domingo, 11 de marzo de 2018

#cuentosultravioletas

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Al salir de la tienda de discos de segunda mano del centro noté como algo me tiraba del bolsillo izquierdo. Cuando me fijé para ver si me había quedado enganchado a algo, descubrí a un personaje, secundario y poco definido seguro, pensé en un primer momento, de alguna canción pop. Allí estaba, acurrucado y asustado, en el forro interno de mi bolsillo izquierdo. Metí la mano en la cazadora de cuero intentando disimular el bultito, y miré alrededor avergonzado, no fuese que alguien pensase que me dedico a robar personajes de canciones poco conocidas en tiendas de discos de segunda mano. 

Me fui directamente a casa, tarareando algún tema de los Ramones, que siempre tienen la duración perfecta, y mirando la parte alta de los edificios, haciendo como que paseaba sin rumbo fijo para despistar. Eso sí, lo más rápido posible para que nadie me parase para pedirme fuego, o hacerme una encuesta de esas en las que acaban pidiéndome el número de cuenta bancaria y consiguen que me sienta mal por no darlo.

Al llegar a casa, saqué al personaje del bolsillo y lo coloqué sobre la encimera de la cocina. Se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta y comenzó a mirarse la punta de sus zapatos. No lo reconocí de ningún hit actual. Parecía uno de esos personajes imposibles de Bowie, como el Mayor Tom o Starman, aunque por su traje raído y oscuro, quizás uno de los personajes raros y oprimidos de alguna cara B de The Cure

Mi intención era devolverlo a la tienda de discos para evitar que las cámaras hubiesen registrado este tráfico de personajes involuntario. Aún recuerdo cuando secuestré “Speak & Spell” de los DM en mis años de colegio, y la que me cayó cuando se enteraron mis padres. Una odisea aquello en fin.

El caso es que el personaje reconoció no ser el protagonista de ninguna canción conocida, sino simplemente el tipo abandonado por una chica de un grupo ya olvidado de finales de los 70, y no quería volver a su canción ni de coña. Le entendí, pues muchas veces me sentí como él en esas tristes baladas sin nombre que uno pone para compadecerse de si mismo tras alguna ruptura sentimental. Aún recuerdo aquellos traumas. 

Debió saltar de un triste vinilo de 7” a mi bolsillo, mientras pasaba de la sección liquidación de discos glam a la de new wave en la tienda de discos de segunda mano del centro.

Tras una charla más que interesante con el personaje fugitivo sobre el panorama musical actual decidí no devolverlo a su antigua prisión en los surcos del viejo vinilo, e incluirlo en algún accidente creativo y raro que realmente no acabe en nada y quede simplemente en una maqueta, pero eso sí, con una letra con final feliz. Él estuvo encantado.

A la tienda de discos de segunda mano del centro no volví jamás, no sé si por miedo al posible ridículo, o a convertirme en el salvador de otros personajes poco definidos que quisiesen escapar de sus canciones poco conocidas. Bastante tengo con encontrar una historia con final feliz para mí.



Texto de A. Ramírez
Imagen de Pixabay




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