miércoles, 20 de octubre de 2021

Los fantasmas del vino

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Cuando ha llegado la mañana y de la cama revuelta te levantas,
contemplas con los ojos pegados, temblorosos,
los conocidos muros familiares, los agrupados libros,
fotografías y recuerdos, que silenciosos acompañan tu agrio despertar. 
Suenan en tus oídos todavía, ardientes músicas,
carcajadas frenéticas, frases supuestamente lúcidas.
Aún puedes ver rostros girando en la penumbra, luminosos rincones,
y sentir en cálida vecindad los húmedos labios,
la suave piel que tu mano rozara.
Todo aquello que el pesado sopor, definitivamente, ha deshecho.
Puesto en pie, vacilante, impreciso,
un momento te alejas de las cosas,
realidades y sueños se separan, confunden,
y a través de tu pecho, de tu frente,
danzan, heladas sombras, los fantasmas del vino.
Como una alfombra espesa y cenicienta
por el suelo se esparce la tristeza,
el esplendor en náuseas se transforma
y lo que fue pasión es un traje arrugado,
el traje azul que está sobre la silla.
Pronto el agua resbalará por tu cuerpo
y palabras, trabajo, te sacarán sin esfuerzo del abismo.
Otro día, uno más, vestirá tus huesos
y el protocolo de la comprensión perdonará tus leves faltas.
Los fantasmas del vino, agazapados en tenaz espera,
su segura ocasión, su revivir aguardarán:
ya los conoces, también conoces su poder,
sabes que ese instante, poderoso y breve,
en que te fundes, sin amarras te acercas
a los que tu insegura verdad, tu impotencia última y cercada comparten,
ha de volver. Mas no te importe,
entrégate, impuro y por eso mismo limpio,
muestra las cegadas rendijas de tu corazón, sus temblorosas grietas.
Paga luego el precio convenido y olvídalos,
ni alabados ni impíos, fantasmas
de una noche, tejidos de humana soledad,
doloroso testimonio que el atardecer trae
y que ahora, fugitivos, miras perderse, borrarse en la distancia.

Poema de Juan Luis Panero.
Fotografía de Pere Durán.

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