miércoles, 2 de junio de 2021

Orla

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Todos iguales, como piezas de un puzle en blanco, encajados zafiamente en la puerta de algún sitio del cual saldrán sin fuerzas.

Todos iguales, creyéndose importantes. Serios, patéticos, vergonzantes, con la triste intención de mostrar en sus rostros el orgullo que solo tendrán sus madres.

Todos iguales, como los cromos repetidos guardados en un cajón aparte.

Y yo casi desnuda, despeinada y de resaca, los observo tras mis gafas de sol y solo siento repugnancia.

Pensar en ellos como objetos sexuales ni siquiera me vale, porque solo imaginármelos sudando en mi cama me produce arcadas. Sus miembros finos, pequeños, bailando tristemente dentro de mi cuerpo. Sus torpes lenguas, sus estúpidos mordiscos, sus palabras desafortunadas y fuera de sitio, y sus estúpidas versiones al día siguiente en el patio de recreo.

Ya me conozco el juego de hacerse valer, como si eso alguna vez sirviera para algo. Ya me conozco el juego de morderse la lengua antes de llamarles gilipollas. Y el de romperse las medias, perder el zapato, restregar las ganas por su cuerpo, apurar el vaso mientras miran con descaro al ganado reaggetonero que sí está a su nivel.

Todos iguales, cerrando la boca a última hora, en el segundo exacto en que salta el flash.


Texto Adriana Bañares Camacho
Imagen de pixabay


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