domingo, 9 de junio de 2019

...this whole world, so strange and divine.

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Estoy roto, deshecho. Entiendo que para algunos sea incomprensible sentir esta tristeza por la pérdida de alguien a quien no conocía y que, por desgracia, nunca había visto. Pero es así como lo siento. No había cumplido los diecisiete cuando escuché los primeros compases de Nothing to say. Venía de escuchar Metallica, como tantos otros amantes de esta música en aquella época. Pero ese mestizaje, esa mixtura de samba con guitarras crujientes y una base rítmica potente, lejos de provocarme rechazo, le abrió un nuevo mundo a mis orejas. Y, cuando comenzó a sonar la voz, quedé atrapado, como víctima de un hechizo que fuese lanzado con agresividad y ternura al mismo tiempo. Y gracias a este y otros discos amplié mi tolerancia y mi curiosidad, me dio pie a investigar la vertiente sinfónica y también progresiva del metal. 

André Matos era música, pasión, sentimiento. Su presencia llenaba el escenario y se hacía cercano, pequeño, humilde, mientras su talento se hacía gigante. Un músico de los pies a la cabeza con una sensibilidad y un buen gusto extraordinarios. Además de manejar su prodigiosa garganta (3 octavas y media) como lo hacía, componía, tocaba el piano, el teclado y dirigía orquestas. Consiguió, al frente de sus compañeros en Angra, una proeza solo igualada por sus compatriotas Sepultura: exportar el metal brasileño al resto del mundo. Y, aunque su importancia y renombre habían decaído tras su marcha de esa mítica banda, sigue siendo un referente vocal y un icono de aquella nueva forma de entender el power metal. 

Pero se ha ido. Egoístamente no puedo dejar de pensar que ya no le voy a ver sobre un escenario. Comprendo perfectamente que algunos no entiendan que he llorado por esta persona a la que no conocía. Pero le debo parte de lo que soy; gracias a él descubrí una sensibilidad que quizá ya estuviera latente en mí y él hizo aflorar. Ahora, durante unos días, llevaré conmigo esa melancolía que desprendían sus maravillosas canciones. 

Texto de A. Moreno 
Créditos en la imagen

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