sábado, 10 de junio de 2017

Nunca llueve ácido a gusto de todos

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Afrontar este texto sin haber leído otros antes sobre el tema era una tarea casi imposible. Seguía con expectación cada movimiento, cada información sobre su estreno. Conseguí recluirme en una cueva invisible y me mantuve ajeno a trailers, teasers, rumores y pre-críticas. Criticar algo sin ni siquiera haber sido publicado… madurez 100% humana. He intentado también que el ansia no me dominase evitando ser tentado por mi amor incondicional a los xenomorfos y todo lo que les rodea a la hora de comentar lo que me provoca esta nueva entrega. 

Hay tantos flancos desde los que se podría abordar que no sé ni por dónde empezar. Evidentemente no quiero destripar nada de la trama. Y va a ser difícil, teniendo en cuenta que lo que más me apasiona es el contexto sobre el que se mueve. Se puede comenzar por un escueto eslogan para invitar a los indecisos a verla. En esta peli encontrarás todos los géneros en dos horas. Hay acción, hay drama, ciencia-ficción, suspense, terror. Y para los amantes de la pirotecnia también hay un hueco. Si queréis recrearos la vista, es vuestro momento. Eso sí, está más que justificada. No soy aficionado a que todo sea CGI en esta vida, pero cuando hay que usarlo, hay que usarlo.


Una vez hechas las presentaciones, me remango para arrojarme al pantano. También pienso que es casi imposible analizar esto sin entrar en polémicas con un sector u otro: los que adoran la saga, los que matarían porque no se hubiese producido nada más allá de El octavo pasajero (Ridley Scott, 1979), los que ven bien la inclusión de los Ingenieros, los que odian a estos últimos, los que creen innecesaria la línea argumental paralela de la creación y el “de dónde venimos” y los que agradecemos y disfrutamos el contexto filosófico, biológico, político (¿por qué no?) y antropológico. Si tuviese que ceñirme al apartado meramente cinematográfico, la peli es correcta. Y lo es porque cumple con las expectativas al eslogan antes mencionado. Durante la primera hora de metraje todos esos elementos y una fuerte dosis de adrenalina se entremezclan y nos mantienen expectantes. No da un momento de respiro. Luego empieza la chicha argumental y entran en juego los aspectos más metafísicos y que nos obligan (al menos a mí) a pensar. Ocurre lo que tiene que ocurrir, nos vuelve a acechar y a aniquilar nuestro querido y perfecto organismo hostil, más acción y adrenalina y fin. 

¿Comparaciones? Siempre. Con la anterior y con las clásicas de la saga, sobre todo con las dos primeras. La buena noticia es que nadie ha mencionado la horrible Resurrection, por ahora. Tanto con Prometheus como con Covenant  se pretende, intuyo, dar un sentido, un entorno, enriquecer los alrededores de  una historia que originalmente era simple: algo se cuela donde no se le espera y hace estragos. La agonía y la claustrofobia de la primera eran resueltas con un poderoso instinto de supervivencia unido a la inteligencia de la única que queda en pie (sin contar al gatete Jonesy). En la segunda entrega, muchos más de esos “no deberías estar aquí” se hacen con un complejo lleno de colonos (y luego huéspedes para sus retoños) e intentan ser repelidos a base de fuego, ametralladoras y músculos cuyos usuarios se convencen pronto de que no les son de mucha ayuda. En una secuencia vital de su versión extendida, (que no sé por qué se recortó, habiendo largometrajes aburridísimos de más de 3 horas  pululando por ahí) nos dan la pista del repentino instinto maternal de la protagonista. En la tercera se trata de otorgar un fondo a Ripley, ponerle nombre y apellidos, gestionar sus otras emociones aparte del miedo. La convierten en una mujer que ha sufrido ya dos calvarios y tiene necesidades humanas. Este bien podría haber sido el fin de la saga de la teniente, pero pretendieron forzar la máquina y estirar su ADN con la siguiente cinta. Esto daría para otro debate, así que lo dejo aquí. Avanzan poco con la construcción de este personaje, pero lo enriquecen, adornando esa trama de organismo cabrón que está hecho para perpetuarse sin importar el cómo y, sobre todo, el dónde. La nueva hornada se dedica a eso mismo, pero centrándose en dos aspectos olvidados: 

1. ¿De dónde coño sale este bicho? 

2. ¿Y de dónde coño venimos nosotros, que somos su carnaza?

Lo que plantea un tercero que es el meollo: ¿qué papel jugamos nosotros y hasta dónde somos responsables en todo esto?

Precisamente por lo anterior no hay comparación posible porque se trata de los complementos que terminan de completar y los que nos hacen comprender, al menos de forma superficial, el porqué del xenomorfo: su fuerza, su poder, su capacidad de adaptación, su origen. 

Por otra parte, sí cabría destacar ciertas carencias que son irremisiblemente adyacentes a sus predecesoras. No es una comparativa, es algo que se echa de menos en general en el cine actual. Y es la ausencia de unos personajes secundarios tan potentes que pasan a la historia dentro de su propio film, poniéndose a la altura de los protagonistas. Véase, y tomando como ejemplo El Regreso (James Cameron 1986),  el cabo Hudson (interpretado por el tristemente desaparecido Bill Paxton), Hicks, Drake, Vásquez… Incluso Burke, la parte pragmática, corporativa y detonante del desastre. En pocos minutos se hacen con la pantalla y con nuestros corazones, para quererlos o para odiarlos, pero se quedan en nuestro recuerdo. En esta ocasión no se crea o no se dispone del carisma suficiente para tal fin. Y sin ayuda del guión se hace más difícil aún. 

Otra pequeña pega, aunque comprensible, es la inclusión del organismo hostil no identificado en el tramo final. Es como un intento de reconciliación con los que abuchearon Prometheus por la ausencia de esto mismo. Y digo que es comprensible porque van de la mano en esta línea argumental que nos quieren mostrar. Llámalo como quieras: con o sin “Alien” en el título, con el nombre de la nave que prefieras. En el contexto creado para dar sentido a este universo tanto nosotros como el xenomorfo, compartimos origen. Un caldo de cultivo que nos hizo lo que somos y que fabricó, por medio de nosotros (directa o indirectamente), el antídoto a esa enfermedad llamada humanidad. Te puede gustar o no, pero es lo que hay. Es posible que se rinda tributo a sí mismo tomando nota de la peli primigenia para hacernos pasar ese mal rato otra vez, y que resuelva algunas secuencias de forma abrupta y poco pulida, pero el señor Scott pretende que no olvidemos quien reina y probablemente reinará en el universo. Para saber gracias a quién tendrás que verla. 

Ya en la anterior se atisba y, desde la primera obra, conocemos sus peligros. En ésta es fundamental y yo diría que absoluta protagonista: la inteligencia artificial. Nos hace ver sobre todo lo indispensable que se vuelve y, a su vez, lo molesto que resulta que tengan pensamiento y criterio propios. Si el bicho encumbra la cadena trófica del cosmos, Michael Fassbender, quien encarna a la vez a dos sintéticos, domina la pantalla, la trama, el elenco y todo lo que se le ponga por delante. Doble papel y doble derroche interpretativo aprovechado al máximo por el director para sacar adelante el apabullante entramado moral y psicológico que rodea a un(os) ser(es) que ni siquiera debería tener inquietudes más allá de las relacionadas con satisfacer órdenes. Lo realmente interesante es cuestionarse si las desviaciones en sus conductas se deben a una programación maleable desde el principio o al hecho de que, como decían en Parque Jurásico (Steven Spielberg, 1993) “la vida (incluso la sintética) se abre camino”.

En cuanto a esos agujeros en el guión tan criticados por mucha gente, hay un par de cosas que me gustaría que se tuviesen en cuenta. La primera: hay cosas que tú, espectador, sabes pero los personajes no. Por lo que llamar estúpido, inútil, cutre, a alguien que no tiene ni pajolera idea de lo que está ocurriendo a su alrededor a millones de kilómetros de su planeta natal, me parece, además de una falta total de empatía por el personaje, una manera muy torpe de salirse de la película. De hecho, es uno de los ingredientes básicos en el suspense y el terror, que te haga cómplice pero no partícipe, una especie de “se mira pero no se toca”; no puedes cambiar nada, solo temer por el incauto.  La segunda, tiene que ver directamente con la primera. Se debería dar por sentado que, en esas situaciones, bajo esa presión, con el miedo totalmente comprensible que te vuelve irracional a no ser que seas el tipo más duro de la historia del cine, se cometan estupideces y se muera. Hay personajes que bien por todo lo que han perdido o por lo único que les queda, enseñan los dientes y olvidan el miedo movidos por la rabia o el dolor. Pero todos nos acordamos del antes mencionado Cabo Hudson. Un marine preparado para el combate y armado hasta los dientes pero incapaz de controlar el pánico. ¿Qué nos hace pensar que un geólogo, biólogo o médico puede afrontar mejor este tipo de crisis?  

En definitiva, con sus “fallos”, menos graves que en Prometheus (Ridley Scott, 2011), (aunque parece que todo el mundo se ha vuelto un experto en agujeros de guión, pero se tragan todas las pelis de superhéroes habidas y por haber sin pestañear) entretiene cuando debe hacerlo, y nos da la oportunidad de pensar e intentar ir más allá. Aunque explica bastantes cosas, quedan muchas que se dejan deliberadamente en el aire para que usemos un poco la imaginación. Al menos yo lo hice y me emocioné pensando en las posibilidades.  De lo que estoy realmente seguro es que esta entrega gira en torno a Walter y David, los dos sintéticos que quieren ser hombres, cada uno a su manera y, a su vez también, ven al resto de humanos desde su propio prisma. Aquí entra, para terminar, la reflexión que extraigo de los dos visionados y de la que os hago partícipes: ¿qué haríais si poseyeseis todos los conocimientos del mundo, siendo conscientes de que sois inmortales y superiores en muchos sentidos a los seres humanos y tuvieseis acceso al germen de la vida, no sólo de éstos últimos, sino de cualquier otro tipo?
Texto de A. Moreno
Foto (sin luz) de A. Moreno a un trabajo en resina
 de poliester perpetrado por él mismo y Saray Pavón

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