miércoles, 29 de julio de 2020

El año del diluvio

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Se sustenta en el diálogo de dos personajes, el escenario no requiere muchos cambios, posee realidad e invención y es de Eduardo Mendoza (para mí ha sido un gran descubrimiento: escritura desenfadada pero no por ello sin gancho, sabe narrar la historia y crear interés en el lector). La trama: una monja busca ayuda económica para subsanar el deterioro inevitable del hospital, así entra en su vida el cacique Augusto Aixelà, que es un mujeriego según cuchicheos de la comunidad. Si quieres saber qué más sucede... adéntrate en él, prefiero ser breve que fastidiarle la lectura a alguien.


Para no hacer una mini entrada he decidido desgranar también la novela Dicen que estás muerta, de María Zaragoza. ¿El nexo? la decadencia en los títulos, ya que la escritura de María no me ha cautivado: muchas repeticiones de verbos y palabras en poco tiempo desde la primera carilla (así no extraña que sea un libro de 500 páginas) y adolescente en la manera de narrar. La trama de primera llama la atención: un asesinato. Durante las páginas vamos a ir descrubriendo a la víctima y personajes que se han cruzado o han vivido más de lleno a la joven, pero ya os digo, lo que promete ser una novela al estilo Pizzolatto por la sipnosis... cae en su propia tumba. Un ejemplo de esas reiteraciones de las que os hablo:
Uno se pregunta qué piensan exactamente las moscas cuando chocan contra el cristal de una ventana. Si piensan algo. Al menos deben sentirse como Rosa y yo cuando jugamos al juego, lo que viene a ser el juego en sí, siempre el mismo a lo largo de los años por más que ella o yo cambiemos, que cambiamos, vamos madurando y macerando las estrategias para finalmente acabar atrapados por la estrategia del otro, o por la propia, chocando contra el cristal, en fin, lo de siempre una vez más. Lo único que varía con insistencia casi exasperante es si el cristal está del lado de uno o de ella o del de los dos porque a veces, eso sí, estamos del mismo lado del cristal chocando irrefrenablemente por no darnos cuenta de que estamos el uno junto al otro. De hecho esto es lo que más veces se repite en nuestro juego eterno: los dos del mismo lado del cristal, idénticas moscas zumbonas dándonos cabezazos contra nuestro reflejo pensando que es el otro que intenta pasar de nuestro lado. A veces ni vemos el cristal que nos separa. A veces es el cristal que nos une.

Crítica constructiva: poner lo mismo con distintas palabras e ir a la síntesis (mejor una novela de 200 págs. contundente que...):

Uno se pregunta qué piensan exactamente las moscas cuando chocan contra el cristal de una ventana. Si se plantean algo deben sentirse como Rosa y yo durante el juego. Pese a que cambiemos y maduremos las estrategias quedamos atrapados por la de del otro o la propia, tropezando con el cristal. En ocasiones incluso estamos en el mismo lado, juntos, pero no nos percatamos y seguimos dándonos cabezazos contra nuestro reflejo pensando que es el otro. A veces el cristal que nos separa es el que nos une.


Reseña y fotografías de Saray Pavón

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