domingo, 3 de diciembre de 2017

Carril nazi

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¡Ah! ¡El carrill bici! El sueño de todo estudiante sevillano de los noventa. Sí, estudiante. Solemos hacer cosas de provecho entre el taconeo de la noche y la siesta de la tarde. Pues eso, un sueño hecho realidad. Aún recuerdo aquellos carteles colgados de los sillines, en cartón reciclado, remarcando un sonoro “Carril bici ¡Ya!”. Antes, a esos cruzados se les llamaba hippies (o jipis). Ahora, igual de despectivo, se les llama perroflautas. Pero aquellos se exponían más, estaban hechos de otra pasta. Mi hermana, para no ir más lejos, era una de ellos. Militante, comprometida e inconsciente a los ojos del engominado medio, se jugaba la vida todas las mañanas, literalmente, pedaleando hacia la facultad por el carril bus. Uno de esos seres supremos embutidos en transformers otrora de color naranja, para hacer la gracia y asustar a la jipi, le dio un toquecito con el morrito a la enorme rueda trasera, cargada de problemas y obstáculos al sistema. Se podría decir que es una heroína anónima. En parte porque afortunadamente salió viva de la experiencia, no sabemos cómo, en parte porque nadie se enteró. No existía Twitter.


Ahora, muchos años después de aquellos más que metafóricos atropellos, da la sensación, ¡qué cojones! tengo la certeza de que los héroes que, como mi hermana, plantaron cara y no se conformaron, lucharon totalmente en vano. El carril bici, o más bien sus usuarios, los han enterrado bajo su esquizofrénico y colorido asfalto (de ahí los miles de resaltos, baches y agujeros). En este punto hay que aclarar una gran verdad universal que haría emerger de la tierra llenos de ira homicida a los vengativos esqueletos de los primeros que lo reivindicaron. Los usuarios, lejos de la lógica, son TODOS los seres vivos que respiran, realizan la fotosíntesis o fermentan en la capital hispalense. Un momento que me termine el adobo y apague el disco de El Pali… Ya. Decía que, en Sevilla, todo el universo usa el carril bici. Da igual qué medio de locomoción utilicen, da igual la velocidad a la que caminen o corran. Todo el mundo quiere su trocito de cielo verde. Y por si no es suficiente, los propios usuarios legítimos se boicotean (me boicotean) entre ellos (a mí, ¿por qué, Señor?). Ya sea marchando en dirección contraria o usando la acera (o la calzada) junto al carril (¿?) echan por tierra toda la lucha armada (con peligrosos carteles reciclados) que se libró hace dos décadas.
El camino de baldosas verdes que podría conducir al fantástico mundo de la sostenibilidad urbana nos lleva, por el contrario, al hediondo agujero que es la condición humana. The Human Stain, que dirían Kamelot. Vaya en coche, caminando o sobre dos ruedas, lo peor de nuestra especie se da cita en o alrededor de ese sueño hecho realidad. Gente andando, corriendo (haciendo running para los millennials), patinando, tirando de carros de la compra, empujando cochecitos de bebé, conduciendo motos (en marcha, ojo), cruzándose, quedándose quieta. En definitiva haciendo todo lo que no debe hacer en él.


Como peatón, corres el riesgo de ser arrollado, mientras cruzas un paso señalizado, por un velocípedo iracundo y desbocado que cree estar en posesión de la verdad absoluta. Como ciclista puedes ver la película de tu vida pasar delante de tus ojos varias veces al día si confías en el luminoso icono verde de dos ruedas. Como conductor, si tienes un mínimo de sensibilidad y aprensión, es posible que te veas obligado a recolocarte las gónadas cuando alguien, una sombra, una estela en la que crees reconocer radios, un manillar o un transportín, invade por sorpresa un cebreado diseñado para el tránsito de personas a pie y a velocidades humanas.


¿He olvidado los no humanos? Disculpad el despiste. Y eso que el hecho de esquivar árboles, farolas y contenedores diariamente me ha otorgado un estado mental de alerta envidiable. Pero sí, ese es el día a día de un usuario legítimo como yo que, por alocado que parezca, sigue y respeta las normas.

Ahora es cuando el engominado medio me llama desagradecido. Pues mira, ¿sabes qué? Todo lo contrario. Desde aquí invito a todos a usar esta obra maestra de la ingeniería.

Eso sí, haceos con un buen equipo de dirt jump y armaos de paciencia, respirad hondo, contad hasta diez y cuando el undécimo que va en dirección contraria no se aparte en una curva o donde se estrecha el carril explotad sanamente antes de que os salgan unos bultitos en el cuello.


Gracias por la atención. ¿Te puedes apartar ya?

Texto y pie de foto de A. Moreno

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