sábado, 17 de marzo de 2018

Papá, quiero jugar al fútbol

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Cuando eres una niña, en género y en edad, y descubres que ese deporte que tu padre te ha enseñado a disfrutar con tanta pasión es lo mismo que te gusta a ti, sólo tienes una opción: practicarlo pase lo que pase y digan lo que digan.

Supongo que mi suerte empezó con un hogar en el que no había "el balón de los hermanos", sino que lo que teníamos era "el balón de casa", el de todos, el que mi madre le regaló a mi padre poco antes de casarse, aquél color beige con los pentágonos rojos, el del Mundial del 82.  Para él, cualquiera de sus tres hijos era susceptible de usarlo, incluso yo, la pequeña y la única niña, y cualquier lugar era bueno para ello, el parque, la plaza, el patio o el salón de la casa.

Con el paso de los años, mi madre tuvo que asumir que lo que ella había querido que fuera una "princesita" se pasaba las horas en la calle y en el patio del colegio suplicando a los niños que la dejaran jugar con ellos, pedía la equipación de su equipo favorito por Reyes, se ponía las calzonas de sus hermanos y fue inmensamente feliz cuando su padre le compró sus primeras botas de fútbol.

Ser una niña que jugaba al fútbol nunca fue fácil, pero cuando hay algo que te gusta de verdad insistes tanto que al final nadie puede negártelo. Poco importaba que para la mayoría del resto del mundo una niña que jugara al fútbol fuera una "machorra", dicho con ese tono despectivo que implica el rechazo absoluto hacia alguien que pudiera tener un gusto homosexual (porque el fútbol es cosa de tíos, dónde vamos a ir a parar).  Poco importaba también que dudaran de tus habilidades en ese deporte, sobre todo cuando demostrabas que incluso podías correr más rápido que los chavales del barrio.

Hoy día, afortunadamente, las cosas han cambiado mucho. Lejos quedaron aquellas luchas por poder participar del partido en la placita, por poder entrar en un equipo de fútbol (masculino, por supuesto) o simplemente que no se te considerara un bicho raro por ir vestida de futbolista.

Ahora los problemas son otros, como que en tu ropero haya más equipaciones de fútbol que vestidos, tantas que ya ni te caben en el cajón y no sabes qué hacer con ellas. Que entres en una tienda de deportes y te vayas directa a las botas de fútbol y que, cuando le pides a quien atiende que te saque una para probártela, te diga "¿es para ti?". No mira, para mi prima la de Cuenca, pero es que tenemos el mismo pie...  

Luego está la cuestión de las relaciones sociales.

      -¿Vamos el miércoles al cine, que es más barato?
      -No puedo, entreno. ¿Qué haces este viernes?
      -Pues... entreno.
      -¿Te vienes el domingo de excursión?
      -Tengo partido...
      -¿Haces otra cosa que no sea jugar al fútbol?
      -Verlo por la tele...

Y así sucesivamente.

Sabes que lo de lucir piernas bonitas no está hecho para ti. Cuando juegas al fútbol, inevitablemente tus piernas tienden a arquearse, aunque sea ligeramente, y eres consciente de que tu pierna buena estará más desarrollada que la otra, produciendo una asimetría entre los gemelos de ambas. Cuando vas a comprarte unas botas altas es cuando eres realmente consciente de esto, porque vas pensando que, como sea de caña estrecha, lo mismo no cierra o tienes que tirar de la cremallera mientras intentas remeter el músculo como buenamente puedes, y cuando lo consigues te encuentras con un nuevo problema: cuánto tiempo podrás llevarlas puestas sin que te corte la circulación.

Por no hablar ya de las heridas de guerra... como tengas una fiesta de gala en dos semanas igual hasta te piensas jugar, porque, sin duda, lucirás monísima con todos esos moratones en las espinillas y las rodillas color púrpura, posiblemente alguna que otra postilla y hasta la serigrafía de las líneas del balón tatuada en tu muslo. Casi puedes adivinar los murmullos de los demás invitados al verte pasar con tus piernas al aire: "es que juega al fútbol".

Por supuesto la pedicura no entra dentro de tus actividades normales. Puede que algún día te entretengas en ello, pero será sobre todo con la intención de tapar esas uñas con sangre coagulada de algún pisotón o incluso, por qué no decirlo, la carencia de alguna muerta en combate y que te encuentras mudando en ese momento.

También está el tema de las lesiones. Las posibilidades de estar coja temporalmente en algún momento de tu vida, es directamente proporcional a las horas que te pases jugando al fútbol. Es verdad que hay gente que se rompe un pie al pisar el primer balón, pero cuánto más juegues, más probabilidades tendrás de sufrir un esguince, una lesión en el psoas, un abductor rebelde que se empeña en dolerte a cada paso que das... y todas ellas acabarán con una pregunta de sorpresa cuando te pregunten qué te ha pasado: "¡Ah! ¿que juegas al fútbol?". Sí, hijo, sí. Algunas mujeres lo hacemos. Puedes correr peor suerte, como me pasó a mí, y que te rompan la nariz, y entonces ya es cuando la cagas, porque tendrás a tu madre detrás de ti lamentándose todo el día de no haberte apuntado a clases de ballet.

La peor parte viene cuanto te encuentras con gente retrógrada que no entiende cómo puedes compartir ducha con tus compañeras de equipo al terminar un partido: "¡Si son lesbianas!". ¿Y? Tú eres hetero y sin embargo no me ducharía contigo. La mejor frase es: "a ver si se te va a pegar"... a ver si lo que te voy a pegar yo a ti es una hostia, una buena, de machorra hetero, de las que duelen.

Al final, de nuevo, poco importa todo esto, porque nada es mejor que la sensación de jugar un partido de fútbol, en competición o simplemente un día cualquiera. Porque cuando ves a tu familia en la grada, apoyándote en cada carrera, en cada pase, en cada tiro a puerta, no piensas en que, esa noche, será mejor que te pongas pantalón largo. Porque al ver a tu padre llenarse de orgullo cuando metes un gol, o incluso si no lo haces, no piensas en que tu madre está sufriendo porque no te rompas otra vez la nariz, o estampes la cara contra el parquet.

Por eso, a todos aquellos que aún no entendéis que la pasión por el fútbol es algo que no se elige, sino que se siente o no se siente sin importar el género, os digo que reflexionéis, que abráis la mente y entendáis que el fútbol no es un deporte de chicos, es simplemente un deporte... porque puede que algún día tengáis una niña y os diga: "papá, quiero jugar al fútbol".

Texto: Mayte Nékez
Fotografía: Isábel Álvarez-Rementeria Rodríguez

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