mensaje, de Lyla, pero la batería no aguanta más. Comprueba tu cartera. Los fondos escasean. Investiga el coche aparcado. Tiene matrícula de California, podría serte útil. Fisgonea un poco la parte trasera del edificio. Aparta esa caja que parece tener visa. Hay un pájaro atrapado. Libéralo y agarra la pluma que deja atrás en su huída hacia la libertad. Te llevarás una insignia por tu buena obra. 

Si quieres sentirte como un miembro respetable de la sociedad, id al baño y lavaos esos caretos mugrosos. Aprovecha para rellenar la botella. Sal del baño y echa un vistazo a la familia que está en el merendero. Puedes mandar a Daniel a mendigar. Nos pareció mezquino en un principio así que tratamos de entablar una conversación. Según cómo le entréis, serán más o menos amables, sobre todo la niña y el padre: no hace falta una prueba de paternidad para asegurar que tienen la misma mala follá. La madre se muestra comprensiva y amigable. Bueno, al menos hay una papelera justo ahí detrás, a ver qué se puede sacar. Pero no ahora, con ese público tan exigente. La otra opción: mendicidad… Como decía Riesgo Voudreaux en Blanco Humano: ”es duro extender la mano”. Te llevas un paquete de fritos o similar, de esos que traen más aire que snacks. Al badulaque. ¡Mira cuántas cosas que no puedes comprar! Trata de sacarle algún premio a la máquina que nunca da premios. Tras varios intentos, si no desesperas, habrá una bola morada a la derecha que pillarás seguro. Cerca de la puerta hay un parche con el que podrás personalizar tu mochila. Pasa por los estantes y comprueba con dolor el precio de la globalización. Mira el tipo con el portátil. Está escribiendo no sé qué cosa sobre gente desnuda. Pero al final resulta que es un tipo majete. Ve al mostrador, te darán un llavero y un mapa por la cara. Mira la foto tras la caja registradora, la tendera te cuenta un rollo sobre su marido. Paga lo que sea que hayas comprado después de que te haya sometido al tercer grado. Vuelve a aquel merendero, ahora es todo tuyo. No olvides el postre de la papelera. Ahora podréis papear y estudiar el mapa. Una vez localizáis vuestra posición aparece un tipo que debe saber sobre vosotros. La cosa se pone más tensa que el labio superior de Aznar. Puedes hacer tres cosas. Si usas la diplomacia o huyes solo tú te llevarás el mal trago y Daniel escapará. 

Despiertas en la casa de Hank Stamper. El maldito recista te ha atado a una tubería. Tras darte una patada y comentar lo seguro que está de una versión de los hechos que no ha presenciado se va por fin y podrás hacer algo. Trata de romper la brida. Imposible. La puerta del almacén está cerrada. El ordenador podría arrojar algo de luz, trata de alcanzar la silla. No, no eres Mr. Fantástico. Ese tubo de cartón quizá sirva. Tíralo. El efecto dominó hará que se encienda la pantalla, lo que te dará más luz para apartar ese horrible póster. Puedes darle un golpe de karate a la estantería. Pero solo servirá para saber el nombre de la infeliz que se casó con el bastardo Hank. Eh es Daniel, está tras el respiradero. Qué tío, es una especie de Newt pero sin aliens. Pídele que abra la puerta de la trastienda. No puede. ¡Que rompa la rejilla! Tampoco. Pero si puede encender el letrero luminoso con el que podrás ver las llaves colgando junto a la puerta y que el tubo al que estás atado llega hasta esa pared. Tira el poster si no lo hiciste antes y podrás moverte un poco más. Pídele una herramienta a tu hermano. No sé de dónde la saca pero te consigue un formón. Con él podrás romper las dichosas abrazaderas que sujetan el tubo a la pared. Así podrás deslizarte hasta las llaves tras apartar el sofá. Tíralas y dáselas a Daniel a través de la rejilla. Entra, te corta las ataduras. Ocurren cosas inexplicables. Al abrir la puerta te encuentras con una escena dantesca en la que todo está patas arriba y Daniel ahí de pie. La ha liado otra vez. Ahora podrás ser un buen chico y salir de ahí o qué demonios, robar el equipo de acampada que tan bien os vendría. Ahora sí, larguémonos. El votante de Trump te agarra de la pierna. Podrás soltarte y huir o seguir en la línea de “ya estoy harto de hacer siempre el tonto y ser bueno” y patear al redneck y ponerlo en su sitio.
En vuestra huída os topáis con un coche habitado. Es el escritor nudista. Os saca de allí derrapando. Le cuentas la película, cosa que no le sorprende mucho. Por ahora estáis a salvo, solo que hay un cuarto pasajero. El cachorro que regalaban en la tienda, bueno, ahora es tuyo y lo puedes llamar como quieras: Mushroom o Seta en inglés.

Continuais hablando. El tipo podría estar cómodamente sin hacer nada, su familia tiene pasta. Pero prefiere esa vida errante. Puedes decirle 3 COSAS. Suponemos que se siente solo por esas carreteras. Es su vida y le mola.
 
Seguís devorando kilómetros. Aparece un rótulo en pantalla. Costa de Oregón. Una bahía. Se ve un faro a lo lejos. ¿Perdona? 

Estáis en un apartadero contemplando lo que creo que es Arcadia Bay. Depende de tu decisión en el primer y maravilloso Life is strange verás la mohína ciudad tan llena de vida como siempre o hecha una escombrera. Brody  te comenta que si quieres hablar de lo que ocurrió en Seattle.
        —Fue la poli. El tipo disparó a mi papa delante de mis narices.
        —Fue mi culpa. 

El escritor es un buen escuchador, pero también es buen terapeuta y consigue calmarte. 

        —¿Deberíamos volver, seguir adelante? En México no sabemos si tenemos familia y buscar a nuestra madre, no parece una opción. Al parecer ya no forma parte de nuestras vidas. Pero ¿qué se puede hacer si no? Habrá que ir a Puerto Lobos, México. Allí se crió papá. 

Os llevará a un motel para que tengáis un poco de intimidad. Tú ahí sentado, en la playa, Daniel y Seta jugando. Los miras y reflexionas sobre cómo vas a contarle la verdad. Vamos a tirarle un palo a la alimaña peluda. Te lo lleva de vuelta y trae consigo un recuerdo: un colgante con un diente de tiburón. Sale Brody y confirma que tenéis una habitación en la primera planta. Os regala una pedazo de mochila y se despide de vosotros. Comprueba el inventario y verás una carta suya dándoos ánimos. También os ha dejado unos dólares.
Sube a la habitación. Luchad por la mejor cama a Pierda, papel, tijera. Investiga la estancia. En el armario hay otro recuerdo. No olvides que puedes personalizar la mochila con todos esos objetos que te vas encontrando a lo largo del viaje. Sal al balcón y aclara tus ideas. Vuelve adentro y siéntate en el sillón. A dibujar. Ve junto a Daniel. En la mesilla hay una muñeca que por lo visto “pidió prestada” a Brody. Robar está mal, chaval. Puedes sentarte a ver la tele con él. Pero no dejes de pedirle por favor que se lave, por Dios. Llena la bañera y haz un poco de burbujas. Aprovecha para mirar el móvil. Se viene una decisión de las gordas. Llamar o no a Lyla. Está muy preocupada por ti pero no puede hacer nada más. Tu palabra contra la de un departamento de policía al que le falta un agente no vale una mierda. Despídete y lanza al móvil a tomar viento. Y ahora otro momento delicado. Tienes que contarle a Daniel LA COSA. Pero antes un refresquito. ¡Daniel! ¿Qué le pasa? Vas corriendo a la habitación y aquello parece el baile de graduación de Carrie. Ha visto en la tele que vuestro padre ha muerto. Trata de calmarlo. Sí, le has mentido, pero joder, con lo que lleváis en la cartera no tenéis para pagar al servicio de limpieza. El crío te exige que no le vuelvas a mentir nevermore. Yo que tú se lo prometería. Pronto todo se acaba. Carrie vuelve a casa y se encara con su madre. Abrazaos, fundido en negro.

Es hora de continuar el viaje. Toca autocar y afrontar la realidad, madurar. 

Nuestras estadísticas:
Te quedaste con el Choc-O-Krisp
Le has dicho la verdad al papa
Has abrazado a tu pá
No has sisado del bote
Te has encarado con el Capitán América
Esa chocolatina que no era tuya, pues lo fue
No has mendigado comida
Nadie tuvo que cortarte una mano, no robaste nada de la gasolinera
Le diste lo suyo a Hank y te llevaste el kit de acampada
Llamaste a tu celestina
No hagas promesas que no puedes cumplir, aunque en el juego sí lo has hecho
Tu hermano ahora es un superviviente y sabe usar los senderos
Daniel se ha puesto la camisa que da pena después de caerse
Daniel construyó un fuerte: es el alfa, tío
No te retó con la leña
No aprendió a hacer la ranita
No se enfadó contigo
No sé cómo, pero pasó una buena noche
No tuvo que mendigar
No hicisteis la maniobra de distracción con Doris
Vas a matar a tu hermano pequeño de hambre, no comió lo suficiente
No superasteis la máquina infernal de los muñequitos Power Bear
Daniel pilló prestado algo de Brody

Tras las estadísticas, un breve pero jugoso “En el próximo episodio…”

Para ver todo el álbum de magníficas instantáneas, pincha AQUÍ


Otras guías: 

Al teclado A. Moreno
Al dualshock Saray Pavón

domingo, 27 de enero de 2019

Fallo concurso: Lo que te salga II

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Y llegó el momento de anunciar ganadores de nuestro segundo concurso "Lo que te salga" (redoble de tambores africanos), no sin antes agradecer la aceptación que ha tenido. Ha sido duro elegir entre lo que llegó a la redacción, pero aquí están, flamantes y rampantes.

<-Para leer:
Premio: Crónicas cristinas. Garven
Menciones del jurado
1ª. En defensa. Francisa Panxi
2ª. La inmortalidad del olvido. I J Hernández 
3ª. El aceptado aroma. Francisco Escudero


<-Para ver y/u oír:
Premio: Caperucita. InmaLozam
Menciones del jurado
1ª. Bud. Garven.
2ª. Scratching in blue. María F. Rodríguez (Stranger)


Y por si el olvido llama a vuestra puerta recordamos que....

¡Ganadores! Como sabéis recibiréis un ejemplar de La i Revista nº5, un lote de libros, un llavero de La i Crítica y un CD de Postal Rock; la intención es entregarlo durante el ciclo de "Náufragos" pero si no pudiera ser lo mandaríamos por correo (todo esto si residís en España). Si os aposentáis más allá de nuestra zona de operaciones… os mandaremos el lote de libros (incluyendo la revista) en pdf (que los costos son carísimos).

Las menciones del jurado se incluirán en La i Revista nº5 y les mandaremos un ejemplar, de la misma, en pdf.

Los seleccionados (os escribiremos un e-mail) aparecerán en nuestra web (que no está nada mal, ya van más de 11.000 visitas al mes, se dice pronto pero es todo un logro para una asociación cultural :D ). 

Y esto no es todo... volveremos con el segundo concurso "Lo que te salga" el 7 de octubre del 2019 ¡Apuntadlo en la agenda!

P.D. Os recordamos que el número 5 de La i Libro-Revista saldrá a la luz en abril de este 2019

Aquí os dejamos los ganadores de los concursos que llevamos, por si os ayuda. Pero ¡recordad! ¡No tenemos un único estilo! Nos gustan muchas cosas ;)

-Lo que te salga I.
-Lo que te salga II.
-Lo que te salga III.
-Lo que te salga IV (fue desierto).

La Redacción
Foto de Saray Pavón

viernes, 25 de enero de 2019

El estro de los locos

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Cuando una obra es compuesta con elegancia es improbable que pueda disgustarte Lees y relees El Estro de los locos en diferentes espacios naturales y permites que contexto y palabra te envuelvan por completo. Corraliza se ha empeñado en compartir el placer que sus paisajes emanan y lo consigue gratamente.

En treinta y cinco milímetros
las imágenes del día
clausuran la conciencia.
Lo exterior es un incendio insofocable;
una devastación de humo y grava
que daña al hombre descalzo.
Antes del sueño hay una breve vigilia.
Un llanto conocido que se repite cada noche.

Los setenta y dos poemas del libro de Corraliza son breves conclusiones y meditaciones sobre el paso del tiempo. Un paso por la vida repleto de recuerdos infantiles, calles, luces, miedos, silencios, estrellas, noches, niebla y algo de frío. Atemporalidad y tiempo muy concreto van de la mano en esta obra. Porque algunos poemas marcan lugares y tiempos muy concretos y en otros la existencia vuela en estas poesías perfectamente construidas. Dentro de la fragilidad de los versos y la profundidad que el autor nos quiere transmitir consigue que sus poemas sean sólidos.

Cenizas en la voz
áspero hilo de alambre impronunciable.
Lo que queda es la secuela
del frío y la desgana.
El asco hueco que invade la boca de preguntas.

Aunque Corraliza muestra su alma con cierto pudor, abras por donde abras el poemario encontrarás belleza y armonía en forma de versos que te llegan de manera muy sutil. Con un ritmo bien dominado y unas pausas colocadas acertadamente, la musicalidad fluye en puro lirismo.

Cae el sol
sobre el parabrisas
blando y cercano.

En manos del destino está el timón.
Más allá del diez minutos
la ceguera es demencia.

El estro de los locos es un libro bello y que se lee desde el gusto por la poesía. Y es que cuando un poemario está escrito con una arquitectura y una estética tan firme, es muy complicado que te desentiendas de su esencia.


El estro de los locos
Nicolás Corralliza Tejeda
Editorial: Ravenswood Books
Almería, enero 2018.


Reseña de Beatriz Pérez Sánchez
Imagen portada de El estro de los locos

miércoles, 23 de enero de 2019

Doble axel

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Sobre la cama revuelta,
la mirada cruzada como el cuello
roto de un cisne.

Qué inmenso el vacío de la habitación
deshabitada, con la calidez de la piel
aún flotante,
como el cuello roto
de un cisne, un doble axel
de la sutileza.

Y las siluetas, esbozos efímeros
en el colchón cómodo de la despedida.

Qué inmenso el vacío del cisne
muerto sobre las sábanas,
el salto doble al precipicio,
Fuera, un semáforo acelera
acantilados.


Poema de Diana Álvarez
Imagen de pixabay



lunes, 21 de enero de 2019

Cabeza hueca

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Últimamente tengo la costumbre de dormir echado sobre el costado derecho. Una costumbre, pensaba, tan normal como cualquier otra.

Cuando hoy sonó el despertador amanecí así, sobre el costado derecho. He debido pasar así toda la noche porque he notado al abrir los ojos que la mitad izquierda de mi cabeza estaba hueca, un sentimiento de vacío izquierdo extraño y... vacío. Sí. Eso es, vacío. No puedo explicarlo mejor.

Se ve que el hemisferio izquierdo de mi cerebro se ha debido volcar del todo al hemisferio derecho debido a mi postura al dormir. El hemisferio izquierdo es el más complejo de los dos y está relacionado con nuestra habilidad verbal y lingüística, capacidad de análisis y razonamientos lógicos, deducciones...

La parte derecha del cerebro está más relacionada con la percepción espacial y la conducta emocional. 

Yo pensaba que los hemisferios cerebrales estaban sujetos a las paredes craneales con sofisticados sistemas de fijación pero ya veis. ¡Qué mal hechos estamos!

Al momento me he girado para quedarme boca arriba y ver si regresaban todas mis facultades(las pocas que tengo) a su estado/posición natural pero no. Todas las habilidades y facultades del hemisferio izquierdo han debido quedar atascadas en el cuerpo calloso del cerebro. Y es una auténtica putada porque la parte izquierda, tan lógica y analítica ella, ha ido a invadir y contaminar a la parte derecha, más emocional, con lo que todos mis desvaríos fantásticos y sueños raros se han visto afectados por un proceso invasivo lógico analítico que me han convertido en un tipo más automático, frío y desganado.

Al levantarme para afrontar los sinsentidos del día a día he notado que la parte izquierda de mi cabeza seguía hueca. 

Como siempre he puesto la radio. Noticias sobre qué se yo de hipotecas, notarios e impuestos. Mi oído derecho iba captando todas estas noticias con rigor analítico-fantástico (debido al volcado hemisférico) e intentaba descifrar la información para formarme un juicio propio y poder discutir con alguien si me daba por parar a tomar un café y salía el tema en alguna conversación. Nunca se sabe. 

Después de todo el día sigo sintiendo vacío el lado izquierdo de mi cabeza. Un hueco pequeño, un respiradero extraño que supongo pronto se irá llenando de matices, vicios y preocupaciones nuevas. Noto, como envueltas en brumas racionales, ideas locas con las que me acosté ayer desvaneciéndose mientras escribo.

¿Será esto envejecer?


Microrrelato de A. Ramírez
Imagen de pixabay

sábado, 19 de enero de 2019

Seas quien seas

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Seas quien seas, estés donde estés, sea cuando sea que estés leyendo esto, o no leyendo esto, estoy casi seguro de que estás librando una pelea. Tal vez sea una pelea contra un mal trabajo, o un jefe cruel, o una empresa que te explota. Tal vez sea una pelea interna, contra una duda paralizante, o un temor que te desgasta o una pena sin fondo. Tal vez pelees contra una enfermedad, o un dolor, o una separación nada amistosa, o algún otro monstruo amorfo que parece decidido a devorarte entero…: la locura, la culpa, una deuda. Tal vez estés peleando por algo, por algo esencial, que no has tenido nunca. Un hogar seguro, un amor verdadero, un trabajo satisfactorio. Tal vez lo hayas tenido y te lo hayan quitado y estés peleando por recuperarlo. Sea cual sea el caso, esta mañana, al poner los pies en el suelo, o en la cubierta de tu barco, o en la tierra de tu campamento, has planificado el día alrededor de esa pelea. Esa pelea te define, te da forma, tal como debe ser y seguirá siéndolo hasta que se declare un vencedor, y entonces empieza la siguiente pelea, y la siguiente, hasta que llegues a la última pelea de tu vida, que perderás, como todos los que has conocido perderán la suya.



Texto: J. R. Moehringer, "El campeón ha vuelto"
Imagen de Pixabay


jueves, 17 de enero de 2019

Satán es un canalla despeinado

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                                                 Todo el Mal imaginable se hizo dueño del planeta.
                                                 Y el diablo en este asunto no ha tenido nada que ver.
                                                 Ya nos bastamos nosotros.

Existe una dualidad muy interesante en González Lago: ser poeta y profesor canalla. Parece que cuando escribe le resulta imposible desdoblarse.  Y este autor deja muy claro desde el primer poema que sus textos se enmarcan en una filosofía canalla.

El canalla es
políticamente incorrecto,
sordomudo ante medias verdades.
Las medallas relucientes
no se hicieron para ser exhibidas
en el pecho ensombrecido del canalla.

Satán es un canalla irreverente. 


Ahora bien, ¿Qué nos quiere contar este profesor poeta canalla en su nueva obra?

Nos quiere hablar de Satán, un ser libre, un outsider resistente al orden social establecido; un personaje rebelde que no se peina como oposición al capitalismo feroz, a la idiotez generalizada y a la cultura de la imagen como culto.

El sociólogo Manuel Castells dos décadas atrás nos hablaba de los ángeles y demonios del ser humano y de los agujeros negros del capitalismo. González Lago también aborda estas cuestiones del bien y el mal sin hallar respuesta. Lo que sí sabe es que es mejor convivir con la oscuridad y sus diablos antes que negar su existencia.  Y en última instancia Satán no es más que un ser exento de responsabilidad, inocente y con gran capacidad para amar universalmente. Invertir la estrategia de juego del poder le resulta tan difícil que su único recurso es dejarse el cabello despeinado cada mañana para marcar la distancia entre los seres como él y los perversos que sí podrían modificar el rumbo de la historia pero que, en cambio, la prefieren destrozada.

Y todos tenemos,
en algún lugar del mapa que somos,
esa marca del demonio que nos delata,
la prueba del delito
de nuestros coqueteos con el mal.

Confesemos sin torturas.
Nadie está libre de pecado.

Solo nos queda elegir
entre el baño de la bruja
o el calor de la hoguera.

Y como si el arte y el infierno fueran de la mano para hablarnos de la vida, el autor dedica una sección de su libro a tratar el dolor que causa la luz en la pintura de Picasso o a hacernos ver cómo Goya es un artista acorde todavía a nuestra modernidad.   El poeta está realmente preocupado por la ceguera de una gran parte de la población y es por ello que parece interesarse en la mirada que aporta la pintura, el cine o la fotografía como forma de transformación cultural y social.  Porque vivir en un mundo de grises o en el jardín del Edén de El Boso sería lo mismo para este escritor.  No hace falta inventar nada, todo está dicho ya, sólo hace falta recuperar la memoria histórica y la visión del arte transformador para sostener la dura realidad.

Kiarostami nos enseñó
-    a través de los olivos –
que Occidente se mueve
demasiado deprisa,
a un ritmo frenético
y endiabladamente feroz.

La vida continua sin él
y hará lo mismo sin nosotros.

No hay que correr tanto.

Cuando el poder carcome como forma de dominación, la poesía surge para intentar combatir las injusticias. A González Lago le duele mucho la supremacía del Mal en sus diversas formas que ejerce contra los más frágiles: víctimas de violencia machista, los niños tragados por el mar, los muertos en las guerras o los olvidados en las cunetas. Y por ello el autor también grita rechazando el futuro de la educación que se encarga de programar individuos sin escrúpulos y descerebrados que banalizan el Mal y sirven para aumentar los intereses de un grupo de opulentos.

Ejercer el mal a sabiendas es pernicioso.
Permitir que se ejerza,
con complicidad y alevosía,
con una venda de inmundicia en los ojos
o con la cara mirando hacia otra parte,
es incluso más ruin.
Es insalubre y repugna.

Cuidémonos de la excesiva normalidad.
Ninguna calma dura eternamente.

González Lago desnuda su voz al final del poemario.  Sus poemas se vuelven cercanos y muy personales. Sus versos canallas permutan y muestran el secreto de su pensamiento de manera más íntima. Y es ahí donde se desahoga completamente y permite que aparezca su  yo más verdadero y auténtico.
Mezclando poemas más largos con otros más breves el poemario se divide en seis partes, todas ellas con una intencionalidad muy clara en sus versos: el poeta quiere que seamos grandes consumidores de cultura para poder ser libres después. Sólo así podremos transformar nuestra mirada repleta de luz para combatir los efectos devastadores del poder y del Mal.

Quiero escapar de esta clara penumbra.

Satán es un canalla despeinado
David González Lago
Editorial: Canalla
Madrid, 2017.

Reseña de Beatriz Pérez Sánchez
Imagen portada de Satán es un canalla despeinado

martes, 15 de enero de 2019

El último aullido

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Todos danzamos esperando
consagrar nuestros sueños.

La danza es etérea y volátil
porque hay un tronco truncado
que se niega a caer.

Todos buscan una causa,
una solución, un tecnicismo...

Nos toca desvanecer.

No hay campaña que avale ninguna lucha,
ni luz que amortigüe lo oscuro.

La prosperidad se esconde
bajo el entusiasmo endeble
de fino hilos.

Todos celebramos la pérdida,
dibujándonos eternos
sobre el último aullido.


Poema de Francisco Escudero
Imagen de Pixabay

domingo, 13 de enero de 2019

Sin nombre, sin número

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Eres la sombra de una palabra, que se desliza entre los párrafos que nunca escribí.

Eres la idea que jamás tuve y que solo existe en mi imaginación.

Eres la oscuridad del pensamiento en contacto con la irrealidad. El producto de un sueño lúcido que no puedo recordar. La carta del tarot sin número. El murmullo que no puedo escuchar desde la profundidad del silencio. Los ladrillos de un muro invisible. La cadencia del tiempo que no existe.
Eres la sombra de una idea oscura.

Debería cerrar los párpados. Encender la luz para asegurarme de tu inexistencia, pero también desaparecería con el fugaz resplandor.


Texto de Eugenio Barragán Fuentes
Imagen de Pixabay 

viernes, 11 de enero de 2019

miércoles, 9 de enero de 2019

El día que dejé de quererte

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El día que dejé de quererte era sábado, o quizás lunes, o miércoles...

El día que dejé de quererte empezó mi guerra contra ti y empecé a ignorar tus llamadas de atención y tus mensajes . Ya no me gustaba como eras y te obligué a cambiar sin que tuvieras elección.  No me gustaba tu pelo y te lo teñí de otro color... y destruí tus rizos.

El día que dejé de quererte aborrecí tus piernas por no ser lo suficientemente largas, ni tu cintura lo suficientemente estrecha, ni tu cara lo suficientemente bella. Y escondí la deformidad de tus uñas mordidas para que nadie las viera y jamás jamás te dejé recogerte el pelo, por mucho calor que hiciera, porque no me gustaban tus orejas.

El día que dejé de quererte quise arrancarte lo que creí que te sobraba y al no poder hacerlo te escondí bajo las ropas anchas.

Y quise romperte la nariz para que fuera más pequeña.

El día que dejé de quererte dejé que tu estómago rugiera hasta que se cerrara y ahogué mis dedos en tu garganta hasta que vomitaste el alma dejándote solo la culpabilidad.

El día que dejé de quererte te hice correr, correr hasta que te temblaran las piernas; te llevé al extremo del esfuerzo en busca de tu perfección y nunca nunca era suficiente.


El día que dejé de quererte te emborraché y te contaminé con el humo de mil cigarrillos, destruyéndote poco a poco.

El día que dejé de quererte creí que fue mi decisión. Pero quizás fue el rechazo de aquellos que solo veían tus defectos.

El día que dejé de quererte olvidé que tú me llevabas por la vida, que eras quien hacía posible mi sonrisa y me empujaba a bailar desatada horas y horas. Que eras quien me hacía sentir el tacto de la arena en mis pies y me embriagaba con los olores del mundo. Que no había besos ni abrazos interminables sin ti, ni el disfrute de los kilómetros acumulados en el contador del coche. Olvidé que eras el recipiente de todo mi ser... que sin ti no existo... lo olvidé tanto que dejé de quererte, no sé si era jueves, martes o viernes... sólo sé que llegó el domingo y me odié; me odié porque había dejado de quererte.


Texto e imagen de Mayte Nékez

lunes, 7 de enero de 2019

La incidencia negativa de las redes sociales

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Muchas veces hemos escuchado de nuestros amigos del facebook, dejo el facebook por una temporada. Y es que está demostrado que coexistimos con una red de redes muy tóxica. Podemos decir que internet se traduce como la tela de araña, que atrapa y de la que no podemos escapar, concluimos que es sumamente adictivo -y lo sabemos- y difícil controlar.

No es completamente perverso, pues nos ayuda en conseguir contactos y estar al tanto de tus amigos. Pero los chat acaban siendo todos una eterna fuente de conflictos, los post y sus comentarios están ideados para generarlos. Muy poca gente sabe que existe la ingeniería psicosocial y que ésta es desconocida al público, y en las que deben estar las mayores eminencias trabajando para el poder en la sombra. Pues sí, son éstos señores los que diseñan las redes para manipularnos e influenciarnos, para conocernos más que nosotros mismos, conocer nuestras necesidades, y la prueba es que el sistema nos espía. Habían dos amigos hablando de hacer un viaje a Japón y a las horas siguientes, vieron en facebook un anuncio para conseguir vuelos baratos a Japón. ¿Casualidad? 

Evidentemente NO. No somos tontos, aunque se lo crean muchos políticos.

Vivimos en una sociedad encaminada al sufrimiento. Intenta buscar en Google resultado para palabras malas y triplican al de las buenas. Los me gustas, los me encanta, los me entristece de facebok, solo buscan nuestras reacciones y crear un modelo que nos hace actuar como autómatas.

Los emoticonos seria otro ejemplo. Risas sin expresar nuestra cara. En internet todo se ha hecho artificial, todo es una gran mentira con perfiles falsos, duplicados, bulos, falsas citas, noticias manipuladas para deformar la realidad. En fin...

Los últimos cambios de la política de gestión en los recursos del facebook, han bajado sus acciones. No somos tontos, repito. El facebook y sus ingenieros de manipulación social solo persiguen dejar en la sociedad una profunda herida, buscando el conflicto, la crueldad de tener amigos que en verdad le importas una mierda. El sistema lo han programado para aislarnos de la sociedad, para hacer una sociedad inmadura, egoísta y cruel. Solo buscan el atontamiento con post repetidos, para que no pensemos. Buscan jugar con nuestras motivaciones, restringirnos de los like, alejarnos en definitiva de la realidad. Quieren que tengamos menos like. Esas son las consecuencias de las redes sociales, nuestro abuso del ego, el reflejo de la maldad de estas entidades, que solo operan en secreto y en nuestra contra, con el complot de los organismos de inteligencia y el estado, que mira hacia otro lado ante el abuso y la pérdida de intimidad en las redes sociales y su gran vacío legal.



Opinión de Lenna Guzmán
Imagen de Pixabay

sábado, 5 de enero de 2019

Represión de Sara Trasto a la necia artistocracia

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Artistócratas como tú
escuchan a Mendelssohn en los días de lluvia
se inventan una tristeza que haga juego con su sofá
emulan la languidez del más cretino de sus gatos persas.

En su exquisita requetemiseria
artistócratas como tú leen el Libro del desasosiego
lamentan la dicha inalterable de sus días
la moldura acartonada del ocio que los domeña.

Hacen fuerza para llorar, quieren llorar como sea
piensan en una cáscara de plátano abandonada en la acera
derraman el licor de sus bombones, se arrancan un padrastro,
dan de cuerpo, se desgarran, trascienden la materia
y finalmente lloriquean.

En estados carenciales parece que vociferan
"¡Ay balsamito de Fierabrás, asísteme!"
aquijotados de ramplonería estérica.

Artistócratas como tú se envasan
al vacío
¡qué caramba!
dan al asco la mejor consistencia.

No cambies, por favor, fútil engendro:
contra ti vale la pena calar las bayonetas.


Poema de Tina Suárez Rojas
Imagen de pixabay



jueves, 3 de enero de 2019

Estupor y temblores

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Hay algo en la escritura de Amélie Nothomb que me engancha en límites insospechados. Ya podría estar describiendo los ingredientes de una hamburguesa o el proceso de conseguir ese plato perfecto que me lo leería hasta el final. Una parte de mi, con las historias que no me apasionan del todo, se cansa y ladea la cabeza como si ya tuviese suficiente de esa novela; sin embargo la otra parte es más poderosa y me obliga a continuar susurrándome "quieres saber más", "adéntrate por los entresijos, lee entre líneas, saborea".

Y eso hago. Agacho la cabeza y sigo leyendo Estupor y temblores. Me sumerjo en la jerarquía de una empresa. Comprendo a la protagonista y, a su vez, me gustaría poder decirle que hay que aprender a morderse la lengua. Me entusiasmo con ella y también comparto su hastío. 

En esta obra hace guiños constantes a Metafísica de los tubos. Y en los últimos capítulos me viene una reflexión que hice en Dile Emma (Cap. 9: El minimalismo es verde) pero que eliminé en la versión definitiva. Sus idas de historia me evocan las mías para intentar rellenar 100 páginas por imposición (que luego se redujeron a 63 con ilustraciones). Hay subidas y bajadas de tensión (como comentaba al principio) pero tras cerrar la contraportada en mi mente se dibuja un "merece la pena".


Reseña e imagen de Saray Pavón.



martes, 1 de enero de 2019

La marea

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Días señalados. No dejo de oír esas palabras en todo momento. No nací precisamente para estar rodeado de aquellos que atienden a dichas señales. Este mundo está lleno, irremediablemente, de pobladores ingratos de conductas despreciables e ideas caducas. Y en esos días, la concentración de éstos es mayor, pues aunque también aumente el número de los que merecen la pena, en su afán por ser mejores personas, fracasan. ¿Qué por qué? Es la típica pregunta que no suele provenir de los labios de quienes saturan la disolución. Pero por suerte o por desgracia, la conocí, y ahora salgo en su busca incluso a través de la marea de obstáculos vivos que ondea sobre las calles en los días señalados.

Texto e imagen de A. Moreno