viernes, 9 de noviembre de 2018

Entrevista a Juanjo Ramírez Mascaró

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Un buen día llega alguien, a) tu prima, b) un colega, c) tu pareja, y te plantea el siguiente plan: vente a mi casa, que te voy a poner una peli de cacahuetes. Tú puedes soltar el chascarrillo básico, en plan: ¿ya no te gustan las palomitas? A lo que te responden: ¡No es eso! ¡Es que está hecha con cacahuetes!

Ante eso puedes hacer dos cosas. Te lo tomas a broma y vas igual­mente porque a) es de la familia, b) es tu colega y habrá cerveza, c) quieres quedar bien y además sus padres no están en casa. Pero también puede pasar que seas una de esas personas curiosas que indagan en lo raro y lo diferente. Por suerte somos muchos así y la disfrutamos sin más excusas. 

Se cumplen diez años del estreno de Gritos en el pasillo. Sí, esa peli en la que todos los personajes son frutos secos. Y los seres raciona­les a los que en un mundo paralelo se nos hacen llamar humanos, son cacahuetes en la cabeza de nuestro invitado. 

Al otro lado de nuestras pantallas tenemos a Juanjo Ramírez Mas­caró, responsable de ésta y otras muchas cosas que espero que nos cuente. 


La i Crítica – ¿Qué recuerdos te trae ahora, en este momen­to de tu vida aquel primer largo?

Juanjo Ramírez Mascaró – Con Gritos los recuerdos son siempre agridulces. Le tengo un cariño inmenso a la película, y al mismo tiempo, le tengo una manía tremenda. Recuerdo aquella época como una de las mejores de mi vida y, al mismo tiempo, como una de las peores. Teníamos la suerte de estar haciendo exactamente lo que queríamos y, al mismo tiempo, estábamos pagando un alto precio por ello: Nuestras vidas permanecieron estancadas durante los cuatro años que tardamos en sacar el proyecto adelante, mien­tras a nuestro alrededor la gente avanzaba, evolucionaba, se defi­nía, conseguía trabajos estables, sueldos fijos…

LiC – Supongo que conoceríais el doble filo de la propuesta. ¿Qué os impulsó a llevarla a cabo?

J.R.M. – Mi socio Alby Ojeda y yo queríamos rodar una película en nuestra propia tierra, la isla de Fuerteventura. Ahora está de moda irse a rodar allí. Lo han hecho Ridley Scott y Robert Zemekis, lo ha hecho Doctor Who, lo va a hacer Disney con sus nuevas sagas de Star Wars… Hace diez años, en cambio, si decías en la isla que que­rías hacer una peli, te miraban con cara rara. Por eso, de entre todos los proyectos que teníamos entre manos, elegimos uno que, en el peor de los casos, se pudiese rodar con sólo dos personas en el set (cosa que, de hecho, ocurrió durante el 70% del rodaje).

LiC – ¿Qué cara puso el kiosquero cuando le comprasteis todos esos cacahuetes?

J.R.M. – No lo sé. La mayor parte de nuestros cacahuetes los “tu­neó” nuestro compañero Modesto Berbel, que en aquel entonces vivía en Almería. Modesto compraba los cacahuetes allí, los pintaba basándose en bocetos que yo le enviaba vía mail y nos los hacía llegar por correo ordinario. Así pues, no sé qué cara pondría el po­bre kioskero, pero sí puedo presumir de algo maravilloso: Los extras de mis pelis fueron reclutados en la misma provincia donde Sergio Leone reclutaba a los suyos.

LiC – Después del videoclip para Bambikina ¿Volverás a trabajar con frutos secos, o prefieres que acompañen las copas?

J.R.M. – Lo cierto es que a lo largo de estos últimos años me venía de cuando en cuando una pregunta: “¿Si volviese a rodar con caca­huetes en la actualidad, con más experiencia, con lo muchísimo que han evolucionado las tecnologías necesarias para ello… la haría me­jor?” Pues bien: Cuando hace unos meses Bambikina me encargó dirigir ese videoclip para su canción Escorpiones de Tequila compro­bé que las circunstancias actuales nos facilitan muchas cosas, pero traen consigo problemas nuevos con los que no tuvimos que lidiar la primera vez. La respuesta corta sería NO. Espero no tener que volver a rodar con cacahuetes en mi puta vida. Sí he de decir que en esta nueva incursión disfruté tanto como la primera vez (e incluso más) con el proceso de fabricación del universo en miniatura. Aun­que los cacahuetes ya no los quiero ni con las copas, no descarto volver a plantear otro proyecto de marionetas en un futuro. Es una espinita que sigo teniendo clavada. Esas texturas, esa sencillez, esa magia de los universos en miniatura…

LiC – Las voces (geniales) terminan de completar la atmósfera con su gran personalidad. ¿Cómo fue el casting?

J.R.M. – A algunos dobladores los tuve en mente desde antes de escribir el guión. Tal fue el caso de Patricia Riquelme (el personaje de Marita está muy inspirado en ella), o el de Jai­me Vaca (que pone voz a cuatro cacahuetes en la peli), o el César del Álamo (cuando escribí el personaje de la abuela te­nía claro que iba a ser suyo), o el de mi tío Gaspar Ramírez (que falleció hace unos meses, pero cada vez que escucho su doblaje del director del “maní-comio” siento que una parte de él siempre seguirá aquí con nosotros). El resto de los dobladores fueron ha­llazgos a posteriori. Entre ellos, Gonzalo Navas, que interpreta al dibujante protagonista. Cuando conocí a Gonzalo y le vi interpretar, supe que tenía que ser él.

LiC – Esto no es una pregunta pero tenía que decirlo: hubo algún momento en el que, para mí, fue más efectiva que muchas pelis de terror actuales.

J.R.M. – Jajajajaja. Muchas gracias. Era lo que más nos seducía: que, además de las risas, la peli tuviese algún que otro momento de au­téntico mal rollo. Recuerdo que insistí mucho en eso cuando dise­ñamos el sonido (magnífico trabajo de Víctor Puertas y Juan Luis Cordero) y la música (magnífico trabajo de Andrés de la Torre y Ja­vier López Vila). También lo potenciamos con la realización, el mon­taje (en HD Studio Online), la fotografía tenebrista de Alby Ojeda… Pero creo que el sonido, por definición, ataca más a lo irracional, a la víscera. Cada vez que alguien me dice que ha pasado un poco de miedo viendo unos cacahuetes pintarrajeados en un decorado de cartón piedra, me siento orgulloso de mi ambiciosa locura y, sobre todo, de mi equipo de técnicos y artistas.

LiC – ¿Tienes alguna peli fetiche de este género?

J.R.M. – ¡Muchas! Pero como no puedo mencionarlas todas, me limitaré a nombrar Quién puede matar a un niño del gran Chicho (Ibáñez Serrador) y, por otra parte, algunas incursiones en el géne­ro perpetradas por Joe Dante. Creo que me ha marcado mucho ese malabarismo de tonos que tan bien maneja Dante en pelis como Gremlins, Piraña, No Matarás al Vecino… Me encanta que una na­rración pueda ser capaz de arrancarte una carcajada y, al minuto siguiente, provocarte un sobresalto, o un escalofrío.

LiC – ¿Cómo se camina sin caerse sobre la línea que separa el hu­mor del terror?
J.R.M. – Creo que gran parte de la respuesta a esa pregunta ya la he esbozado en la contestación anterior. Creo que se trata de un funambulismo delicado, pero me pone a cien intentarlo, buscar esa piedra filosofal. La mayor parte de las cosas que escribo por inicia­tiva propia intentan mezclar esas dos emociones: Humor y terror. Ambas provienen de pulsiones muy extremas y creo que, por ello mismo, esos dos extremos muchas veces se tocan y pueden convi­vir en una misma situación. Quizá por eso existen conceptos como el de la “risa histérica”. En este sentido, además de lo ya mencio­nado acerca de Joe Dante, me parece tremendamente interesante ese tono grotesco, delicioso de algunas películas koreanas. Histo­rias que consiguen ser comedias y tragedias al mismo tiempo sin que ninguno de esos dos aspectos deje de funcionar. Algo que en nuestro propio país trabaja con muy buena mano Álex de la Iglesia, por poner un ejemplo.

LiC – ¿Cuánto tiene esta sociedad de “caducada”?

J.R.M. – Mucho. Pero creo que me gusta así. Al menos a ratos. Hay algo poético en eso de que el mundo se vaya al carajo por culpa de lo locos que estamos. Es triste y doloroso ver cómo destrozamos ese castillo de cristal que llamamos civilización, pero también ape­tece sentarse a comer palomitas y observar cómo se desmorona todo a nuestro alrededor.

LiC – No te voy a pedir uno real, por ahora, pero ¿a qué personaje de ficción quisieras garrapiñar?

J.R.M. – A Mafalda. Estoy harto de que todo el mundo utilice ese personaje para diseñar memes de Facebook tan naif, tan “positi­vos”, tan “buenrolleros”… Mafalda, hija de puta, te voy a freír el cerebro para que nadie pueda volver a poner esas basuras apócrifas en tu boca.

LiC – Dejemos los productos perecederos por un momento. ¿Qué pasa ahora por tu almendra? ¿Algún largometraje? ¿Qué ocurrió/ocurrirá con Reptiles del espacio exterior?

J.R.M. – Jajajajajaja. Ojalá alguien tuviese dinero y agallas suficien­tes para producir Reptiles del Espacio Exterior. A veces he estado tentado de traducirlo al inglés y buscar la manera de moverlo por productoras yankies… o de plantearlo como proyecto de animación. Actualmente me gano la vida escribiendo para televisión, colaboro con otros guionistas y directores en la escritura de varios largome­trajes, cruzo los dedos deseando suerte a algunos productores que están moviendo algunos otros de mis guiones de largometraje... Y en entre todo ese caos, también busco ratos libres para co-escribir una zarzuela con un músico de altísima talla (no sé si puedo desve­lar más) y para volver a escribir otro libro.

LiC – Has publicado novelas, guionizado televisión, cine… Aunque al final todo se resume en escribir, ¿en qué medio te mueves con más comodidad?

J.R.M. – En mi caso la comodidad (o falta de ella) no depende tanto del formato, sino de cada proyecto concreto y de las circunstan­cias que lo rodean. Dicho eso, confieso que normalmente me sien­to más realizado o “más yo” cuando escribo novela o relato corto. También, en ocasiones, cuando escribo largometrajes que nacen de mí. Con los encargos o colaboraciones es distinto.

LiC – ¿Se siente cierta crisis de identidad al escuchar tus guiones en voces de otros?

J.R.M. – Cuando uno escribe guión debe asumir desde el principio que no será el único autor del discurso. De hecho, considero de vital importancia que los actores hagan suyos los diálogos y, sobre todo, que el director haga suya la historia. Si para ello hay que cambiar tu texto, pues bienvenido sea. Lo im­portante, en mi opinión, es que esos cambios se realicen con criterio y con conocimiento de lo que se quiere contar. Para ello, lo ideal es que el guionista pueda estar presente durante los proce­sos de rodaje y montaje, o que tanto los actores como el director tengan unas nociones mínimas de narrativa (del mismo modo en que un guionista debería tener unas nociones mínimas de interpre­tación, realización, producción… para saber escribir facilitando la labor de los demás departamentos).

LiC – ¿Cuáles son tus herramientas de difusión? ¿Qué cambiarías de las redes sociales? ¿Quién está detrás de los tests de Facebook?

J.R.M. – Debo ser la persona más torpe a la hora de difundir y pro­mocionar sus propias cosas. Lo que me gusta de las redes sociales es que en ellas puedo escribir sin filtros, sin censuras. Las utilizo como válvula de escape, para decir lo que me apetece, y en el momento en que me apetece, cosa que quizá me aleje de algunas personas, pero que, de alguna manera, acerca mi vida (personal y profesional) a otras personas maravillosas, que me aceptan tal y como soy y bla, bla, bla. Creo que no cambiaría nada de las redes sociales, porque me fascina esa manera que tienen de ir mutando ellas solas según se va desenvolviendo nuestro siglo, como si fuesen un organismo vivo, o una mente colectiva.

LiC – Venga, derrúmbate, ¿qué personaje de Juego de tronos eres?

J.R.M. – Si mezclásemos en un mismo personaje el orgullo quijotes­co de Daenerys, la afición al vino de Tyrion y la obsoleta torpeza po­lítico-social de Ned Stark, saldría un personaje muy parecido a mí.

LiC – Si te invadiese la pereza y tuvieras el poder de subyugar men­tes ¿a qué director obligarías a adaptar tus novelas?

J.R.M. – Obligaría a Mel Gibson a dirigir La Emperatriz de los Insec­tos, obligaría a David Cronenberg a dirigir La Mierda… y en el caso de Los Vientos que te Nombran, al ser más “pa tós los públicos”, buscaría a un director más amable pero con un puntito oscuro. Quizá Jean Pierre Jeunet, o (pedir es gratis) Guillermo del Toro. No obstante, ya existe una versión de guión para Los Vientos que te Nombran, escrita por César del Álamo, con intención de dirigirla él. Pero hace falta una buena cantidad de pasta para llevarla a buen término (no tanta como para Reptiles del Espacio Exterior, pero bas­tante pasta).

LiC – ¿Consumes Jet1 u otra sustancia que ralentice el tiempo y te permita estar en tantos fregaos?

J.R.M. – Consumo mucho té, bastante cerveza y algo de yerba mate. Me gustaría probar los hongos alucinógenos algún día, pero de mo­mento todas mis drogas son legales. ¡Ni siquiera sé lo que es el Jet! Como “escritor maldito” soy bastante patético.

LiC – Dale un consejo a esos cacahuetes frente al documento de Word en blanco o que van a hacer un boquete en el cuaderno de tanto pensar con el boli.

J.R.M. – La primera frase de mi novela Los Vientos que te Nombran es: “La primera frase de una novela es la más difícil de escribir.” Y creo que algo de eso hay. Ese temor reverencial ante el hecho de que esa primera frase o esos primeros párrafos que son “tu carta de presentación”. ¿Y si los escribes mal? ¿Y si no hacen honor a lo que tienes dentro de tu cabeza? Porque, claro… dentro de nuestras cabezas todo está indefinido, todo es pura potencia y, como tal, po­tencialmente perfecto. Nos da miedo elegir una de las mil maneras de CONCRETAR todo eso y acabar decantándonos por la errónea. Así pues, respondería que hay mil maneras correctas de empezar una historia. Contaré aquí una anécdota real muy, muy fresca en el tiempo: Llevo bastantes meses queriendo empezar a escribir uno de esos libros que tengo en la cabeza, la idea insiste día tras día, aporreando mi cráneo para salir… pero no encuentro el tiempo ni la tranquilidad mental necesarios. Pues bien: Hoy, entre una vorágine de trabajo y la siguiente, he creado el documento de esa novela, he escrito el título… y he garrapateado los primeros tres o cuatro párrafos. No me convencen, sé que mañana los reescribiré de pies a cabeza, pero también sé que mañana me enfrentaré a ese monstruo con más confianza, porque ya tendré algo concreto sobre lo que trabajar. Contra el folio en blanco recomiendo, sobre todo, esa clase de arrebatos irreflexivos. El perfeccio­nismo debe llegar después, como ese tipo que visita la escena del crimen a posteriori, para colocar los muebles en su sitio.

LiC – Si pasas por Sevilla ¿podrías traernos un poco de queso ma­jorero?

J.R.M. – Jajajajaja. Poca gente lo sabe, pero aunque mi familia es de Granada y me crié en Fuerteventura, yo nací en Sevilla. En pleno ba­rrio de Triana, de hecho. A pesar de ello la vida sólo me ha llevado en dos ocasiones de vuelta a esa ciudad, y en ambos casos durante menos de un día. Tengo ganas de conocer mi tierra natal con más tranquilidad, y si tengo queso majorero a mano cuando eso suceda (no es fácil conseguirlo en Madrid) lo llevaré con mucho gusto.

LiC – Y para ir cerrando ¿qué es “Demasiado violeta”?

J.R.M. – Era mi antiguo blog personal. En él escribía sólo lo que me apetecía. Por ello mismo su contenido dependía mucho de mis circunstancias vitales. Cuando estaba con chip de escritor literario, Demasiado Violeta era un blog de relatos, cuando estaba inmerso en el 15M, Demasiado Violeta era un blog de divagaciones pseu­do-políticas, cuando estaba inmerso en mis trabajos de guionista, Demasiado Violeta era un blog de guión. Últimamente lo tengo abandonado. Ahora tiene más de cementerio que de blog. Quizá, en parte, porque mis ansias blogueras ya las cubro colaborando en Bloguionistas, una web centrada en guión (que recomiendo enca­recidamente, pues en ella escribe también gente que sabe de esos temas bastante más que yo) y cuando escribo algún relato lo cuelgo directamente en un blog que creé expresamente para ello: Nanas para Dormir al Diablo.

LiC – Muchas gracias por dejarte enredar. Esperemos que este no sea el último encuentro y tengamos ocasión de hacerte preguntas chorra sobre tus novelas.

J.R.M. – ¡Ha sido un placer tremendo! ¡He disfrutado muchísimo!


Entrevista perpetrada por A. Moreno con ayuda desde las sombras de Saray Pavón

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