viernes, 12 de abril de 2019

El Cazador De Dioses - Capítulo 4: Fragmentos

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En el comedor la fiesta continuaba. Le había costado bastante, pero escarbando en el repertorio musical de la nave, tan extenso como insoportable, Palmer consiguió encontrar algo más próximo a su época: Depeche Mode. Eligió el tema I'ts Not Good porque tenía un ritmo apropiado para marcarse un baile con Saima Tyagi, pero había olvidado que su letra pseudo-romántica fuera tan agresiva. Afortunadamente, nadie le prestaba atención.

La pareja de pilotos fueron los primeros en animarse a acompañar al cocinero y la paleontóloga. Kruger se dispuso a intentarlo con la androide, pero se le adelantó el encargado de limpieza, y no quería acercarse a la única chica que quedaba disponible: la técnica de comunicaciones. Evitaba todo contacto con ella desde que, en una ocasión, le tiró los tejos de una forma que tal vez la hiciera sentir incómoda, ya que poco le faltó para echar a correr al puente de mando. En cambio, Onatopp no parecía tener problemas con el otro agente de seguridad, el hipergorila.

Demasiado orgulloso como para ser el único que bailara sin pareja, Kruger se sentó junto al capitán, limitándose a mirar mientras bebía y provocaba a Palmer señalando su torpeza. El cocinero hacía todo lo posible por ignorarlo siguiendo el consejo de su compañera de baile, pero interiormente estaba cada vez más tenso. Casi se alegró cuando April interrumpió la fiesta.

– Un momento. Un momento. Acabo de notar un fallo en la cápsula de la sala de carga que podría ser grave, además de una leve fuga de la atmósfera en dicha estancia.

– ¡No jodas! ¿El cavernícola? – preguntó un pálido Harris. Se levantó apresuradamente y, a causa de ello, del alcohol que había tomado o del temor que le generaba la noticia, tal vez de ello todo junto, el contenido de su estómago empezó a trepar por donde había entrado.

Pararon la música y Onatopp llamó al técnico de crio-hibernación a través de su comunicador de pulsera. Fue entonces cuando se dieron cuenta de que nadie sabía dónde se encontraba.

Maldiciendo a Niizaki, el capitán respiró hondo y ordenó a los agentes de seguridad que uno de ellos lo acompañara a la sala de carga. Kruger le cedió el honor a su compañero, brindándole una oportunidad de impresionar a su nueva amiguita. Tyagi también se unió; a ella le importaba el bienestar del espécimen por motivos científicos, más que económicos. Por orden de Harris, los demás permanecieron en el comedor por si aparecía aquel viejo borracho.

El capitán recorrió tan a prisa los pasillos de la nave que a sus subordinados les costaba seguirle el paso. Cuando por fin llegaron a la sala de carga, encontraron al inútil de Niizaki allí tumbado, junto a su vaso. Derramado y roto, igual que él. Harris estuvo a punto de echarle una buena bronca hasta que se dio cuenta.

– Hay cristales por todas partes – observó la paleontóloga. De inmediato, G-Carl desenfundó su pistola gravitacional reglamentaria, capaz de propulsar cinco metros a un humano adulto, y barrió visualmente la estancia.

– Capitán – dijo el hipergorila –. Parce que la mesa de control de la cápsula sufre algún tipo de avería. Además, hay una fuga de vapor refrigerante.

G-Carl también observó que el cofre con los utensilios del homo sapiens estaba no muy lejos del cadáver de Niizaki, abierto y vacío.

– Está suelto por ahí y armado – susurró.

– No – respondió Tyagi en voz baja –. Intentó usar sus armas, pero estaban fosilizadas y no le servían. Fíjate en el suelo, está cubierto de restos.

Harris empezaba a asimilar lo que estaba sucediendo y miró a su alrededor, comprobando que era cierto lo que decía la paleontóloga, y también lo que indicó April minutos antes.

– ¿Deberíamos evacuar? – preguntó el capitán, señalando la ventanilla que daba al espacio exterior. Había sido golpeada y tenía una raja por la que, poco a poco, se fugaba la atmósfera.

– El cristal es blindado, por suerte – respondió G-Carl –. La despresurización es demasiado lenta como para suponer una amenaza, aunque deberíamos repararlo cuanto antes. De sufrir más golpes, sí que podría acabar reventando.

Tyagi seguía examinando el suelo.

– Pero estos fragmentos no pueden pertenecer a la ventanilla ni al vaso de Niizaki. ¿De dónde vienen?

El capitán se fijó en la cabina de crio-hibernación. Uno de sus paneles de vidrio había desaparecido.

– ¿Se despertó dentro cuando la cápsula aún estaba cerrada y se abrió paso a golpes? – preguntó. La paleontóloga pretendía decirle que eso era improbable, pero G-Carl la interrumpió con un rugido. Había visto algo. Una figura asomó por la puerta de la sala y lanzó una tubería en su dirección. Por un segundo, sintió cierto alivio al ver volar el objeto más allá de ellos. El cavernícola se daba a la fuga sin que la lanzada fuera directa a nadie, más bien parecía una advertencia. Pero sólo lo parecía.

La tubería golpeó de lleno el cristal de la ventanilla que daba al espacio exterior, atravesándolo y rompiéndolo en mil pedazos. No era lo único de allí que se rompería.



Novela por entregas de Román Pinazo 
Ilustraciones de Oscar Silvestre


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