jueves, 22 de septiembre de 2016

Algún momento roto

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Texto e imagen: Saray Pavón
[Jugué con ventaja. Siempre lo hago. Sale negativo en los análisis del amor y me apunto otro tanto. No me llamó al día siguiente. Ni al otro. No volvió a llamar.]

Hoy secuestro las luces de las farolas, me salto los semáforos y observo los pájaros mojados que bailan bajo la lluvia. Los tambores vuelan sobre el asfalto mientras camino, con decisión, hasta el suicidio. No puedo hacer contigo una excepción. Hoy soy el caos del universo, las niñas violadas que se quedan sin voz y, como propina, un nudo mohoso en el estómago. Vuelvo a andar sobre ondulado, sobre calles sin sentido y un juego de influencias. Los mosquitos se hacen hueco en mis párpados. No me dejan abrir los ojos. Una avenida repleta de árboles con tumores se acerca a hurtadillas y, de nuevo, resbalo hacia dentro como si fuese cliente habitual de un bar que abre a las cuatro de la mañana.

Hay noches que me vuelvo deforme. Soy como una bestia de dos espaldas, sin corazón. Es mejor ir un paso por delante. Todo se llena de hormigas y bifurco necesidades. Entonces… empate a uno. Me vuelvo como tus manos frenéticas o un cuaderno que no para de abrir y cerrar, como boca indecisa, sus páginas; que recibe los latigazos de palabras sin sentido, de proyectos de acentos. Hay noches que disecciono los pensamientos como si fuesen una rana panza arriba. Les miro a los ojos y me rio. La vida es un teatro. La anemia me está pasando factura en cansancio y siento la combustión interna. Recompongo versos rotos, labios que se caen por soledad. Pero el tiempo pasa. Aunque todo siga igual… él pasa. Aunque las aceras sean grises como los cabellos de mi alma. Entonces pego bofetadas a conciencias muertas y llueve la rabia sobre mi cabeza. Cuelgo el alma en el tendedero. Vuelvo a reírme. Se llamaba Soledad. Ahora sé porqué le puse ese nombre. Fue parte del proceso evolutivo de un corazón asustadizo, de una niña de cristal. Se sigue llamando Soledad. Noche tras noche. No hay pastillas que puedan combatir ese dolor.

[Exploraba espacios desconocidos. No sabía dónde me dirigía. Rebosaba quitapenas de esos que dejan resaca y me movía con pasos recelosos entre las robustas raíces de árboles centenarios. Todo olía a mortaja. Todo era como el laberinto interior de una pirámide.]

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