sábado, 17 de abril de 2021

El golpe maestro

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En 1974 el disco 461 Ocean Boulevard de Eric Clapton salía al mercado y pasaba desapercibido, a pesar de contar con la producción de Tom Dowd (durante los años ’50 y ’60 el mejor ingeniero de sonido de Atlantic), y un material espectacular, pero infravalorado. También fue el año en que Roxy Music sacó un disco en cuya portada aparecía una fotografía con dos fans del grupo que conoció Bryan Ferry en Portugal. Constanze Karoli y Eveline Grunwald se cruzaron en su vida cuando escribía las letras para Country Life. Parece ser que fueron una gran fuente de inspiración. En todos los sentidos. En 1974 fue también cuando Supertramp lanzó Crime Of The Century, disco que aparecía para mantener su contrato de grabación con A&M, pero que se convirtió en una obra maestra, siendo uno de los mejores trabajos de la banda. Año en que Neil Young se ponía melancólico junto al mar y sacaba On The Beach, y Bob Marley se presentaba al mundo con sus Wailers y el disco Natty Dread. En ese mismo año de 1974, Peter Grant, el manager de los Led Zeppelin, produce el LP Bad Company, del grupo homónimo. Bad Company estaba formado por Boz Burrell, antiguo bajista de King Crimson (décimo sexto hombre que hizo una audición para este puesto), Mick Ralphs, el que fuera guitarrista de Mott The Hoople; y Simon Kirke y Paul Rodgers, batería y voz procedentes del grupo Free. Y fue en 1974 cuando la misma banda que había sido telonera de los Mott The Hoople de Mike Ralphs sacó dos discos. La misma con la que un veterano Paul Rodgers se relacionaría en 2004.
Vengan hacia estas arenas 
amarillas y tómense de las manos 
después de los saludos y los besos 
a las salvajes ondas, 
y bailen alegremente aquí y allá 
 

Acto I de La Tempestad de William Shakespeare, que sirvió de inspiración a Richard Dadd, como muchos de sus textos, para crear la pintura “La canción de Ariel”. Pero iba a ser otra canción la que iba a tener relación con su vida, mucho después de morir, sin ni siquiera saberlo. Dadd nació en agosto de 1817 en Chatham, (Kent), hijo de un distinguido químico que años más tarde se instaló en Londres. En esta ciudad realizó sus estudios de arte y destacó por obras pictóricas cargadas de fantasías, como la anteriormente citada o “Puck y Titania durmiendo”, inspirada en Sueño de una noche de verano, o “Vengan hacia estas arenas amarillas”, una cabalgata de danzantes feéricos en una playa a la luz de la luna que fue la sensación de la exposición anual de la Royal Academy en 1842, cuando tenía 25 años. Fue en ese momento cuando el antiguo alcalde de Newport, su amigo sir Thomas Philips, decidió partir con él en un viaje iniciático como hacían los románticos. Sería una buena oportunidad para conocer otros perfiles, otras tierras, otras culturas; el mundo, al fin y al cabo, con la intención de ampliar sus conocimientos y perspectivas, de desarrollar su técnica y temática. Un descubrimiento. En ese viaje recorrió Italia, Grecia, Turquía y Egipto, y sirvió como evolución para sus dibujos, realizando numerosos esbozos, como los de la Salute de Venecia, los olivos de Atenas, camellos turcos o paisajes de los diferentes puntos recorridos, con un gusto acentuado por oleos de tinte oriental, que comenzaban a destacar en el panorama artístico. Antes de concluir ese año de 1842, Richard Dadd sufrió una colosal insolación en Egipto. Dicen que la pálida dama le visitó. Que el barquero lo esperó al borde de la orilla. Que Osiris invadió su cuerpo… pero sobrevivió.

El 8 de marzo de 1974, Queen saca al mercado el disco Queen II, que poseía una mayor libertad creativa, marcaba diferencias y comenzaba a definir un estilo propio y personal. Su finalización coincidió con la crisis del petróleo de 1973, por lo que se retrasó su lanzamiento debido a las medidas de ahorro de energía que se llevaron a cabo durante meses, ya que la industria del plástico depende en gran parte de derivados del petróleo. El primer disco se grabó en las dependencias de Trident Studio bajo unas condiciones deplorables. Grababan cuando estaba vacío, en las horas muertas, en el momento en que nadie lo usaba, lo que suponía trabajar de noche y de madrugada. Sin embargo los resultados fueron espectaculares, y para este segundo LP, también realizado en los mismos estudios en agosto de 1973, se emplearon “todas las técnicas musicales y de producción concebibles”, como declaró posteriormente el productor Roy Thomas Baker. Además significó el inicio de la colaboración con el ingeniero de sonido Mike Stone y el primer disco de la banda que triunfó en Inglaterra. El fotógrafo Mick Rock había trabajado con David Bowie, Lou Reed e Iggy Pop y sus resultados habían gustado al grupo. Se reunieron con él para la portada del disco y así cuidar todos los detalles. Buscando inspiración, Rock se encontró con Marlene Dietrich, que poseía para el set de la película Shanghai Express (Josef von Sternberg, 1932) una fotografía con una fuerte iluminación cenital, en la que la actriz tiene los brazos cruzados y las manos abiertas con los dedos extendidos y separados.

El resto de la historia termina en la fotografía que presenta el disco y que posteriormente usarían para otras canciones, como el videoclip de Bohemian Rhapsody o I Want To Break Free. Dividido en dos partes diferenciadas como ‘White Side’ y ‘Black Side’, el trabajo separa los temas creados por Freddie Mercury y Brian May y Roger Taylor, pues John Deacon aún no componía. El disco comienza en el lado blanco con las canciones Procession, Father To Son, White Queen (As It Began), Some Day One Day, todas escritas por May, y The Loser In The End, de Taylor.

El lado negro es solo de Mercury y posee los temas Ogre Battle, The Fairy Feller’s Master-Stroke, Nevermore, The March Of The Black Queen, Funny How Love Is y Seven Seas Of Rhye. Roger Taylor declaró años después que en este disco se sintieron libres, que experimentaron y que tuvieron mayores posibilidades de crear lo que ellos querían, aún exentos de presiones discográficas. Su canción, cargada de dulce rebeldía juvenil, cierra de forma lírica y dura a la vez, el lado blanco, llegando a ser más una transición que se intensifica con su voz endurecida. Entramos en el lado oscuro progresivamente, y nos encontramos de bruces con Ogre Battle, de una estructura musical realmente compleja, con potentes y fuertes riffs de Brian May y un impresionante trabajo de múltiples efectos sonoros, todo aderezado con el aporte melódico otorgado por el gran Freddie Mercury. Tras la batalla del ogro nos encontramos de frente con el golpe maestro del duende leñador. 

Richard Dadd volvió a Londres en 1843, pero Egipto asesinó su cordura. Dicen que fueron lesiones corticales o tal vez que el delicado estado que lo mantuvo al borde de la muerte hizo que apareciera un brote esquizofrénico. A veces dicen que fueron ambas; una, consecuencia de la otra. Sin embargo, el artista tenía otro punto de vista de lo ocurrido. Aseguraba que había sido poseído por Osiris, el dios egipcio de la resurrección, el cual había decidido convertirle en su mensajero y emisario con la expresa tarea de luchar contra lo diabólico del mundo. Entre sus objetivos estaba la erradicación del mal, encarnado en las figuras del que había sido su compañero de viaje, sir Thomas Philips, el emperador de Austria, el Papa de Roma, algunos de sus amigos o su propio padre, Robert Dadd, quién se negaba a reconocer la locura de su vástago, cada vez más desarrollada y manifestada en esa enfermiza obsesión por la extirpación de lo maligno. Consideraba que su hijo debía descansar y que con el simple y mero reposo se repondría, a pesar de las recomendaciones del doctor Alexander Sutherland de internarlo en un manicomio, pues tras examinarlo dictaminó que Richard ya no era responsable de sus actos, un alienado sin conciencia de situación con ideas delirantes. Con el pretexto de que una estancia en su tierra natal le repondría, Richard citó a su padre en Cobham y allí se reunieron para cenar en Ship Inn. Después salieron a dar un paseo. Osiris no dejaba de insistir con sus órdenes impiadosas. Hay que salvar a la humanidad de lo diabólico. A la mañana siguiente, los restos del padre fueron encontrados en una zanja. Richard le partió la cabeza a su progenitor con un golpe de hacha, para después cortarle la garganta de un tajo con una navaja de afeitar y clavarle posteriormente un cuchillo en el pecho. Luego lo descuartizó, como hicieron con Osiris, de acuerdo con la mitología egipcia. Fue arrestado cerca de Fointainebleau, tras haber agredido a un desconocido en un vagón de tren. “Maté a quien yo siempre consideré un pariente, pero según la secreta advertencia que se me hizo, iba a convertirse en el artífice de la ruina de mi raza”. 

The Fairy Feller’s Master Stroke es la siguiente canción que sigue a Ogre Battle. Es un tema musicalmente barroco, pasando por multitud de matices, cuyos coros y melodías nos retrotraen a los entornos festivos medievales, folklóricos y alegres. Los coros y voces dobladas se alternan y comparten fragmentos, sostenidas por unas bases de clavecín. El ritmo genera unos círculos concéntricos de notas que atrapan el sonido en espiral. Girando en un eterno círculo sin fin. Cerrándose sobre el oído. Mercury logra transmitir una atmósfera claustrofóbica. Analizando la letra encontramos palabras del inglés antiguo, como “tatterdemalion”, “quaere”, o referencias a Oberon y Titania, personajes de la comedia de Shakespeare, Sueño de una noche de verano. Por supuesto aparece el duende leñador que está a punto de asestar el golpe maestro, rodeado de personajes reunidos para observar el momento congelado en el tiempo. Ese instante que nunca llega a producirse. Hay un labrador carretero y un político con pipa senatorial que es un fenomenal perdedor de tiempo. Justo lo que nunca ocurre. Lo que nunca pasa. 

El tiempo está ausente. El tiempo espera. Hay un pedagogo frunciendo el ceño y un sátiro que mira bajo los vestidos de una dama. Él es un pervertido y ella también. En la misma letra están el harapiento y el basurero, un ladrón y una libélula trompetera. El duende le hace cosquillas a la fantasía de su amiga, la ninfa en amarillo. Soldado, marinero, latonero, sastre, labrador… todos esperan el momento exacto en que el leñador mágico, ese duende, aseste el golpe final. El golpe maestro. También están Oberon y Titania observados por una bruja, y la reina Mab y un buen boticario. El mozo de cuadra está expectante, clava su mirada en el golpe. En el momento previo. Mientras apoya sus manos en las rodillas. ¡Vamos señor leñador!, ¡vamos duende! Rómpelo. Ábrelo, si te apetece. 

En un escenario de abigarramiento obsesivo, pintado al microscopio, sin huecos ni alivio, el anónimo leñador se dispone eternamente a descargar su hachazo definitivo sobre una gigantesca castaña. Diversos personajes de fábula, elegantemente hechizados o grotescos, margaritas atentas, juncos, frutos caídos, observan con aliento suspenso la ejecución de lo inminente. Quizá esperen ser rescatados por ese sacrificio a la vez implacable e incruento, duplicación misteriosa de aquel otro, sanguinario, que los esclavizó en el jardín alucinante. Es la vivencia desgarradora del tiempo en la acción lo que está allí pintado, como bien resume Octavio Paz en su comentario de la obra: ‘La espera es eterna: anula el tiempo; la espera es instantánea, está al acecho de lo inminente, de aquello que va a ocurrir de un momento a otro: acelera el tiempo’. Eterno retorno de lo mismo tan raudo que ni siquiera llega a ocurrir la primera vez, y así consigue su particular infinitud, juntamente opresiva y fascinadora”. 

Con estas palabras describía el filósofo Fernando Savater la pintura que Richard Dadd dejó inacabada en julio de 1864, al ser trasladado del psiquiátrico Bethlem Hospital al primer manicomio para criminales de Inglaterra, Broadmoor. La obra fue pintada entre seis y nueve años para H.G. Haydon, uno de sus enfermeros, y mide 54 por 39,4 centímetros. Se titula The Fairy Feller’s Master-Stroke. Repleta de figuras de fantasía, de personajes mitológicos y sorprendentes, la pintura es una minuciosa y detallada descripción del mundo interior de Richard Dadd. Las ramas en un primer plano, emergen del lado inferior 47 izquierdo, ascendiendo hacia el leñador y su hacha. Justo en ese punto la mirada gira en espiral y queda atrapada por la maraña onírica y abigarrada de un contenido de horror vacui. El círculo en el que empieza y acaba y vuelve a empezar y a terminar para comenzar de nuevo. La eternidad en el momento exacto en que se va a asestar el golpe. Una y otra vez. Una cadencia rítmica. Un vaivén de locura. Agobiante y extremo. Asfixiante. Sin centro. No existe un eje o foco central. No hay un punto de fuga. Todo es concéntrico. Todo se expulsa a los arrabales pictóricos. Al fuera de campo. La consonancia que reverbera en los brazos de la hélice de este sueño alucinógeno. Un compás que se acelera generando una atmósfera opresiva. Casi podemos escuchar las notas que compuso Freddie. Podemos tocar el delirio extremadamente meticuloso de Dadd. Su psicosis. La combinación de ambas manifestaciones artísticas. No vemos el rostro del leñador. No podemos contemplar las facciones de aquel poseído por Osiris. Sin embargo, sentado en primera fila, muy cerca de la ausencia del centro y junto al fruto que va a ser cercenado, un pequeño duende de piel gris, brillante calva e inmaculada barba observa, con ojos desorbitados, el rostro que no vemos. La cara del leñador que se nos oculta al espectador. Dicen que es Richard Dadd. Quizás su propio reflejo. Y frente a la galería de expresiones y rostros expectantes del cuadro, el de este pequeño duende rezuma miedo. Destila pánico y pavor. Como si su verdadero yo permaneciera sentado, horrorizado ante el crimen que se va a cometer. Impotente. Inmóvil. El único que no está en movimiento. Los restos de cordura representados en ese pequeño hombrecillo, viejo y asustado, que mira la cara del asesino al que es incapaz de detener. 

Me inspiré a fondo por una pintura de Richard Dadd que se encuentra en la Tate Gallery. Entonces pensé escribir algo, realicé una investigación sobre ella y todo eso sirvió de inspiración para escribir esta canción bajo mi punto de vista, bajo mi propia mirada sobre la pintura que tenía ante mis ojos. Quizás sólo está hecha bajo una visión básica, de alguien que la miró como un collage y como me gusta la pintura, pensé que sería interesante escribir sobre esto”, decía Freddie Mercury en 1977 sobre el cuadro y la canción homónimas, The Fairy Feller’s Master-Stroke. 


Dejó que la visión que había representado Dadd de su propia paranoia, se sumergiera en su subconsciente. Se dejó atrapar por sus detalles y personajes. Por la ambientación y atmósfera.  

La inspiración fluyó y la transmisión de creatividad se convirtió en canalización artística. El tráfico de fantasía dio como resultado la letra y música de la canción que se aloja en el lado negro del disco Queen II. Cuando la idea cristalizó y estuvo terminada, se la enseñó a sus compañeros de banda en el estudio, donde previamente había pedido al productor Roy Thomas Baker que le tuviera listo un clavicordio y un piano y que le acompañara con unas castañuelas. Cuando se sentó, el derroche artístico de Richard Dadd y Freddie Mercury se unieron en una sinfonía pictórica que sonaba con un ritmo imparable, medieval y contemporáneo. Convenció a May, Taylor y Deacon para que fueran juntos a la Tate Gallery y pudieran ver la obra en el mismo lugar donde, actualmente, sigue expuesta. En 2003 Brian May diría que la canción es “una pieza sorprendente; aún me acuerdo de ese día. Yo estaba por ahí en el estudio, y miraba atentamente a Freddie que disfrutaba en el piano tocando esta canción, que tenía un estilo algo maniático y a la vez tan frágil en su melodía”; Roger Taylor la describe como “el experimento más grande para un equipo musical”, haciendo referencia al uso de varios instrumentos en su grabación y raras técnicas de producción, así como los arreglos tan arduos que se llevaron a cabo, incluyendo la parte vocal, donde cada coro y doblaje de voz fue delineado de una manera específica para que encajaran a la perfección con los ritmos musicales de cada instrumento. 

Richard Dadd murió el 8 de enero de 1886, después de haber pasado 42 años encerrado en varios centros psiquiátricos. The Fairy Feller’s Master-Stroke nunca fue tocada en directo, pero el cuadro ocupaba la contraportada del single y fue incluido dentro del LP Queen II que vio la luz ese 8 de marzo de 1974. En ese mismo año Tangerine Dream practicaban ‘sonido ambiental’ antes de Brian Eno con su disco Phaedra; Richard y Linda Thompson querían ver las brillantes luces de la noche; Gil Scott-Heron y Brian Jackson sacaban Winter in America; y Queen volvía a lanzar un nuevo disco al mercado: Sheer Heart Attack, de nuevo producido por Roy Thomas Baker y con una nueva fotografía de portada de Mick Rock, sobre la que Freddie Mercury declaró a la revista New Musical Express, “Dios, la agonía que tuvimos que pasar para ver las fotos realizadas, querido”. Fue la irrupción del grupo a ambos del Atlántico… pero esta es otra historia. 

Texto de Ramsés Torres
Imágenes de la interné





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