jueves, 2 de mayo de 2019

Game Over

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En el salón de su casa, un crío de nueve años acaricia ensimismado los botones de su mando analógico e inalámbrico. La edad es escasa, pero la soltura es impresionante; la precisión, impecable. Su madre no se lo pensó dos veces antes de regalarle aquel violento juego en el que la estrategia de guerra y las crueles nubes rosas estaban tan presentes. Solo disponible para X Station, reza la cubierta; +18, se resalta en rojo.

Mientras la madre discurre frente a los fogones, el insensible crío visualiza la escena. Azotea poco iluminada, calles tranquilas, la anterior fase en guerra abierta queda atrás en su memoria. Pasa a la visión subjetiva y observa la puerta de un restaurante. Se le abre el apetito, el dulce aroma que proviene de la cocina alcanza su pituitaria y siente hambre, pero el juego es adictivo. Si consigue eliminar al objetivo desbloqueará nuevas opciones para la próxima partida. En el tráiler del juego aparece el heroico protagonista asestando certeros balazos de 15 mm en las sienes de diversos caciques y dictadores militares. El laureado francotirador de la saga se hace viejo, pero parece que la edad no pasa por su atlético y fibroso cuerpo. La resolución es apabullante, la consola de tercera generación consigue un “excelente” en el apartado gráfico del análisis en la revista Supergame. El juego es realista, demasiado. Demasiado para un niño. Pero él disfruta de esos momentos previos a la cena. De pronto, su madre, con voz firme pero no autoritaria, exclama desde la cocina que la cena está lista. Voz en grito, pulsa el botón de pausa y da un salto desde el sillón.

Fundido en negro

Todo vuelve a la normalidad.

En la azotea de un alto edificio un soldado despierta de su absorta ensoñación al sentir el frío cañón de un rifle enemigo en la nuca. El francotirador hubiera deseado estar hecho de píxeles y polígonos.

Texto y fotomontaje de A. Moreno
Imágenes extraídas de Pixabay

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