Hubo un tiempo… Qué
harto estoy de esa frase; del pasado, del afán de mirarnos en un espejo que,
más que ayudar, distorsiona. Como en la atracción de feria donde todos nos
alegramos de no ser así pero podemos deprimirnos por la posibilidad, remota o
no, de que algún día lleguemos a ser súper gordos o muy bajitos. No sé, los
números E son muy puñeteros. Antes era todo mejor, antes no había tanta
violencia, bla blá antes. Nadie se preocupaba ANTES de si las chicas iban a
conciertos de rock o si tocaban en bandas, si les gustaban los cómics o si
jugaban a videojuegos. De lo que sí
parecían estar seguros es de que su papel se reducía a seguir como locas a los
machotes del pelo largo y enseñar pechuga desde el público, aspirar a ser la
novia de un dibujante alocado o admirar a los campeones de los botones. A nadie
parecía importarle, pero lo cierto es que ocurría. Ocurría que, quizá que no de
forma masiva, podíamos ver a chicas pasando la tarde en las recreativas. Era un
hecho invisible, pero había hermanas superando fases que su hermano era incapaz
de completar o abatiéndolos en juegos de lucha con la técnica del aporreo
aleatorio. El problema era y siempre será hacia quienes dirige sus productos la
maquinaria de hacer dinero. Solo había que ver los spots publicitarios en
general. Las niñas jamás se lo iban a pasar trepidante con pistolas de agua. En
cambio tenían un don natural para cuidar un trozo de plástico bebeforme
mientras el niño de al lado miraba asombrado ese portento de la naturaleza sin
involucrarse, claro. En el mundo de los videojuegos los esfuerzos por atraer a
los futuros machos alfa eran igualmente casposos. Paradójicamente el héroe casi
siempre era una montaña de músculos con una metralleta (espada o hacha), algo
que por un motivo u otro nos atraía a la hora de sentarnos delante de una
pantalla. El cebo era un coche deportivo rojo, un avión de combate con pintura
de camuflaje, un fontanero que salva a una princesa vestida de rosa. El error
general es creer que el machismo corporativo podría frenarlas en su afán de
pasar el rato. Y por suerte hacían uso de ese entretenimiento. Ocurría, lo sé.
Porque pasaba a mi alrededor. En mi casa el mando aceptaba todas las manos sin
importar raza, sexo o religión. Prestaba juegos a todo el mundo y los demás hacían
lo mismo conmigo. Fue una niña quien me pasó uno de los juegos más originales y
adictivos a los que le eché la zarpa (Roller
Games. Konami, NES. 1990). ¿Estaba mal visto? Sí.
¿Sigue estándolo? Menos, pero sí. Lo que quiero decir es que siempre ha habido jugadoras.
Pero antes, que todo era mejor, que era todo más civilizado, se silenciaban y
condenaban estos (y otros) hechos. Ahora parece algo más visible su
participación y puede que haya más chicas interesadas. Aunque sigue existiendo
el problema del target en muchos títulos. Poniendo como ejemplo el rol y los MMRPG (Massively Multiplayer Role Playing Game) el héroe sigue siendo un
hipertrófico saco de mala saña y también puede ser un elegante y esbelto ladrón
de oscuros ropajes, o un mago de túnicas con un estilazo que ni Versace. Ellas,
sean ladronas, guerreras o magas siempre tienen problemas de vestuario y no
encuentran nada de su talla, con lo que cacha y pechuga suelen quedar al
descubierto. Este es otro tema que debería indignar, de hecho lo hace, aunque
para mí no lo suficiente a las jugadoras del mundo. Por lógica o marketing se
está viviendo una enorme diversidad en el mundo del entretenimiento virtual y
el alcance es más plural. Lo que quiero decir es eso, que siempre ha habido jugadoras. Y que ahora
es más indignante que se ningunee a ese sector del público y que sigamos
actuando como si fuera un hecho asombroso y aislado. Lo que en realidad quiero
decir es que mi pareja, que es mujer, ha usurpado mi consola (jugando al Fallout 4. Bethseda Games, PS4, XBOX One, PC. 2015) durante meses y ahora no recuerdo como se jugaba al Arkham Knight (Rocksteady Games. PS4, XBOX One, PC. 2015), y
por su culpa ahora Batman parece
idiota en mis manos.
Texto y fotografía de A. Moreno
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