lunes, 1 de mayo de 2017

Carta a Eduardo Galeano (El prometeo Uruguayo)

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Yo que no creo en dios ni para cagarme en él, por una vez, por un ratito nomás, me gustaría tener fe y estar seguro de que los ateos son los equivocados. Quiero creer que allá arriba, donde quiera que esté ese arriba, ese famoso más allá, hay un dios-padre (de barba desteñida y risa hispana) recibiéndote cantarín, llorando de alegría y de ron Matusalem. Quiero pensar que ahora te encuentras en compañía de un dios-hijo (de barba hispana y risa desteñida) con el que jugar al dominó y hablar de pronósticos deportivos. Imagino a un dios-espíritu, un dios ave, dios paloma o dios colibrí, volando juguetón sobre tu hombro, llevándote de paseo por el bordillo del horizonte, ese horizonte, siempre tan perseguido por ti. 

Puedo verte rodeado de chilpayates alados, de mujeres estrellas, cihuateteos de melenas negras que te piden con los ojos (a gritos de miradas) una historia cortita pero llena de barro y tizas de colores. Vos, vos que sabes bien tu oficio, callas; te basta con mostrar esas lucecitas que parecen bailotear sobre la golpeada tierra. Señalas esos fueguitos que se mantienen encendidos, de pie a pesar del fuerte viento, del hambre y la desesperanza. Desde allí, desde ese más allá muestras este aquí tan lleno de historias, tan lleno de los fulanos, de los menganos, de los nadie resistiendo y soñando que son. Con tu silencio tan montevideano, tan tuyo, reclamas al trío de dioses por ese horizonte de cruces rosas, por esas mujeres muertas, por los desaparecidos, esas ausencias en Kenia, en México; esas aulas vacías que deberían estar abarrotadas de risas, de alegrías… de fueguitos, de su calor, de su luz, de su futuro. La trinidad entre sorprendida y avergonzada, parece advertir por primera vez su creación chapucera. Los dioses miran con horror todo ese montón de guerras declaradas en su nombre. Ven desde ese arriba a los fueguitos extraviados, perdidos en el Mediterráneo, muertos de cansancio, muertos de angustia, muertos de sed en medio de tanta agua. 

Quiero tener por un momento la ceguera de la fe, pensar que contigo en ese más allá, ahora sí que sí, ahoritita mismo el dios-padre, el dios-hijo y el dios-pájaro pondrán orden acá, en este campo de fueguitos. Aunque en el fondo sé que con un poco de suerte y algún día nos daremos cuenta que los nadie solamente seremos salvados por los mismos nadie. Que no caerá de ningún cielo la salvación. Casi lo prefiero porque no me imagino alabando toda la eternidad a un trío de egocéntricas deidades. Pero confío, confío que vos, vos que ahora parece que callas, vos te encuentras sonriente, reencontrándote con tus viejos amigos, con tu perro; andando y charlando ahora que tienes todo el tiempo. Mientras nosotros aquí, repartimos y compartimos el luto como se reparte y comparte el pan. Andaremos y contaremos tus historias que, desde siempre y para siempre, también son nuestras. 

A una semana de tu partida, yo, que no creo en dios ni para cagarme en él, solamente puedo ofrecerte un llanto quedito, un hasta siempre, confiando en volverte a ver. Mientras tanto intentaré morirme de lo mismo que tú: de la vida, porque creo que morirse de vivir no tiene que estar tan mal, exista o no el más allá, exista o no el dios-paloma.


 ©2015 CERILLAS SUELTAS Rogelio Jarquín.

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